publicado el 10 de noviembre de 2009
'Enter the Void' es la última obra del director argentino radicado en Francia Gaspar Noé, autor de 'Irreversible', y sin duda la apuesta más ambiciosa y radical que ha dado de sí el cine en los últimos años. Bella, extraña y sugestiva, la película ha desatado alguna polémica tanto por la dilatación de algunas secuencias, que algunos críticos han considerado pesadas y reiterativas, como por el uso de imágenes de sexo explícitas que solamente pueden asustar a abuelitas gazmoñas. Como de costumbre, la discusión acompaña a un director que ha lanzado con 'Enter The Void' una propuesta coherente y única: un filme total que se agota en sí mismo y a la vez, bebe de una densa tradición estética y humana.
Marta Torres | Enter the Void, o salto al vacío, narra la historia de un joven occidental dedicado al trapicheo de drogas en Tokio y de su hermana, bailarina de striptease en un discoteca de la capital nipona. El protagonista muere en una redada y a partir de ese instante el filme se convierte en el viaje alucinado (y alucinante) del joven por un Tokio nocturno, de colores ácidos, a medio camino entre el viaje lisérgico y la experiencia religiosa. Tal y como ha reconocido el propio director, y cita de manera textual al principio de la película, Enter the Void es una interpretación en celuloide del “Bardo Thodol” o “Libro tibetano de los muertos”, un texto budista muy conocido en los años setenta por sus similitudes con un viaje provocado por el LSD. Pero la película va mucho más allá de la interpretación libre y reproduce todos los estados por los que se supone transita el alma una vez ha muerto: la contemplación de la luz interior, el recuerdo de la vida pasada, el errar por el mundo apegado a los seres queridos y la reencarnación en una nueva matriz. La diferencia es que este camino lo efectúa un joven dealer en un mundo de prostitutas, sexo y drogas alucinógenas que propician estados cercanos a la muerte, no muy diferentes a los que experimenta nuestro protagonista. De esta manera, la cámara recorre las calles de Tokio como quien pasea por una memoria interior plagada de vasos comunicantes que deforman la realidad y la convierten en un ente subjetivo y lleno de significados ocultos. Los fotogramas se alargan, la realidad se desvela y el plano cinematográfico deviene en tridimensional, pues ha añadido la profundidad de lo subjetivo a las dimensiones usuales de anchura y altura. En definitiva, el cine muestra lo inefable.
De la conciencia a la mirada
El punto de vista de la cámara es el eje central –moral, estético y narrativo- de la historia que nos cuenta Gaspar Noé. Puesto que la cámara es la mirada del protagonista y también es el único punto de vista que se ofrece al espectador. Un ejemplo de este interesante uso de los recursos fílmicos se muestra en la muerte del joven. Hasta ese instante teníamos su mirada (la cámara subjetiva) y su consciencia (una voz en off en un diálogo interior constante) pero en el momento de morir, el pensamiento –la voz en off- se apaga y ya sólo queda la mirada, cenital y omnisciente, a la vez alejada de la acción y causante de la misma. Una mirada imposible, absolutamente subjetiva, que deviene al mismo tiempo en motor de la narración y en hilo invisible que transforma un calidoscopio de imágenes inconexas –la vida misma, la vida en Tokio- en una historia personal: el devenir del alma de un joven traficante muerto en una redada. La cámara -la mirada- recupera el cine como una experiencia radicalmente subjetiva, mientras que su movimiento a través del tiempo, la secuencia, deviene en narración. Enter The Void adopta una forma libre y de estética radical para acercar el cine a la verdad original de lo vivido en primera persona, a la verdad de las narraciones primitivas que contaban los chamanes al calor del fuego… a una esfera, por tanto, más cercana a la historia mágica, pero real y vívida del "Bardo Thodol", que los monjes susurraban al oído de los moribundos a modo de libro de instrucciones para pasar al otro lado.
De la mirada a la psicodelia
A la manera de los agujeros de gusano de las teorías modernas de la física, existe un atajo secreto entre la experiencia primitiva de lo numinoso y los modernos flirteos con las drogas. De todos es conocido el éxito de 2001: Una odisea en el espacio de Stanley Kubrick entre ciertos círculos artísticos e intelectuales muy apegados al ácido y al LSD. Semana tras semana los cines de San Francisco o de Nueva York se llenaron de espectadores pasados de estimulantes y ávidos por ver los minutos finales de la película, donde lo que procuraba ser una experiencia mística se convertía en un viaje psicodélico similar al que provoca la ingesta de drogas alucinógenas. Enter The Void, con sus imágenes pulsantes y sus caleidoscopios fosforescentes, quiere establecer una conexión similar, si bien va más allá de la conexión estética o de las modas (2001... se hizo en los años 70, cuando todo Hollywood tomaba ácidos). En otras palabras, no se trata de poner colorines en la pantalla, Enter The Void tiene una génesis larga, de más de 15 años, y el resultado no es una pueril metáfora alucinada. El viaje que propone Gaspar Noé es más honesto y más radical que el que proponía Kubrick en 2001, se trata, precisamente, de trascender la mirada y volver a los orígenes.
El laberinto
Entre los griegos el laberinto representaba la muerte y la resurrección del héroe. Sus formas y sinuosidades, tomadas de un baile prehistórico que quería representar el viaje y la vuelta de entre los muertos, querían plasmar la muerte como un movimiento en un submundo lleno de peligros. En la mentalidad primitiva, ya sea la que dio origen a la civilización griega o la que recoge el "Bardo Thodol", la muerte nunca es un estado estático. Al contrario, es un baile, una espiral y un viaje. El acierto de Enter The Void consiste en no querer ni intelectualizar la muerte, ni acercarse a los mitos como quien hace turismo entre ruinas antiguas cubiertas de polvo. El filme que nos propone Noé es un laberinto audiovisual en el que la cámara siempre despierta recorre la vida entera de Tokio, con su laberinto de miserias, sexo, trapicheos, y pequeños crímenes a la vez que avanza y retrocede en la vida de su protagonista. Por este motivo emplea personajes actuales, luces de neón y drogas de diseño para recrear caminos transitados desde la antigüedad.
A mi entender, lo que propone Enter the Void es una regresión a los modos y formas de la mente primitiva. De ahí sus imágenes inconexas pero fuertemente subjetivas y su génesis del filme como experiencia radicalmente personal en el que el protagonista es también el espectador, ya que comparte (compartimos) siempre su punto de vista. De aquí que el visionado de la película se convierta en un viaje “real” por el inframundo, una experiencia post-morten por el precio de una entrada de cine que, a la vez, nos permite recorrer Tokio través del cedazo de la memoria de un joven. En esta regresión hay que romper tabúes con los clichés y las formas del cine clásico o postmoderno. La estructura de Enter The Void, adaptada de un texto religioso, toma la forma circular característica de los mitos, más centradas en hacer vivir experiencias reales que en retratarlas y su reto principal consiste en adaptar a esta forma cíclica, antihistórica, la vida del protagonista –histórica y concreta. El autor lo soluciona recurriendo a los flashbacks constantes, a las conexiones visuales –y sensuales, como los omnipresentes hoteles del amor que aparecen en el film- y lo enhebra mediante un presente continuo constante que consigue empleando un falso plano secuencia para toda la película. El resultado es la aniquilación del tiempo y la realidad cinematográfica. Enter The Void es un filme raro, por inusual, numinoso y extrañamente esperanzador. Un viaje hacia la muerte y la resurrección a través del submundo de los espíritus, vestidos de látex y envueltos en luces de neón.