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festivales

publicado el 9 de noviembre de 2008

Clasicismo arrollador

The Hiddeout (Pupi Avati, Italia, 2007)
Méliès a competición


El maestro italiano del suspense, responsable de las imprescindibles Zeder y La casa delle finestra che ridone, hacía algún tiempo que andaba apartado del cine de género, pero el pasado año retomó su faceta genérica más representativa y de la mano de su hermano y productor Antonio Avati volvió para ponernos, una vez más, los pelos de punta.

The Hiddeout es un poderoso relato de fantasmas tramado, construido y expuesto con una sensibilidad ya extinta en el panorama del horror. Con una enorme Laura Morante como protagonista, Avati, crea un denso thriller, sofocante, en el que se combinan, como no podía ser de otra manera, su bastarda hibridación entre el oficio hitchcocktiano y los escenarios semioníricos, apartados del presente, que andan poblados de seres fellinianos, excesivos y astracanados. El cine de Pupi Avati combina a la perfección los prelados del clasicismo más efectivo y desnudo con su capacidad para fagocitar en mixturas genéricas que tanto se nutren del western como del melodrama social: es el caso de The Hiddeout, una radiografía de la reinserción de una enferma mental que nos desborda por su paradigmática crítica, la descripción del carácter desconfiado de una comunidad y el encaje de unos fantasmas que pueblan varios estratos anímicos y físicos. La obra de Avati, personal e inimitable, le concede ese trono de autor incombustible y perecedero en el que deberían mirarse jóvenes autores que aspiran a una voz propia. The Hiddeout es una de esas sorpresas del presente festival que hace que uno se reconforte con el horror, con las historias bien contadas y con los lugares comunes a los que un fan del género no debe volver la espalda jamás.

El maestro ha vuelto en estado de gracia. Su legado, me permitirán, en comparativa con el de compatriotas como Dario Argento, Lucio Fulci o Umberto Lenzi -por citar algunos maestros del horror trasalpino-, no envejece, no pasa de moda y continúa siendo una experiencia arrolladora… Pupi Avati, es acaso uno de los mejores realizadores de horror de su generación, pero siempre le han colgado el San Benito de apartarse de las constantes del género y buscar una ambigüedad que le permitiera coquetear con la autoría más vanguardista. Eso me permitirán, más allá de una boutade, se contesta con tan solo revisar algunas de sus piezas maestras; quien pretenda analizar el cine de horror la décadas de 1970 y 1980- sin atenerse a sus permutas trasgresoras y a sus fugas artísticas, conscientes y preclaras desde que Mario Bava reinventó el horror en tecnicolor, va dando palos de ciego.

Gran película, enorme ejercicio de estilo con casa misteriosa y un pasado escalofriante lleno de claves y acertijos que se proyectan -susurran- hacia el presente... ¿Quién puede pedir más? L.R.

Hogar, dulce hogar

Home movie (Christopher Denham Estados Unidos, 2008)
Noves Visions

A medio camino entre el divertimento irónico y el experimento formal y narrativo, Home movie consigue crear una creciente sensación de mal rollo y angustia en el espectador a partir de algo en apariencia tan inocente como las filmaciones caseras de una disfuncional familia media estadounidense -la familia Poe, ni más ni menos- que vive en una casa aislada en medio del bosque. La madre es psiquiatra infantil, el padre sacerdote luterano aficionado a disfrazarse en fechas señaladas y los dos hijos... asesinos en serie en potencia. A partir de retazos aparentemente inconexos de la vida de estos cuatro personajes, algunos más gratuitos que otros, algunos espléndidos, el director Christopher Denham juega con cierta ambigüedad -el comportamiento cada vez más agresivo y extraño de los niños se muestra con frialdad y distancia, las escenas más violentas, como la crucifixión del gato, apenas se muestran- y consigue la progresiva implicación de los espectadores con justas y muy bien medidas notas de humor negro. La película funciona con extraña perfección durante la hora inicial, cuando prescinde de coartadas y explicaciones, pero no tanto en su tramo final, disperso y confuso en exceso: mal asimiladas influencias de Funny games (Id., Michael Haneke, 1997) emborronan el a priori prometedor desenlace, en el que Denham pasa de especular con una explicación sobrenatural (la inquietante y fantástica rapidez de movimientos de los niños, el odio irracional que sienten hacia sus padres) a proponer una investigación psicológica sobre las secuelas de los maltratos infantiles que deriva en reflexión forzada sobre de la falta de valores y de la violencia gratuita de los adolescentes estadounidenses. P.R.

Vampire Lovers

Let the Right One In(Tomas Alfredson, Suecia, 2008)
Oficial Fantàstic a competición

Escandinavia nos ha dado muestras en este festival de tener una cantera más que interesante en la órbita del fantástico, si la sugestiva Sauna –película finlandesa de Antti-Jussi Annila-, nos pareció de lo más estimulante, Let the Rigth one in lleva ciertas consideraciones estilísticas muy deudoras del cine social del norte de Europa (Kiorastami y Lars Von Trier son paradigmáticos) a unas cuotas interesantísimas. El filme de Tomas Alfredson, adaptación de un excelente libro de Jonh Alvide Lindquvist –también guionista del filme-, es en apariencia un gélido y sofisticado relato de vampiros que no detiene en legados pretéritos ni en góticos preciosismos, el barroquismo seductor de filmes como Entrevista con el vampiro –con el que comparte algún planteamiento- no es algo reconocible en un filme hiperrealista y poderosamente melancólico. La idea del vampiro niño, siempre sugestiva, desde que Mario Bava la apuntara en Las tres caras del miedo no ha sido siempre desarrollada con la consideración que merecía, acaso Martin de George A. Romero sea la aproximación más voluntariosa –todo y que en este caso el upiro es un adolescente atrapado en su pulsión sexual egomaníaca-. Let the Right one in plantea una historia romántica entre un niño sensible y una niña monstruosa –sí , una idea pareja a de la injustamente denostada Drácula de Bram Stoker de Francis Ford Copola-, un relato cargado de telarañas morales que insinúa más sexo y deseo de lo que un espectador afín al género puede esperar en estos tiempos en que la bestia y el glamour fagocitan hasta componer una estética que marca tendencia . La poderosa carga carnal de este filme denso y contemplativo contrasta con su retrato sofocante de una comunidad del extrarradio del gélido Estocolmo en el que los adultos lucen como seres a la deriva, como una raza hibernada a la que la niña protagonista recurre para alimentarse.

La hibridación del mundo de lo fantástico y prohibido, en ese sentido es expuesta por T. Alfredson con una sensibilidad plenamente europea y con unos referentes estéticos que podrían entroncar con la espiritualidad quintaesencial de Fanny y Alexander de Igmar Bergman. La curiosidad infantil, el referente de un mundo adulto encriptado por la soledad y el frío, estimula una visión intimista, recogida en el la que el vecinito curioso interpretado por Hade Kedebrant se interesa por el estruendo sexual de una niña que menstrua a través de sus víctimas. Tomas Alfredson fabrica una joya fílmica en la que las miradas, la pulsión voyeur y la inocencia podrían competir con las de Verano del 46 de Robert Mulligan–no en vano en el fondo es esta la historia de amor entre una adulta (anciana) y un inocente niño. El cuarto largometraje de Alfredson, cuyos comienzos van relacionados con la televisión sueca, es un sencillo troquel de miradas y dentelladas en un mundo de nieve y desilusión, casi una revisión enfermiza de la idea de Medea que expusiera con enorme pericia David Cronenberg en Cromosoma 3.

Otro aspecto interesante de Let the Rigth one in obedece a sus fugas de humor cáustico, necesarias y bien dosificadas –véase la sensacional secuencia de la piscina-, una comicidad surreal que a instantes podría recordar a la entretenida Frosbitten si no fuera por que la realidad que esconde es tan desazonadora que abruma.
Estamos ante una puesta al día del ideario vampírico epatante, fresca y que abre nuevas vías... Let the Rigth one in ha sido una de las experiencias más refrescantes del festival y uno de esos títulos que marcan un antes y un después: una deliciosa obra maestra. L.R.

Un milagro cruel

Martyrs (Pascal Laugier, Francia, 2008)
Oficial Fantàstic a competición

Martyrs ha sido, sin duda, la película del festival y una muestra de que el cine todavía sirve para removernos las conciencias. Cruel y lírica, pretenciosa y valiente, y sobretodo, muy incómoda de ver y de racionalizar, la película, del director francés Pascal Laugier, se estrenó en Sitges precedida por una fama de filme extremo que ha ocultado todos sus aciertos bajo un sinfín de detalles escatológicos hinchados por quienes acudieron al pase de prensa (o que no acudieron, pero esa es otra historia). El resultado es que la película se ha juzgado como un filme extremo o gore al uso, cuando en este caso la violencia, que la hay, y el horror extremo son sólo mecanismos para lograr un fin determinado, pero no el fin en sí mismo. Vayamos por partes.

Martyrs se presentaba como un filme inscrito en la nueva corriente de cine de horror francés caracterizado por las actitudes provocadoras, la violencia extrema y el rechazo a la parodia que justifica su empleo ante el gran público. Es el caso de A l’Interieur, Haute Tension o Calvaire, por citar algunos ejemplos de un cine que destila coherencia por los cuatro costados. Martyrs da un paso más allá y convierte los mecanismos del cine gore en herramienta artística. De hecho, se trata de una perversión en toda regla del género: un antigore que descoloca al espectador y le deja sin códigos ni reglas para defenderse ante lo que ve. En cierto sentido, la película nos perturba porque nos convierte en perturbados.

No es la primera vez que el arte nos sitúa ante el horror. Las iglesias están llenas de murales bastante gráficos sobre degollamientos, decapitaciones, amputación de miembros y braseros donde quemaban, mataban y herían seres humanos. Eran los mártires, seres que alcanzaban la pureza a través del dolor: para renacer a la fe, primero hay que morir y el proceso, siempre terrible, se enseñaba con todo lujo de detalles a los fieles. La percepción cambia bastante si mostramos el horror en el cine: para que la violencia sea aceptada por el espectador, ésta debe codificarse, domarse, someterse a reglas conocidas por todos, convertirse, por tanto, en algo aceptable por la industria del entretenimiento. De aquí que el gore sea aceptable, más o menos, en un splatter o en filme bélico pero nos indigne en Martyrs.

Hay algo más. En Martyrs vemos como se tortura de manera metódica y detallada, lenta y morosa a una joven a la que hemos tenido tiempo de conocer, de la que sabemos nombre, apellido y circunstancia. Mientras esto ocurre, no podemos dejar de mirar, no podemos dejar de sufrir y no podemos dejar de reconocer que lo que estamos viendo es, de una manera cruel y provocadora, muy bello. Martyrs es un filme lleno de imágenes extremadamente crueles que conmueve los sentidos y remuerde la conciencia. Es como admirar el filo de la espada que ha de cortarnos la cabeza. La protagonista, que el director retrata en bellos primeros planos, tiene el perfil y los ojos que Dreyer dio a su Juana de Arco; los torturadores son seres siempre en penumbra, siempre de espaldas, y el espectador se encuentra muy cerca, siempre frente a la víctima. Esperando que ocurra un milagro espantoso.

Martyrs es una gran pregunta acerca del dolor, su moral y sus límites, y como tal cuestiona de raíz la institución que ha sido dueña del dolor durante siglos, la Iglesia; hecho que la conecta, de manera sorprendente, con Camino, el filme de Javier Fesser sobre la muerte de una joven en la órbita del Opus Dei. Pero sobre todo, Martyrs es un filme que aborda los límites de la representación del dolor en el arte: ¿hasta que punto aceptamos que el cine hurgue en nuestros deseos y miserias más íntimos? ¿Sirve de algo un cine que no lo haga?

La película fue premiada con el Méliès de Plata al mejor filme europeo, entre los silbidos de la crítica. M.T.

La niña ameba

Ponyo on the Cliff by the Sea (Hayao Miyazaki, Japón, 2008)
Sesión especial

'…y de oriente llegó para iluminarnos de nuevo, para hacernos reír y emocionarnos', una vez más el maestro de la animación, el gran director Hayao Miyazaki, nos regala una pieza maestra, ¡una maravilla!: Ponyo on the Cliff by the Sea.

Tras la espléndida sesión que nos sirviera hace dos años con El castillo ambulante, Hayao Miyazaki nos trae una historia sencilla y preciosista, un cuento mágico que reinventa La Sirenita y se sirve de un trazo austero, esencial, para colorear nuestras carencias anímicas. Ponyo es un cuento poderoso en el que el mar se erige en un personaje más, casi en una deidad que se trasmuta y puede ejercer de onírico reino en el que transitar, en el que limpiar nuestras conciencias. A sabiendas que, en parte, somos líquido, Miyazaki convierte a una ameba en niña, como resultado del desacato natural las fuerzas ocultas bajo el mar se revelan… un planteamiento que recuerda a La princesa Mononoke, para Miyazaki el echo de que la naturaleza se revele contra el hombre es un deseo oculto que fluye en sus argumentos, historias pobladas por niños que reinventan la realidad, contagian a sus padres y evocan un mundo mejor, más justo y mágico.

Sorprende en esta maravilla cinematográfica, el talento técnico de un artista total, que como Picaso, juega a reinventarse a través de una técnica de dibujo rauda, volátil y de sugestiva infantilidad. Apabullantes resultan soluciones escénicas como esas olas gigantescas que se enroscan sobre sí mismas como rizos, circunvalaciones que parecen ideadas directamente por un pequeño que apunta maneras con los rotuladores, eso por no hablar de sus increíbles soluciones para reinventar un mundo abisal poblado de criaturas maravillosas, las coreografías con las medusas, la modulación de los peces son simplemente deliciosas. Dos mundos que confluyen, fronterizos, el de los humanos desprovistos de ilusión y esperanza (maravilloso el retrato de las ancianas en el asilo) y el de unos seres puros que habitan bajo las aguas: en medio, Ponyo, esa niña ameba, casi un salvaje encantador, que ha venido para instalarse con nosotros. Solo queda aplaudir, disfrutar y pensar en el próximo regalo de Miyazaki, eso sí, entonando la canción de Ponyo, ¿aún no la conocéis? L.R

Todo por mi perro

Red (Tygve Allister Diesen y Lucky McKee, Estados Unidos, 2008)
Oficial Fantàstic a competición

Absurdamente incluida en la sección oficial a competición del festival, Red es un drama rural bien escrito y mejor interpretado pero que no presenta ningún elemento que pueda considerarse fantástico. Parábola rigurosa, demasiado rigurosa, del sacrificio personal, de la lucha por la justicia y el honor, y al mismo tiempo un canto a la honradez, la película adopta la estructura de un western crepuscular contemporáneo para narrar la lucha de un hombre viudo y jubilado (extraordinario Brian Cox) contra los responsables del asesinato a sangre fría de su viejo perro Red, hijos malcriados de un rico e influyente constructor de la pequeña comunidad rural dónde vive. Una lucha pronto (re)convertida en venganza y que acabará derivando en un absurdo baño de sangre, pero que es mostrada por los directores Tygve Allister Diesen y Lucky McKee con una exagerada frialdad formal y con una distancia que juega en contra de la implicación de los espectadores con la tragedia narrada y también en contra de su verosimilitud. El filme fuerza de manera exagerada la identificación de los espectadores con el protagonista -veterano de guerra, viudo y padre de dos hijos que también murieron tiempo atrás: el perro es el único recuerdo que le quedaba de su mujer- frente a la amoralidad y la falta de valores de los adolescentes antagonistas y a la prepotencia e ignorancia de su padre, representación del más rancio caciquismo. El modélico guión de Stephen Susco (basado en la prestigiosa novela homónima de Jack Ketchum) es puesto en imágenes de la manera más plana posible, incluso insípida, de manera que los resultados finales no están demasiado alejados de cualquier telefilme de sobremesa: muchas escenas están resueltas con un simple plano / contraplano y no hay en todo el metraje concesiones al humor negro ni licencias poéticas, de puesta en escena o de ninguna otra clase. P.R.

Agua purificadora

Sauna (Anttii-Jussi Annila, Finlandia, 2008)
Méliès a competición

Espléndido filme finlandés ambientado en una inquietante frontera entre Suecia y la Rusia del siglo XVI que recupera una mitología -la escandinava- desconocida para la mayoría del público. Sauna nos sitúa en una grieta cenagosa, un territorio árido y fantasmal en el que dos hermanos se ven abocados a expiar sus pecados pretéritos y presentes. La Sauna ancestral que da título al filme, como el territorio prohibido de Stalker de Andrei Tarkowski, es ese lugar mágico, ténebre, en el que la ortodoxia y el luteranismo se escinden y dan paso a un mundo pantanoso en la que vivos y muertos conviven en una particular connivencia.

El realizador Anttii-Jussi Annila, sugiere con elegancia y se sirve de unas texturas gélidas e inquietantes que en cierto modo nos trasladan a el universo paralelo y sofocante de ciertos filmes de Kiyoshi Kurosawa (Kairo), una paradigmática aportación al género de fantasmas que deriva con inteligencia a planteamientos existenciales y que nunca renuncia al retrato complejo e inquietante del hombre que ha perdido la fe en si mismo y aquello por lo que lucha, no en vano sus protagonistas son soldados a la deriva -tanto o más que los protagonistas de Grupo Salvaje de Sam Peckinpah-.

Sauna es un filme magnífico, que invita a la reflexión y al debate, pero que además porfía al espectador la maneja de su construcción mediante una dosis elemental de símbolos e iconos. Aquellos que pensaban que la sauna era únicamente un lugar para recuperar la salud o eliminar toxinas estaban equivocados, esos ancestrales calderos de obra también son espacios de muerte y placentas inquietantes.
Un título que mereció mejor suerte en las quinielas del festival. L.R.

Perdidos en Nueva York

Synecdoque, New York (Charlie Kaufman, Estados Unidos, 2008)
Oficial Fantàstic fuera de competición

El esperadísimo debut en la dirección de uno de los guionistas más importantes, influyentes e originales del cine contemporáneo mundial causó en Sitges una impresión parecida a la que despertó en el último Festival de Cannes, ni frío ni calor. Manteniéndose fiel a las principales constantes de muchos de sus guiones (la dificultad del proceso creativo y la soledad del escritor / creador, la imposibilidad de controlar nuestra vida e incluso de enfrentarnos a la realidad entendida en un sentido casi abstracto), siempre con un pie en el drama existencial y otro en la comedia absurda, Charlie Kaufman ha intentado ir un paso más allá de sus característicos rompecabezas emocionales y narrativos: la historia de un director teatral (excelente Philip Seymour Hoffman) que intenta organizar el caos que rige su cabeza montando una obra teatral de su propia vida podía haber dado pie a una afilada reflexión sobre la absurdidad de la sociedad contemporánea (y yendo más allá, también sobre la absurdidad de la propia existencia), pero se queda un poco a medio camino de todo. Después de unos primeros tres cuartos de hora espléndidos, repletos de diálogos extraordinarios y con varias ideas de antología (el miedo del personaje interpretado por Samantha Morton a morir quemada en su casa es visualizado con su residencia permanentemente en llamas y repleta de humo), la película empieza a dar vueltas sobre sí misma sin llegar a ninguna parte. Quizá de manera deliberada, Kaufman parece querer perderse en sí mismo, pero sólo consigue confundir y aburrir a los espectadores con la adopción de una estructura en abismo carente de progresión y desenlace: la realidad del protagonista pronto se convierte en una representación teatral, que más adelante se convertirá en la realidad de otra representación teatral sobre la representación teatral inicial, y así sucesivamente. A cada nueva vuelta de tuerca del guión el filme deviene más caótico y disperso, no tanto porque resulta imposible distinguir la realidad de su representación, y a los actores de los personajes que interpretan, sino porque la trama no parece obedecer a otro objetivo que no sea la imposible representación del caos y carece de un verdadero fin en sí misma. P.R.

El fantasma en la máquina

The Sky Crawlers (Mamuro Oshii, Japón, 2008)
Oficial Fantàstic a competición

Para bien y para mal, Mamoru Oshii se ha acercado mucho al espíritu de nuestro tiempo, en la medida, claro está, en que este espíritu se parezca a una sociedad japonesa hipertecnificada y en cierto sentido, moribunda. En los filmes de Oshii, un director de anime japonés autor de filmes de culto como Ghost in the Shell o Avalon, la estética hace el papel de brillante envoltorio de un misterio que escapa siempre a la compresión del espectador. Las historias se retuercen, la narrativa se oscurece y en su centro parece que el misterio se desvanece para convertirse en la pura nada. Oshii es un maestro en la tarea de hacer fascinante la pura vacuidad. En sus filmes, sólo la forma es trascendente.

La oscuridad de los argumentos, la filosofía de salón hecha a medida para adolescentes han convertido sus películas en productos de consumo para jóvenes atormentados. El director construye mundos artificiales donde vuelve una y otra vez a los mismos temas de raíz ciberpunk: La relación, no siempre pacífica, entre el hombre y la máquina y la búsqueda de la inmortalidad a través de la tecnología.

The Sky Crawlers es un filme que parte de esta vacuidad común a todos los trabajos de Oshii y además, la convierte en la médula de la película; lo que no deja de ser interesante como punto de partida. La historia nos coloca en un futuro cercano donde las guerras se representan como espectáculos aéreos televisados sin peligro para los ciudadanos. Sólo participan en ellas jóvenes adolescentes incapaces de envejecer, personajes ideales, por tanto, para que Oshii desarrolle un discurso filosófico entorno a la memoria, el olvido y el sentido de la vida. Más que en sus otros trabajos, el autor opta por un ritmo cadencioso y lento (muy lento dirían algunos), centrado en los detalles y en el día a día de los protagonistas, roto a intervalos por espectaculares imágenes de batallas aéreas donde se aprecia un excelente trabajo en 3D –a cargo del estudio PRODUCTION I.G, responsable también de Ghost in the Shell-. El resultado es más coherente y más adulto que sus anteriores filmes, como si al reconocer su incapacidad para explicar la realidad de sus protagonistas tristes y asexuados, dejara atrás la trascendencia tecnológica y rozara cierta verdad humana. M.T.

Terminal USA

Southland Tales (Richard Kelly, Estados Unidos, 2006)
Retrospectiva Ciencia Ficción

Richard Kelly nos sobrecogió hace unos años con su ingenio y riesgo en la particular obra generacional Donnie Darko y al fin hemos podido recuperar su ambiciosa segunda película, Southland Tales, con algunos -demasiados- años de retraso. El nuevo filme de Kelly es un mosaico surreal e inquietante de una Norteamérica post-nuclear que no renuncia a su frívola idiosincrasia, un filme excesivo y acaso estresante que puede conducir a un magma de desilusión si uno se deja llevar por sus concéntricas irregularidades y su mayestático planteamiento coral, pero si el espectador asume que está contemplando un fresco en construcción y racionaliza que lo mostrado es tan estúpido e intrascendental que no merece una teorización irritante es cuando Southern Tales gana en interés y acaba por dejar una sensación positiva.

Entre Escape from New York (John Carpenter) y Brazil (Terry Gillian), Kelly sustenta un producto de vocación intelectual con un material de derribo preclaro y malos actores protagonistas como La Roca (para la ocasión un émulo del más superficial y beodo Arnold Swarzzenager) . Southland Tales es una crónica de religión y política, un chascarrillo denso en que la televisión y el poder podrían conformar un culebrón al estilo 'Dinastía' y un cuento redentor con pespuntes de ciencia ficción nada desdeñables.

Acaso este intento por plasmar el ocaso de una civilización a la manera de La caída del Imperio Romano merecería una segunda valoración por parte de aquellos que sistemáticamente la han denostado. El de Kelly es un filme diferente y terminal que tiene más que ver con la literatura de J. G. Ballard que con un folletín descocado y preciosista -de ahí que su esencia kitsch sea irresistible-. La diferencia está en la frivolidad que adopta el director para relatar algo que en otras manos sería más trascendental que el Titanic de James Cameron. Vale la pena recrearse en la estupidez humana y en su egomanía, yo, como Kelly, lo tengo claro. L. R.

El hartazgo existencial

Tale 52 (Istoria 52, Alexis Alexiou, Grecia, 2008)
Oficial Fantàstic a competición

El director griego Alexis Alexiou nos presenta con Tale 52 un proyecto duro, difícil y cerrado como un cubo de Rubick. La apuesta se apoya en un guión matemático, que busca el elemento fantástico en la pura abstracción formal, a la manera de Cube o incluso de Primer, y en una puesta en escena áspera y claustrofóbica apoyada en dos únicos personajes y un único espacio. El argumento da pie a laberintos formales: un hombre pierde al amor de su vida y por algún motivo inexplicado revive incontables veces ese mismo hecho. La idea no es nueva, ya se empleó en Memento, por poner un ejemplo conocido, aunque el filme se parece más al Día de la Marmota, en versión seria y pesadillesca. El director, que también es el guionista de la historia, ha optado por llevar la premisa inicial hasta sus últimas consecuencias y muestra una aspiración casi documental para reproducir el día a día de un insecto humano atrapado por su pasado. La cámara actúa como un aparejo científico que capta las pequeñas acciones que el protagonista se ve obligado a repetir sin cesar una y otra vez, con algunos pequeños cambios: fregar los platos, mancharse con la pasta de dientes, discutir con su novia, perderla… La película está construida sobre la repetición, la ansiedad y el hartazgo que este hecho produce tanto en el espectador como en el protagonista y que sólo puede acabar en locura. Tale 52 no es una película fácil ni entretenida, ni destaca por una bella factura visual, aunque sí es un filme muy coherente con sus propios principios. Si bien en este caso, coherencia no sea sinónimo de excelencia artística. El filme aburre hasta a las ovejas, a pesar de todas las buenas intenciones del director y guionista, y a pesar de ser un producto redondito en el que lo mejor esté al principio y al final de la película: sobra casi todo lo demás. El festival aplaudió la idea, que no deja de ser interesante, con el premio al mejor guión. M.T.

Halloween es una fiesta

Trick 'r threat (Michael Dougherty, Estados Unidos, 2008)
Sesión especial

La primera de las “sorpresas” del festival fue el esperado debut en la dirección del guionista Michael Dougherty, un filme de episodios producido por el director Bryan Singer que reivindica con nostalgia e ironía el genuino espíritu terrorífico de la noche de Halloween. Filme autoreferencial y plenamente consciente de su condición de divertimento sin pretensiones, Trick or threat aglutina y mezcla ideas y elementos de la más diversa procedencia, desde los míticos cómics terroríficos de la editorial norteamericana E.C. hasta La pandilla basura, sin olvidarse de La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978), pero lo hace con nervio y agilidad, manteniendo un difícil equilibrio entre el terror y el humor y sin cargar demasiado las tintas en ninguno de los dos aspectos. Dougherty obvia de forma inteligente la estructura habitual de los filmes divididos en diferentes episodios: la acción transcurre en una sola noche y los diferentes protagonistas se cruzan repetidas veces a lo largo del metraje, hecho que otorga a la producción una notable homogeneidad de tono y estilo. Una secta de mujeres-lobo, un falso vampiro aficionado a enterrar niños en el jardín de su casa, los fantasmas de ocho chicos perturbados cuyo autobús se estrelló tiempo atrás en una ciénaga y un muñeco de peluche (o eso parece) con malas pulgas son los principales protagonistas de una función pensada en buena medida para el público adolescente. Más allá de algunos problemas de ritmo y de una inevitable aunque sana sensación de deja-vù, la película destaca por su aplicado y atmosférico trabajo de puesta en escena que se sitúa más cerca del cine de Tim Burton que de los mediocres slashers adolescentes de la década de los ochenta del siglo XX. P.R.

Resucitar a los muertos

Vinyan (Fabrice Du Welz, Francia, 2008)
Oficial Fantàstic a competición

Fabrice Du Welz, el autor de la genial Calvaire, toma en Vinyan caminos más ajenos al género y nos presenta un particular 'Corazón de las Tinieblas' ambientado en la selva tailandesa. Vinyan es un oscuro y desesperanzado viaje de una pareja para encontrar a su hijo desaparecido durante el Tsunami que asoló las costas del mar Índico en el año 2005. Pensado en un principio como un remake de Quien puede matar a un niño, de Chicho Ibáñez Serrador, el filme ha acabado por recordar más en forma y en espíritu a La última ola de Peter Weir. Vinyan es un filme atmosférico y perturbador: un viaje sin posibilidad de vuelta atrás al húmedo y tenebroso mundo de los muertos tailandeses.

El filme arranca cuando la madre (interpretada por Emmanuelle Béart) cree reconocer a su hijo en unas imágenes de vídeo tomadas en un lugar remoto de la selva. La pareja se embarca entonces en una búsqueda sin esperanza en pos de un hijo al que no quieren dejar morir en paz y que les llevará desde la civilizada Bangkok hasta los dominios de lo salvaje: un terreno mítico e irracional habitado por espíritus con forma de niño. En el camino, se irán despojando de sus defensas racionales al tiempo que se dejaran vencer por los miedos y la oscuridad que acechan en la penumbra de la selva. Triunfa lo instintivo, el sexo se vuelve explícito, y el sueño va ganando terreno a la vigilia. Para representarlo, Du Welz va alterando la coherencia narrativa y sumerge a sus personajes en un duermevela crepuscular de contornos desdibujados por las lluvias incesantes y tamizados por una selva cada vez más espesa.

Un apunte: atención a los títulos de crédito del principio, una forma económica, sutil y hermosa de narrar el paso de un tsunami. M.T.


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