publicado el 19 de julio de 2005
Lluís Rueda | Se hace especialmente aciago hablar mal de un director como Hideo Nakata que hace muy poco nos dejó literalmente pegados al asiento con su asfixiante Dark Waters (Honogurai mizu no soko kara, 2002) y cuya fundacional The Ring (Ringu, 1998) ha influido de una manera tan interesante en el presente del cine de terror. Es una lástima, pero los aires de Estados Unidos parecen no haberle sentado demasiado bien.
Nada hay peor para un filme de horror que provocar risas involuntarias y justamente eso es lo que ha sucedido con esta nueva The Ring 2. La segunda parte del remake americano (dirigido por Gore Verbinski), cuyo guión es original y ha materializado el mismo Nakata, es el filme que condena definitivamente la franquicia a rellenar el hueco que en la década de 1990 cubrieron sagas como Scream o a finales de la década de 1980 las innumerables partes de las pesadillas de Freddie Krueger: y no olvidemos que todas estas sagas partieron de filmes originales nada desdeñables.
Nada hay peor para un filme de horror que provocar risas involuntarias y justamente eso es lo que ha sucedido con esta nueva The Ring 2. La segunda parte del remake americano (dirigido por Gore Verbinski), cuyo guión es original y ha materializado el mismo Nakata.
El director de Chaos ha confeccionado un pastiche, irregular y pretencioso que se nutre de filmes como El exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedking, La Profecía (The Omen, 1976) de Richard Donner, Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street, 1984) de Wes Craven, Polstergeist (1982) de Tobe Hooper e incluso la más reciente El enviado (Godsen, 2004) de Nick Hamm. Todo ello sin olvidar aspectos argumentales muy reconocibles como la antes citada Dark Waters.
Para aunar todas estas referencias Ehren Kruger (guionista de Scream 3) ha confeccionado un libreto que especula de principio a fin y está siempre a merced de giros argumentales bochornosos, con lo que ha relegado la esencia de la fundacional The Ring a un prólogo bastante más interesante que la película en sí misma.
Si exceptuamos el arranque y un par de secuencias de genio como el ataque de los ciervos al coche en el que van Rachel (Naomi Watts) y su hijo (David Dorfman), o el momento en que Rachel baja al sótano de la antigua casa de la niña fantasma Samara, el resto se queda en una retahíla de tópicos más o menos engalanados de efectos visuales pixelados.
El resto del filme, con el proceso de posesión del crío por parte de Samara como eje central, provoca no pocas risas, cuando no la carcajada en secuencias concretas como el suicido inducido de la psiquiatra o la hilarante escena de la tostada con mermelada y el vallium.
Poco más podemos añadir, la saga maximiza su aparatosidad en favor del mainstream y el terror pierde. El fantasma de la cinta de video, Samara, antaño Sadako, poco ya puede perturbar nuestros sueños; la maquinaria hollywoodiense la ha sacado del país de los muertos y la ha convertido en un icono del Digest satanista: a la altura de los Cradle of Filth.
Por favor señor Nakata, vuelva a Japón. Entre todos le pagamos el viaje.