publicado el 19 de julio de 2005
Juan Carlos Matilla | Adaptación del celebérrimo cómic de la DC Vértigo, Hellblazer (creado por Jaime Delano y Garth Ennis a partir de una idea original de Alan Moore), Constantine (2005) supone el debut en la realización de largometrajes del director de vídeo clips Francis Lawrence y uno de los primeros blockbusters del cine fantástico estadounidense del año. Protagonizado por Keanu Reeves, el filme narra las infernales aventuras de un detective experto en demonología, John Constantine, que se dedica a limpiar de demonios las calles de Los Ángeles para así poder ganarse la entrada en el Cielo.
Constantine, digámoslo ya sin rodeos, es un filme harto mediocre que navega por los márgenes de subgéneros del cine fantástico tan codificados como el horror bíblico, el romanticismo siniestro, el cine de superhéroes y el trhiller urbano. Tal mezcla de estilos acaba otorgándole al filme una cierta atmósfera atractiva aunque la precipitación narrativa, el abuso de lugares comunes y la histérica puesta en escena acaban malogrando el producto. Como película enmarcada en la corriente de horror bíblico, Constantine bebe del tono apocalíptico de filmes como El exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedkin, La profecía (The Omen, 1976), de Richard Donner, El príncipe de las tinieblas (The Prince of Darkness, 1987), de John Carpenter, o Ángeles y demonios (The Prophecy, 1995), de Gregory Widen, aunque no comparte en absoluto el enfoque mesurado y turbador de éstos.
Como muestra de romanticismo gótico, el filme se mira en el espejo de obras como El cuervo (The Crow, 1994), de Alex Proyas, o Underworld (2003), de Len Wiseman, aunque sin decidirse del todo a explotar la vertiente malsana de su vena melodramática. En cuanto al cine de superhéroes, el filme de Lawrence roba (sin contemplación ni vergüenza) elementos de Daredevil (2003), de Mark Steven Jhonson, y Hellboy (2004), de Guillermo del Toro, y, por último, como relato de thriller urbano consigue ciertas dosis de estilización ya que sabe combinar con bastante acierto la suma de grotescos y sádicos elementos fantásticos con las ambientaciones propias del cine noir en lugares del todo cotidianos (aunque, todo hay que decirlo, este rasgo le debe la vida al realismo alucinado de ciertas secuencias de The Matrix).
Constantine es un ejemplo más de la molesta tendencia del cine fantástico estadounidense a preferir epatar a la audiencia mediante el uso y abuso de una espectacularidad formal mal entendida en lugar de seducirla e inquietarla con un dominio más adulto y meditado de los recursos narrativos.
Constantine es un ejemplo más de la molesta tendencia del cine fantástico estadounidense a preferir epatar a la audiencia mediante el uso y abuso de una espectacularidad formal mal entendida en lugar de seducirla e inquietarla con un dominio más adulto y meditado de los recursos narrativos. Todo en el filme está llevado al paroxismo, al extremo: el montaje en corto, las angulaciones forzadas, el manierismo sin justificación de la puesta en escena, el exceso de efectos digitales, la interpretación demasiado hierática de unos (Reeves) y excesivamente histriónica de otros (Peter Stormare, Tilda Swinton), la música intrusiva (de una heterogeneidad bastante calculada: desde el leit motiv carpenteriano a los hits del metal), etc.
Así, tal exuberancia de elementos acaba influyendo en el mismo director quien hilvana soluciones atractivas (el inquietante plano general de los animales muriendo al paso del portador de la lanza del destino, el bello apunte del reflejo ígneo de las pupilas de los seres eternos en contraposición a la oscuridad de los ojos de los humanos, el acertado uso de las sombras en ciertos pasajes, etc) con otras de pésimo gusto (en especial, las secuencias del Infierno y el enfrentamiento final, mal planificadas y con un desconcertante tono grandguignolesco). Abúlica, desconcertante y simplona, sus dos horas de aburrido metraje acaban pesando como una losa y condenando sus intenciones de creatividad a los infiernos.