publicado el 5 de septiembre de 2009
Lluís Rueda | Crítica recuperada del archivo de Judex. Junio de 2004
Dentro de ese amplio espectro denominado nuevo cine español, un término demasiado institucionalizado que a menudo funciona como cajón desastre para comedias ramplonas y melodramas de inspiración bonaerense, a veces surgen pequeñas sorpresas, como ‘Platillos Volantes’, un modesto filme de Óscar Aibar que derrocha inteligencia y frescura. Película valiente, a contracorriente, ‘Platillos Volantes’ utiliza un dramático suceso acaecido en Terrasa (Barcelona) a principios de los años setenta, para construir un ácido discurso contra la adormecida sociedad de la época y a la vez rendir un original homenaje al ‘boom’ de la ufología.
Estamos en las postrimerías del franquismo, es el año 1972, y en la ciudad de Terrasa se han hallado los cuerpos de dos hombres decapitados junto a la vía del tren. En el bolsillo de uno de ellos hay una nota de despedida que dice: ‘Los extraterrestres nos llaman, pertenecemos al infinito’. Así arranca la película de Óscar Aibar, guionista de cómics para las revistas Zona 84, Totem, Vívora, Makoki o Cimoc y realizador del largometraje Atolladero (1995) que entre otros galardones obtuvo el premio Ciudad de Barcelona de Cinematografía y el de Mejor Dirección en el Festival de Cine Fantástico y de Ciencia Ficción de Roma.
Jorge Guerricaechevarría (un habitual colaborador de Alex de la Iglesia) al alimón con Óscar Aibar se sirvió de este truculento suceso ocurrido en una ciudad industrial catalana para confeccionar el guión de Platillos Volantes. El resultado es una comedia negra, cruel y ácida, llevada a la pantalla con una acertada estética revivalista. Estamos ante una historia de personajes solitarios y desesperanzados que viven una existencia gris, casi fantasmal, y esperan un giro, una señal, que cambie sus vidas.
Juan (Jordi Vilches), es un joven de clase trabajadora, que ahorra dinero para casarse con su novia, lleva una vida austera, subordinada a todos cuantos le rodean, ya sean sus padres, su jefe o su prometida. Está situación dará un giro inesperado al conocer a Amador (Jose Luis Adserías), un joven que frecuenta asociaciones ufológicas y que se dedica a la investigación del fenómeno OVNI de forma amateur.
Una vez introducido en este círculo secreto, Juan empieza a interesarse por los avistamientos y a creer que un mundo mejor, interplanetario, es posible.
Juan establece comunicación con un enigmático personaje, José (Ángel de Andrés), un contactado que intenta hacerle abrir los ojos ante la nueva realidad; José resulta ser un obrero de la empresa téxtil en la que trabaja Juan. Bajo los nombres en clave de Rasdi y Amiex, José y Juan se creen los elegidos por el Ser Superior para dar un mensaje de paz y de antiglobalización a los poderosos de la tierra. Rasdi y Amiex intentan llevar su mensaje de esperanza al presidente de los E.E.U.U y de la Unión Soviética, primero a través del delegado de Coca Cola en España y más tarde introduciéndose en los círculos clandestinos del Partido Comunista. A partir de ese instante entrarán en una dinámica de fanatismo que derivará en conflictos familiares, laborales y que les hará verse arrastrados por el entramado político de los sindicatos clandestinos.
Tras la secuencia inicial del suicidio de Juan y José, un flash back nos sitúa en el entorno de Juan, lo primero que nos llama la atención es la fotografía de Mario Montero: la iluminación poco contrastada, plana, de tonalidad grisácea crea un ambiente muy adecuado para retratar la desidia, la monotonía lacerante de la Cataluña industrial tardofranquista. Óscar Aibar utiliza para este primer retrato del entorno de Juan básicamente dos escenarios, la oficina y el apartamento familiar. Dos espacios de igual calado claustrofóbico que pueden parecernos liberadores cuando descubrimos que el tercer escenario en aparecer es el pequeño vehículo donde el joven ve sistemáticamente frustrado su apetito sexual por parte de su decente prometida. Con un panorama así solo cabe mirar hacia arriba, soñar con otra realidad. La metamorfosis interna que va sufriendo el protagonista coincide con la voluntad de el realizador de liberar los espacios, de agrandar e intensificar la luz. Como en su primera pesquisa ufológica de Juan, a pleno día, en que un campesino le muestra las marcas de un supuesto aterrizaje OVNI sobre la verde y radiante campiña.
Pero si el retrato existencial de Juan juega con los espacios de un modo opresivo, también ocurre lo propio con José. El compañero de chanzas de Juan viene a ser un paradigma del futuro ingrato al que está abocado el joven. José es un marido malcarado que ignora a su mujer, esclavo de una vida anodina a la que nunca ha podido encontrar una alternativa. Para ambos, los OVNIS suponen ese giro inesperado; una religión pagana a la que aferrarse y sobre la que planificar sus sueños.
«Rasdi y Amiex, Rastreadores del infinito y Amigos de Inteligencias Extraterrestres» son una suerte de Quijote y Sancho, de Laurel y Hardy, que como dos seres inocentes impregnados hasta los tuétanos de pseudofilosofía barata, se estrellarán sin remedio contra los molinos de viento de la realidad más represora. Pero aunque parezca imposible el filme de Óscar Aibar nunca abandona su decidida vocación de comedia, llevando hasta un límite hilarante las situaciones grotescas en que se ven envueltos los personajes. Como la acampada al aire libre en busca del contacto extraterrestre dónde acaban rodeados de pandemónicos chiflados en pelotas que proclaman el amor libre, o el discurso mesiánico de José sobre un mundo mejor que emociona a sus compañeros del sindicato comunista. Son solo unos ejemplos, pues las situaciones surrealistas se multiplican hasta desbordar al espectador.
«Rasdi y Amiex, Rastreadores del infinito y Amigos de Inteligencias Extraterrestres» son una suerte de Quijote y Sancho, de Laurel y Hardy, que como dos seres inocentes impregnados hasta los tuétanos de pseudofilosofía barata, se estrellarán sin remedio contra los molinos de viento de la realidad más represora
Para documentarse sobre la literatura ufológica que pudo influir en la mente de José y de Juan hasta lavarles el cerebro de un modo tan instantáneo, Óscar Aibar tomó ideas prestadas de el libro El hombre cósmico, su intención era dotar de una mayor autenticidad el discurso del filme. El libro fue facilitado por los clubes ufológicos españoles de los setenta con los que las víctimas originales se cartearon.
En el apartado de las interpretaciones cabe destacar el excelente trabajo de los dos protagonistas y especialmente de Ángel de Andrés, uno de esos eternos secundarios de lujo que le da un extraordinario toque de distinción a su patético personaje. La excelente química entre Jordi Vilches y Ángel de Andrés beneficia la credibilidad de los personajes, la diferencia de edad y la distancia generacional son algo puramente coyuntural y la recreación de Ángel de Andrés de un adulto infantilizado compensa la madurez del personaje interpretado por Jordi Vilches.
Rasdi y Amiex son seres elevados a un nivel cósmico, que no necesitan hacer el amor y han de cuidar su alimentación para ser puros. El influjo de José se basa en su autoconvicción y para demostrarle su mutación a Juan es capaz de abrasar su mano sin inmutarse, es su mentor y no puede fallarle, la admiración del discípulo radicaliza la actitud del maestro.
Entre los actores de reparto llama la atención la presencia del humorista Leo Basi encarnado al Profesor Karma, un experto en los procesos de degeneración de la mente y del abandono del cuerpo, inspirado en Eugenio Siracusa, un estafador italiano de los años setenta.
Platillos Volantes es una película que nos sitúa en los parámetros del neorrealismo italiano, aunque también tiene mucho humor grueso berlanguiano. Su principal virtud es el juego de contrastes entre la España rancia que despide y la modernidad ociosa que resume la ufología de la época. Óscar Aibar es un amante de la ciencia ficción, y en cierto modo su aproximación al fenómeno OVNI es siempre escéptica. Entiende el fenómeno en toda su complejidad como un género-ficción en el que refugiarse, algo parecido al paréntesis ingrávido que siempre nos promete el cine o el cómic, disciplinas muy del gusto del realizador. Es por eso quizás que no halla podido reprimir un guiño a la ciencia ficción en su película, tanto de un modo explícito como implícito. Implícito por la justificación social que da al fenómeno OVNI, una vuelta de tuerca en positivo a la psicósis marciana de los años cincuenta, y explícito por una secuencia concreta del filme: José está delante de la televisión viendo Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951) de Robert Wise, de pronto intenta comunicarse con los extraterrestres de ficción y ellos le responden, le dan la bienvenida y le invitan a pasar a su nave. José está dentro de la película, en blanco y negro, y queda patente que sus sueños están forjados de ficción.
Estoy seguro de que Platillos Volantes es la película intermedia que hubiera soñado realizar Tim Burton como bisagra entre Mars Attacks! (1996) y Ed Wood (1994). Tristemente ha pasado sin pena ni gloria por la pantalla grande y solo cabe esperar que tenga una nueva vida en su formato DVD. Entre tanto les invito a descubrir las desventuras de Rasdi y Amiex, donde ellos veían agentes de la CIA no habían más que grises. No es de extrañar que rastrearan el infinito en busca de inteligencia.