boto

estrenos

publicado el 29 de diciembre de 2009

Avatar como síntoma

En un corto espacio de tiempo y apenas con un año de diferencia se han estrenado en España dos filmes de talante y objetivos opuestos que tienen la virtud de hacer visible la deriva continental que sufre el cine como espectáculo de masas. Se trata de Avatar, la obra mastodóntica de James Cameron, empeñado en cambiar la historia del cine, y en justa oposición, Ponyo en el Acantilado, la humilde vuelta a los orígenes de la animación dirigida por el realizador japonés Hayao Miyazaqui. Saco de la chistera tan peregrina comparación para poner de manifiesto dos formas diferentes de responder a un mismo síntoma: el cine ha llegado a una suerte de frontera y vacila entre precipitarse hacia lo virtual o volver a la inocencia de los orígenes. Hayao escoge el papel y los lápices de colores y nos regala un hermoso cuento infantil de trazo intimista, Cameron apuesta sin ambages por el espectáculo y arrastra todo Hollywood tras de sí. La respuesta es clara: las salas vuelven a llenarse y Avatar va camino de emular a Titanic.

Nada menos que quince años ha dedicado el director de cine James Cameron en poner sobre la pantalla Avatar. Después del éxito de Titanic, el director estadounidense se había convertido en una máquina de hacer dinero y gozaba de carta blanca en las productoras de Hollywood para hacer lo que le viniera en gana. El objetivo inicial de Cameron era realizar una suerte de filme total en el género de la ciencia ficción: un universo propio y autosuficiente para la creación del cual el realizador decidió trascender los límites de lo representable en su época. Por este motivo hizo una puesta radical más allá de los límites físicos de las maquetas y los actores: su nuevo mundo seria digital y en tres dimensiones. La historia está basada en una novela que Cameron escribió en 1994 y que decidió guardar en el cajón a la espera de que la técnica de lo virtual avanzara lo suficiente para poder representarse en la pantalla. El realizador decidió por fin convertir su historia en guión en 2006, tres años después que Peter Jackson cerrara su trilogía de El señor de los anillos, que había conseguido recrear con éxito los mundos de Tolkien en la gran pantalla empleando tecnología virtual.

Esta pleitesía tecnológica de Avatar marca la génesis i el carácter de la película de Cameron pero no convierte el filme en una revolución cinematográfica. Su apabullante maestría técnica, indudable, su perfecta representación de la profundidad tridimensional o su recreación de hasta los más pequeños detalles de ese nuevo mundo que es Pandora no dejan de ser un calco de los que ya hicieron en su día George Lucas con La guerra de las Galaxias o Peter Jackson con el universo de Tolkien, pero con muchísimos más medios técnicos y muchísima menos imaginación. Cameron no añade ni un ápice más a las propuestas narrativas, formales y estéticas del antiguo cine de aventuras, sólo las adorna y las abarroca hasta lo kitsch y las pone al límite mismo de lo que le permite la tecnología.

¿Y qué mundo recrea Cameron en Avatar? Su nuevo mundo es Pandora, una suerte de Norteamérica interestelar poblada por habitantes en comunión con la naturaleza. A este paraíso perdido llega Jake Sully, un marine parapléjico que debe tomar un avatar virtual: una criatura medio alienígena y medio humana creada genéticamente que le permite interactuar con sus pobladores con la intención de manipularlos para conseguir sus ricos recursos naturales. El primer conflicto que plantea Cameron en su película tiene que ver con la explotación y el colonialismo, que aquí toma la forma nada disimulada de la lucha entre el hombre blanco y los nativos norteamericanos y que recuerda a filmes como Bailando con Lobos, con el que comparte la figura del hombre blanco comprensivo con los nativos, o a mitos como Pocahontas. El filme también tiene puntos en común con la rica tradición de la novela de ciencia ficción que explora la colonización espacial. Es el caso de "El nombre del mundo es bosque", de Úrsula K. Leguin, en la que el hombre blanco explota a un pacífico pueblo alienígena, también en contacto con la naturaleza, hasta que éste se rebela, o "Call me Joe", de Poul Anderson, un cuento corto publicado en 1957 que también está protagonizado por un soldado parapléjico que controla telepáticamente un cuerpo extraterrestre con el que se acabará identificando. El parecido es tan razonable que hay quien le ha acusado de plagio, hecho que en mi humilde opinión ni le quita ni le añade defectos a la película. Avatar, se inspire o no en otras películas, libros o novelas, sigue siendo un compendio de clichés narrativos fáciles de digerir y una apuesta estética que vuelve tridimensionales los muñecos de Ray Harryhausen, multiplica por mil la estética de los ewoks de Lucas y magnifica los paisajes de Peter Jakson. Si no querías caldo, tres tazas.

La filosofía New Age y el ecologismo de índole trascendental es la tercera pata que sostiene a la película de Cameron (las otras dos son la tecnología virtual y la mala conciencia de hombre blanco colonizador). Cameron rescata para la ocasión la hipótesis de Gaia, creada en 1969 por James Lovelock, y la somete a una puesta al día cuanto menos interesante. La teoría sostenía que nuestro planeta es una superestructura que se comporta como un ser vivo, de la misma manera que nosotros somos seres vivos y estamos a la vez, formados por células. Cameron reviste esta teoría ecologista con la marca de los nuevos tiempos: las tecnologías de la comunicación. Los pobladores de Pandora se comunican entre ellos y su mundo como quien se conecta a Internet desde su casa mientras los árboles hunden sus raíces como cables eléctricos. Por su parte, el marine protagonista comanda a su alter ego alienígena como quien maneja a un yo virtual en un videojuego de los Sims. Lo virtual sirve en Avatar para volver sin riesgos a un mundo original, al paraíso perdido que perdimos cuando decidimos convertirnos en seres tecnológicos. De una manera extraña, Ponyo y Avatar acaban por dar la misma respuesta a la pregunta que planteábamos al principio: hay que volver a los orígenes. Sólo que Ponyo es bella, sugerente y emocionante, y Avatar es estéticamente fea, grandilocuente y aburrida [1]. No obstante, en algo han acertado los que veían en Avatar algo así como una profecía del futuro del cine made in Hollywood: será tridimensional, caro, virtual e infantil.

  • [1]. mención aparte merece la banda sonora de la película, compuesta por James Horner. Al score de Avatar, con toques tribales que recuerdan a músicos como Enya, no está a la altura de Titanic.

    Epílogo

    El tiempo juega a condecorar la visión de Cameron como la película del año. Los globos de Oro, que entregan cada año los periodistas afincados en Hollywood, la han premiado como mejor película dramática y han escogido a Cameron como mejor director a la vez que éste, con buen olfato para el sentir del público de masas, ávido de nuevas experiencias tecnológicas, decide crear una trilogía y aprovechar su mundo reciclado para crear su propio Señor de los anillos en clave virtual y tridimensional.

  • SUBIR.


archivo