boto

film malade

publicado el 12 de abril de 2006

El 'vieszcy' urbano

'Guardianes de la noche' ('Nochnoy dozor', 2004) atesora los suficientes argumentos fílmicos como para ser considerada una de las aproximaciones más oportunas y desmitificadoras del ideario vampírico llevadas a la gran pantalla en los últimos años. Timur Bekmambetov, y ya era hora que alguien lo hiciera, ha rediseñado el 'look' urbano del vampiro del siglo XXI renunciando al cuero negro y al manido ideario gótico. El principal logro de este filme, que puede ser confundido entre tanta quincallería 'ciberpunk', reside en su hábil combinación del retrato social hiperrealista y la exquisitez plástica del tratamiento de lo sobrenatural.

Lluís Rueda |
En un filme tan destacable como El regreso de los vampiros vivientes (Martin,1976), el realizador George A. Romero despojó a su vampiro adolescente de todo atractivo estético para convertirlo en un joven problemático e inadaptado. La figura del vampiro en este filme es un punto de partida para configurar un interesante retrato de los problemas generacionales y realizar un estudio psicológico de la mente desequilibrada de un joven extremadamente sensible. Martin era un monstruo a la medida de una sociedad en crisis de valores como también lo fue Kit Carruthers (Martin Sheen) en Malas Tierras (Badlands, 1973) de Terence Malick. En la década de 1980 el cine de vampiros se sofisticó de un modo desproporcionado y perdió la fuerza de los clásicos de productoras como la Universal y Hammer Films, tan sólo cintas como Los viajeros de la noche((Near Dark, 1988) de Katherine Bigelow o la desasosegante serie televisiva El misterio de Salem´s Lot de Tobe Hooper destacan entre una serie de productos que en gran medida fluctuaron entre la parodia y la nostalgia. Tras el boom mediático del Drácula (Bram Stoker´s Dracula, 1992) de Francis Ford Coppola y salvo puntuales excepciones como la acertadísima Entrevista con el vampiro (Interview With the Vampire, 1994) de Neil Jordan, o la fronteriza Vampiros (John Carpenter's Vampires, 1998) de John Carpenter, pocas alegrías nos ha dado el cine de vampiros: véase, sin ir más lejos, las recientes Van Helsing (2004) de Stephen Sommers o Underworld (2003) de Len Wiseman, por no hablar de un producto más lejano en el tiempo como Abierto antes del amanecer (From Dusk Till Dawn, 1996) de Robert Rodríguez, uno de los más descafeinados filmes de vampiros jamás rodado.

Si en Estados Unidos el ciclo vampírico ha ido diezmando enteros en las dos últimas décadas, en Europa ha sido poco menos que inédito si exceptuamos alguna incursión de interés como la cinta británica La sabiduría de los cocodrilos(The Wisdom of Crocodiles, 1998) de Po-Chih Leong. En las últimas décadas la iconografía del vampiro (tal y como lo conocemos en las cinematografías occidentales) se ha dividido en dos vertientes muy acusadas, una primordialmente simbólica y otra puramente estética. En lo filmes de carácter marcadamente simbólico, al igual que en Martin de George A. Romero, el vampiro puede perder sus atributos fisiológicos y presentarse como un psicópata e incluso adoptar la apariencia de un ser que sufre una patología determinada, apartado en el que cabrían filmes como The Addiction (1995) de Abel Ferrara.

En las últimas décadas la iconografía del vampiro (tal y como lo conocemos en las cinematografías occidentales) se ha dividido en dos vertientes muy acusadas, una primordialmente simbólica y otra puramente estética. En lo filmes de carácter marcadamente simbólico, el vampiro puede perder sus atributos fisiológicos y presentarse como un psicópata e incluso adoptar la apariencia de un ser que sufre una patología determinada

En la vertiente más esteticista y actual del cine de vampiros nos encontramos con sagas que podrían encontrar su principal punta de lanza en filmes como Blade (1998) de Stephen Norrington o en la antes citada Underworld, productos que combinan la action movie y el terror con abundantes dosis de efectos especiales. Cabe señalar que al margen de esas dos corrientes muy comunes en los últimos años, el vampirismo [1] se ha visto sujeto a otra serie de tratamientos argumentales: el cine de vampiros alienígenas, de vampiros fabricados por el hombre, e incluso de vampiros que provienen de especies alternativas que han poblado la tierra desde tiempos inmemoriales. Esta última variación argumental entronca en gran medida con el prefacio fílmico de un filme como Guardianes de la noche.

En este contexto actual del film horror vampírico, y con la figura del gran upiro de ficcición, el conde Drácula, confinado a nefandas propuestas como Drácula 3000(2004)Darrell Roodt o Van Helsing, un filme como Guardianes de la noche debe entenderse como una vía alternativa a los estilemas básicos y al enfoque argumental del vampiro cinematográfico contemporáneo.

La cinta, basada en la novela de gran éxito en Rusia, Night Watch, escrita y adaptada por Sergei Lukyanenko, se centra en el equilibrio de poder de los ejércitos de la luz, comandados por Gesser, y los ejércitos de la oscuridad a cuyo mando encontramos al general Zavulon. Ambos bandos disfrutan de una tregua milenaria y se vigilan constantemente para mantener un equilibrio de poder. Los señores de la luz se han convertido en guardianes de la noche y los vampíricos señores de la oscuridad en guardianes del día. Ese es el principal eje argumental del filme, una producción de moderado presupuesto en cuya posproducción han colaborado decenas de pequeñas empresas informáticas rusas en un intento de emular el trabajo de las grandes corporaciones norteamericanas especializadas en animación por ordenador.

El filme, dirigido por el ruso Timur Bekmambetov, deja patente desde su primera secuencia, una ardua batalla entre los señores de la luz y los señores la oscuridad sobre un simbólico puente de piedra, que no renuncia al exceso infográfico propio del cine comercial del incipiente siglo XXI, bien al contrario, la postura del realizador al respecto es extrema y desmesurada. Bekmambetov, consciente del reclamo que supone la maquinaria feérica entre el joven espectador, inyecta en un buen número de secuencia severas dosis de texturas digitales con insultante determinación. El realizador ruso busca combinatorias rigurosas que procuran que el filme balancee entre el hipnotismo febril de la obra de directores como Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro y la exquisitez formalista de la tradición cinematográfica rusa. El eclecticismo formal en Guardianes de la noche es radical, atrevido, la obra de un cineasta que prioriza la fuerza de la imagen por encima de otras consideraciones estilísticas [2].

No seré yo quien cite a Andrei Tarkovsky para teorizar sobre el poder de la imagen, pero quizá no me equivoco a la hora de enjuiciar la concepción fílmica de Timur Bekmambetov si insisto en el poder transformador de la imagen, en la magia del objeto en pantalla bien por una exposición prolongada o por su ausencia, bien por simplificación, bien por saturación. Los guerreros de la noche y los vampiros (guerreros del día) de Guardianes de la noche, enemigos en tregua desde el principio de los tiempos, se mueven entre el mundo de los vivos y un submundo en el que lo material y lo presente es tan efímero e incierto como la zona prohibida de Stalker(1979) o la esposa resucitada en Solaris(Solyaris,1972) [3].

Bekmambetov concede al papel de lo digital la fluidez de lo ominoso, a la arquitectura invisible del azar y a la localización de los umbrales oníricos que tanto buscaron los Rosacruces y tanto inspiraron a escritores como William Butler Yeats o Gustav Meyrink. Los 'otros' (término que engloba a vampiros y señores de la luz) de Guardianes de la noche transitan en un territorio marcadamente esotérico, genuinamente astral, en el que el tránsito vertiginoso hacia otra realidad, la transmutación anímica, bien justifica un zoom meteórico. Estos 'otros' que conviven en el mundo de los vivos son susceptibles de ser precipitadamente catalogados, de hecho algún crítico así lo ha enjuiciado, como entes metafóricos que aportan una determinada lectura social y política de la situación de la Rusia actual (por aquello de los nuevos ricos vistos como chupasangres). No seré yo quien rebata esa teoría, de hecho uno de los aciertos del filme es situar a los 'otros' como ciudadanos desencantados de la clase media rusa, pero más allá de eso, anecdótico o estético (según a razonado el propio realizador), se esconde un caldo de cultivo más interesante: el de la mitología ancestral del vampiro de Europa central, los Balcanes y Europa del Este.

Los 'otros' (término que engloba a vampiros y señores de la luz) de Guardianes de la noche transitan en un territorio marcadamente esotérico, genuinamente astral, en el que el tránsito vertiginoso hacia otra realidad, la transmutación anímica, bien justifica un zoom meteórico.

Tras el elenco de personajes que transitan por el filme de Bekmambetov, en algunos casos mutantes (guardianes de la noche), cuando no vampiros a secas, haríamos mal en ver la sombra de iconos de la cultura popular (para más señas, el cómic), como los X Men o Blade, iconos de la nocturnidad como Batman, o el muy vampiro, este sí, Morbius. Tomemos el ejemplo de la mujer lechuza que ayuda en sus pesquisas al guardian de la noche protagonista del filme, Anton Gorodetsky (Konstantin Khabensky): en Valaquia existe una antigua leyenda que otorga al murony (aparecido) la facultad de convertirse en perro, gato, sapo o cualquier otro animal, tras esta historia popular podría hallarse la idea de la chica trasmutada en ave de rapiña o la de otro guardian nocturno con la facultad de transmutarse en oso, aunque esta particular variante licantrópica sea más cercana a los berserker(hombres bestia) de las tierras altas de Europa. Son sólo algunos ejemplos escogidos al azar que muestran el trabajo escrupuloso que llevó a cabo Segei Lukyanenko tanto en la concepción de la novela Nigth Watch como en su posterior guión adaptado: todas sus criaturas forman parte de algún legajo sobre demonios, hombres lobo, brujas o vampirismo.

Respecto a los orígenes del mito vampírico, cabe destacar que en Guardianes de la noche, la barrera que separa lo positivo y lo negativo no existe, y que estos moradores nocturnos y diurnos englobados en el término “otros”, están sujetos a ambiguos intereses. Existe una base documental rigurosa en Guardianes de la noche bien ajustada a los requisitos del nuevo cine de fantaterror, algo que no se puede decir de un filme como Underworld o su secuela Underworld: Evolution(2006), que enfrentan a licántropos y vampiros sin demasiado rigor teórico, y lo que es peor, por razones harto peregrinas.

La idea del filme de catalogar a los espectros en dos bandos, parece claramente inspirada en las leyendas griegas de los Vrykolakas (aparecidos). En la antigüedad se creía que los vampiros eran una versión depravada de los aparecidos en un idéntico plano paralelo al nuestro. La idea del fratricidio entre entidades fantasmagóricas se remonta a los anales de la tradición popular, sin ir más lejos, existe una leyenda en Servia que nos habla del Dhampir, literalmente el hijo del vampiro, un infectado que maldice al padre y promueve exorcismos en plazas públicas para acabar con el progenitor no-muerto [4]. Pero, dejando a un lado las raíces legendarias del filme y centrándonos en su densidad cinematográfica habría que señalar que aporta no pocos momentos de espléndido fantastique.

Guardianes de la noche está plagada de secuencias lacerantes, de un terror primordial cargado de bestialismo y maldad. Un ejemplo lo hallamos en el ataque del guardian Anton Gorodetsky a un vampiro peluquero que le maldice tijeras en mano (¿un guiño a Sweeney Todd?). El vampiro ataca con saña al joven mientras este, aferrado a un trozo de espejo, trata de sacarlo de la invisibilidad. La escena es gradualmente indigesta dada sus dosis de violencia, pero es a la vez sutil, de una decadencia hipnótica y ominosa. El collage hemoglobínico aparece en dosis pertinentes, nunca hay una intencionalidad explícitamente gore, el realizador gusta de las atmósferas plúmbeas, de la carga emotiva de los objetos: retazos de un sueño, o un trauma del pasado que se contempla con extrañeza tras un cortinaje de mosquitos.

El collage hemoglobínico aparece en dosis pertinentes, nunca hay una intencionalidad explícitamente gore, el realizador gusta de las atmósferas plúmbeas, de la carga emotiva de los objetos: retazos de un sueño, o un trauma del pasado que se contempla con extrañeza tras un cortinaje de mosquitos.

En paralelo al juego de espejos deformantes que propone la cinta, y al margen de su sugestivo humor negro, es importante subrayar cierta tendencia al preciosismo fotográfico, Bekmambetov transforma Moscú (con ayuda de su director de fotografía Sergei Trofimov) en un laberinto decadente, en una ciudad-vampiro incólume ante las coyunturas socioeconómicas. Cada apartamento con su vetusto mobiliario, cada bloque de hormigón que visitan los 'otros', está impregnado de la carga de la historia convulsa de un pueblo. El estoicismo de los rusos también guarda algo de sobrenatural, Bekmambetov, consciente de ello, busca con ahínco trasladar esa conexión emocional a la gran pantalla. Esa constante de malditismo, de decadentismo ancestral queda perfectamente recogido en un personaje tan cargado de fuerza como la joven Svetlana, mujer que siembra la desgracia allá donde va y que carga sobre su cabeza un vórtice que puede llevar a la civilización al caos y la destrucción: una alegoría de la madre Rusia que firmaría el mismo León Tolstoi.

Bekmambetov nos muestra en su filme que todas las combinatorias estilísticas son justificadas para insuflar savia nueva a un subgénero (el de vampiros) anclado en el tópico, y sus armas para ello son la tradición y la trasgresión vía cine comercial (quintaesencia del cine de serie B). El mundo paralelo de Guardianes de la noche, territorio ancestral de sátiros y lémures, acumula entidades y personajes lo suficientemente fascinantes como para crear al menos un puñado de spin offs.

Es posible que el magma del artificio, que el chisporroteo de sus texturas, nos haya impedido profundizar suficientemente en el filme, puede que no hayamos sabido ubicar la dimensión de sus upiros y guerreros nocturnos cegados como andamos de cine masticado y lineal. Guardianes de la noche es otra cosa, un mosaico irreverente y sofisticado que sazona cada secuencia de impostura y adrenalina, un universo cinematográfico que ha de asimilarse con cautela, ya que tras los arcanos y relicarios que el realizador coloca sobre el tapete se esconden densidades alto estimulantes, tanto en lo cinematográfico como en lo esotérico.

En paralelo al juego de espejos deformantes que propone la cinta, y al margen de su sugestivo humor negro, es importante subrayar cierta tendencia al preciosismo fotográfico, Bekmambetov transforma Moscú (con ayuda de su director de fotografía Sergei Trofimov) en un laberinto decadente, en una ciudad-vampiro incólume ante las coyunturas socioeconómicas.

Guardianes de la noche es una impostura necesaria, una cinta capaz de aunar en su clímax final la operística de Los inmortales (Highlander, 1986) de Russell Mulcahy, la banal metafísica de Matrix (The Matrix, 1999) de Andy y Larry Wachowski y el arrojo plástico de Blade Runner (1982) de Ridley Scott sin ceder un ápice de idiosincrasia. No pierdan detalle, hay secuencias de este filme de aparecidos, encantados y upiros que marcarán tendencia por su prístina belleza del horror. Uno de esos instantes en los que mejor se concreta la dimensión real del dolor del ser inmortal es precisamente aquel en que una joven vampira (o vieszcy) camina solitaria por el túnel de un autopista, la joven una suerte de Lilith [5] preñada de infanticidio, es reiteradamente golpeada por los vehículos mientras deambula con la mirada perdida bajo los neones anaranjados. Otro personaje de Guardianes de la noche describe la situación con un acertado símil: “Tiene sed, le han puesto un niño como cebo, y al arrebatárselo, es como si le hubieran retirado un vaso de agua.”

  • [1].“(…)en castellano, la palabra “vampirizar” tiene un significado que abarca, en líneas generales, todo lo que significa vivir gracias a ser parásito de otro y, en lenguaje popular, hemos oído muchas veces decir a alguien que le están “chupando la sangre”, para referirse a las personas o entidades que periódicamente merman sus posibilidades económicas.” Los cien mejores filmes de Vampiros. Miguel Juan Payán. Edit. Cacitel, S.L.

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  • [2]. El filme Gladiatrix (2000) coproducido por Roger Corman, también conocido como The Arena es el penultimo trabajo de Tim Bermambetov, un realizador que atesora una larga trayectoria como publicista y realizador de videoclips. Su debut como director fue en 1994 con la película The Peshwar Waltz, sobre la guerra de Afganistán.

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  • [3]. Conviene recordar que Rusia atesora gran tradición en cuanto a cine fantástico se refiere. Al margen de directores que han cultivado el género de la ciencia ficción, algunos tan destacados como Andrei Tarkovski, existen nombres tan relevantes como Alexander Ptouchko, realizador de Sadko (1952) o La espada y el dragón (1956), un excelente director de cine de aventuras de corte fantástico.

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  • [4].Ornella Volta, The Vampire.

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  • [5]. Lilith era un demonio hembra, uno de los siete espíritus babilónicos prestado a los hebreos. Tras su semitización se convierte en la representación del poder infecundo y lujurioso. Para los talmudistas Lilith era Eva, la errante esposa de Adán fuera del Edén. Enojada por la expulsión, se convirtió en demonio chupador de sangre que atacaba principalmente a niños. Vampiros (La sangre es la vida). Jaime Noguera. Edit. Centro de Ediciones de la Excm. Diputación Provincial de Málaga. 2002

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