publicado el 15 de abril de 2004
Juan Carlos Matilla | La perseverancia de algunos creadores en su estilo propio, ajeno a las modas y tendencias del momento, resulta a veces francamente estimulante. En la actualidad sufrimos una verdadera fiebre por lo moderno que nos obliga a buscar continuamente nuevos descubrimientos, nuevas miradas, nuevos enfoque críticos, etc, de forma algo gratuita y precipitada. Hoy más que nunca parece imposible casarse con las formas cinematográficas del pasado. Sí, es cierto que el cine ha cambiado y hay que aceptarlo y estudiarlo desde una perspectiva distinta (por mucho que les pese a algunos no se pueden analizar los filmes de Quentin Tarantino, David Lynch o Tim Burton con los mismos criterios de ataño) pero eso no es excusa para hacer tabla rasa con el pasado y no poder disfrutar de otras maneras de hacer cine más clásicas o, como es este caso, en la mejor tradición del cine de autor europeo.
El oficio de las armas es una gran película que está a años luz del panorama cinematográfico actual tanto en su estilo visual como en su temática. Con ella recuperamos a uno de los últimos grandes directores del cine italiano, Ermanno Olmi, un outsider total del cine europeo (como Phillipe Garrel, Jean Marie Straub o Manoel de Oliveira) que permanece fiel a su singular concepción del cine y en lugar de dar muestras de estancamiento nos ha regalado aquí una de sus obras más hermosas.
A partir de la descripción de los últimos días de vida de Giovanni de Médicis, jefe militar de las tropas pontificias, Olmi realiza un minucioso fresco histórico sobre un aspecto en concreto de la evolución del arte de la guerra: la irrupción de la artillería. Para el realizador italiano, este hecho simboliza la llegada de los tiempos modernos, caracterizados por los adelantos científicos y técnicos, la falta de ideales y la ausencia de empatía hacia el contrario. En cambio, Giovanni de Médicis encarna los valores contrarios. Él es un fiel representante del Renacimiento: un soldado sensible, noble, íntegro y con un férreo código de honor. A diferencia de las huestes que utilizan la artillería, Giovanni respeta al enemigo y lo mira de frente ya que concibe la lucha como un combate entre iguales a partir del uso del acero. La introducción de la tecnología acabará con todo esto, con la épica, con los valores antiguos, con los héroes y, así, Giovanni fallecerá a causa de la herida producida por el fuego de artillería enemigo.
Narrada con precisión y una meditada puesta en escena, el filme rechaza la épica y la grandilocuencia para refugiarse en un tono íntimo, sombrío y cotidiano, similar al de otros creadores como Eric Rohmer, Robert Bresson y, sobre todo, el Roberto Rossellini de La toma de poder de Luis XIV (1966), de la que toma el enfoque casi antropológico y desmitificador a la hora de filmar la Historia. El filme posee secuencias de una belleza arrebatadora en las que Olmi hace gala de un manejo del lenguaje ejemplar. Podríamos recordar la magistral secuencia de la seducción entre Federico y su cortesana, una filigrana minimalista en la línea del mejor Oliveira, o la espectral secuencia de la agonía, amputación y muerte de Giovanni, toda una set piece de horror puro narrada a un ritmo parsimonioso. En definitiva, El oficio de las armas es una obra maestra en el sentido más tradicional y rotundo del término: un filme de composición perfecta y con vocación de clásico. En una época en la que cualquier dudoso producto resultón recibe la categoría de obra cumbre (de Dogville a Kill Bill), el filme de Olmi es una agradable (y necesaria) sorpresa. Recomendada para espectadores hartos de la pirotecnia cinematográfica actual y entusiastas del cine de autor más radical y sugestivo.