publicado el 14 de enero de 2010
En plena fiebre de los psycho-thrillers, el director australiano Richard Franklin, el guionista y futuro director Tom Holland y el productor Hilton A. Green sorprendieron a propios y extraños con la continuación oficial de Psicosis (Psycho, 1960), uno de los títulos más míticos de la historia del cine. El desprecio y la indignación que el filme despertó entre la crítica más o menos seria por el sacrilegio cometido pronto se convirtió en sorpresa y reconocimiento: lejos, muy lejos de los más efectistas filmes de psicópatas surgidos a raíz de Viernes 13 (Friday the 13th, Sean S. Cunningham, 1980), Psicosis 2, el regreso de Norman era –y sigue siendo– un vigoroso ejercicio de terror psicológico que trata con inusitado respecto a la obra maestra de Alfred Hitchcock, aportando nuevas ideas y elementos de estudio a la figura del ilustrísimo psicópata Norman Bates.
Pau Roig | Hilton A. Green (nacido en 1929), ayudante de dirección de Hithcock en Psicosis (Psycho, 1960) y Marnie, la ladrona (Marnie, 1964) y uno de los principales artífices a la sombra de la serie de televisión Alfred Hitchcock presenta (Alfred Hitchcock presents, 1955–1962) fue el principal impulsor de una producción polémica desde antes del rodaje. El autor de la novela original en la que se basó Psicosis, el escritor Robert Bloch (1917–1994), ofreció a la Universal los derechos de su segundo libro sobre el psicópata Norman Bates precisamente titulado 'Psicosis 2' (publicado en 1982 en Estados Unidos y al año siguiente en España), pero la compañía desestimó la oferta: la novela de Bloch, para algunos una burda explotación comercial de La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978) y para otros una irónica reflexión sobre los mecanismos del slasher entonces en boga, transcurría en Hollywood y presentaba una grotesca sucesión de asesinatos paralela al rodaje de una película sobre los hechos relatados en el primer libro [1]. Continuar la trama de un filme conocido por todo el mundo y considerado unánimemente como una obra maestra sin caer en la caricatura o la parodia sangrienta parecía, de hecho, una tarea imposible, pero Green dio en el clavo con el guión del ex actor Tom Holland. Nacido en 1943 y pronto consagrado como director con títulos de culto de la talla de Noche de miedo (Fright night, 1985) y Muñeco diabólico (Child’s play, 1988), Holland ya había demostrado su pasión por el género en títulos como Con la bestia dentro (The beast within, Philippe Mora) y Clase 1984 (Class of 1984, Mark L. Lester), estrenadas el año anterior, y el libreto de Psicosis 2, el regreso de Norman puede considerarse su obra magna. Nadie mejor para trasladarlo en imágenes que uno de los más grandes admiradores de Hitchcock, el realizador australiano Richard Franklin, responsable de Patrick (Id., 1978) y de Road games (1981), thriller muy influenciado por el cine del “mago del suspense” con un destacado papel de Jamie Lee Curtis. Green, además, completó el equipo técnico con dos figuras de primer orden que venían a rubricar el carácter nada baladí de la producción: el compositor Jerry Goldsmith (1929–2004), ganador del Oscar de la especialidad por su magistral partitura para La profecía (The omen, Richard Donner, 1976), y el director de fotografía habitual de John Carpenter, Dean Cundey (nacido en 1946). La película, es evidente, no podría haber existido sin el concurso del actor que diera vida a Norman Bates en el filme de Hitchcock, Anthony Perkins (1932–1992), repitiendo el papel que marcaría, no precisamente para bien, una filmografía pronto hundida en los márgenes del terror de serie B y serie Z. Los mandamases de la gran U se cubrieron aún más las espaldas con la presencia de Vera Miles (nacida en 1929), retomando el personaje que interpretara más de veinte años atrás a las órdenes de Sir Alfred pero ahora con un peso mayor en la trama [2].
Entre el homenaje y la reinvención
Psicosis 2, el regreso de Norman empieza con la famosa escena de la ducha del filme original, uno de los momentos culminantes de la historia del séptimo arte, presentada aquí con algunos planos no utilizados en el filme original. La cámara se aleja seguidamente del cuerpo sin vida de Janet Leigh en un vigoroso travelling para encuadrar la siniestra casa de Norman Bates contigua al motel de su propiedad, momento en el que el blanco y negro original vira a color y en el que aparecen los títulos de crédito. Una presentación que es toda una declaración de intenciones: no se trata de superar, ni siquiera de copiar o recrear el estilo y el tono del filme fundacional de Hitchcock, sino de homenajearlo y, de paso, actualizar algunos de sus presupuestos y elementos característicos desde el respeto y la admiración. El guión de Holland, consciente de la imposibilidad de superar a cualquier nivel los dos principales –e imprevisibles– giros argumentales del original (el asesinato de la teórica protagonista a los treinta minutos de metraje y el descubrimiento de la verdadera identidad del asesino: el propio Norman Bates), dosifica con inteligencia la información y juega la carta del suspense y la ambigüedad con una cuidada colección de pistas falsas. La idea principal idea que sostiene todo el relato, tan simple como genial, es el hecho de que Norman no sea el asesino de los crímenes que pronto empiezan a suceder en la pantalla, que hubiera sido la opción más fácil y previsible. La sencillez es una de las principales virtudes de una trama perfectamente estructurada: tras pasar veintitrés años encerrado en un hospital psiquiátrico por los siete asesinatos que cometió (creyendo que la verdadera responsable era su madre, muerta tiempo atrás), Norman Bates sale finalmente en libertad y empieza a trabajar de ayudante de cocina en un bar de carretera. Su mente trastornada se ha curado y ya no representa ningún daño para la sociedad, motivo por el cual su médico (Robert Loggia) ha autorizado su puesta en libertad. Pero Lila Loomis (Miles), hermana de una de las víctimas, no está dispuesta a permitirlo y ha urdido un maquiavélico plan para que vuelva a ser encerrado con la ayuda de su hija Mary (Meg Tilly). Mary ha conseguido trabajo de camarera en el mismo bar donde trabaja Norman con el nombre de Mary Samuels (nombre falso utilizado por el personaje interpretado por Janet Leigh en Psicosis para inscribirse en el motel Bates), y aduciendo una pelea con su novio no tardará en instalarse en la casa de los horrores. Lila realizará insistentes llamadas telefónicas haciéndose pasar por la madre de Norman, mientras Mary se vestirá como ella y dejará notas obscenas a Norman para hacerle creer que todavía está viva, y que le vigila, no sólo en la casa sino también en el bar: “No dejes que esa puta vuelva a mi casa”, leerá Norman en lugar del habitual pedido de hamburguesas y refrescos, y el susto estará a punto de hacerle perder los papeles.
La modélica presentación de los diferentes personajes y el sobrio trabajo de puesta en escena del realizador atrapan de inmediato la atención del espectador, si bien la admiración entusiasta de Franklin hacia Psicosis le juega algunas (pequeñas) malas pasadas: la principal, su reflejo constante en la obra de Hitchcock, ejemplificado en una utilización excesiva de los planos cenitales pero también en la recreación detallada de planos idénticos a los de la película original y en una innecesaria tendencia al subrayado (véase la inclusión gratuita de efectos sonoros destinados a aumentar las dudas de los espectadores sobre la salud mental del protagonista). A cambio, es de justicia señalar que el guión de Holland destaca por su atención a los pequeños detalles y por algunos apuntes aparentemente intrascendentes pero no exentos de un humor negrísimo: véase, en este sentido, el momento en el que Mary lee una novela titulada “En la guarida de la bestia” en la habitación de huéspedes de la casa de Norman, no sin antes haber atrancado la puerta con una silla. Los diálogos, a diferencia de muchos slashers producidos en la misma época, son también un punto fuerte de Psicosis 2, el regreso de Norman: “Recuerda sólo las cosas buenas de tu madre”, le dice Mary a Norman en un momento determinado, a lo que éste responde: “Los médicos se las llevaron”. En algunos (pocos) momentos, es cierto, el alud de referencias y citas a la película fundacional entorpece el desarrollo de la trama. Dos ejemplos: el agujero en la pared de la habitación de la madre de Norman que permite ver desde una excelente perspectiva todo lo que transcurre en el lavabo contiguo y la escena de ducha de Meg Tilly, un guiño demasiado previsible a Hitchcock y que a la hora de la verdad sólo sirve para mostrar los encantos naturales de la actriz. Emulando al mago del suspense, en todo caso, el director Richard Franklin realiza un breve cameo en el bar donde trabaja Norman (se le ve sentado frente a una máquina de videojuegos); Holland, por su lado, se reserva un papel secundario en la trama, interpretando al oficial de policía Norris.
En su desmedido afán de venganza y en su odio irracional, ¿Lila será capaz de matar para que Norman sea culpado de los crímenes? Incluso su propia hija empezará a dudar de la cordura de su progenitora ante el inesperado giro de los acontecimientos. La primera víctima será el manager del antiguo motel Bates, el siniestro Warren Toomey (Dennis Franz), despedido casi de entrada por Norman por haber convertido las instalaciones en un tugurio de sexo y drogas y asesinado poco después por la que parece, inequívocamente, la madre de Norman: el pelo blanco largo y recogido, el vestido azul estampado, las zapatillas y el largo cuchillo de cocina que empuña, así lo confirman. La segunda víctima será un chico joven que había entrado en el sótano de la mansión de Norman para fumar porros y retozar con su novia, uno de los puntos más endebles de todo el libreto: nada aporta al desarrollo de la trama aunque propicia la primera visita del sheriff Hunt (Hugh Gillin) a la casa, dónde ni él ni su ayudante descubrirán rastro alguno del asesinato denunciado por la chica. Las sospechas del sheriff, también el médico de Norman, recaen durante buena parte del metraje en Lila y Mary; la primera se hospeda en un hotel de la cercana población de Fairvale, mientras que la verdadera identidad de la segunda ya sido descubierta. La propia Mary, convencida de manera un tanto precipitada de la inocencia de Norman, también empezará a creer que algo realmente extraño está ocurriendo y renunciará a seguir tomando parte en el plan de su madre. Las llamadas misteriosas y hasta cierto punto amenazantes, sin embargo, continuarán si cabe con mayor frecuencia y Mary pronto constará que la salud mental de Bates empieza a tambalearse: no cansa de repetir que su madre, su verdadera madre, no está muerta y quiere reunirse con él.
Este es el último as bajo la manga que oculta el guión de Holland, quizá el menos justificable de todos pero absolutamente coherente con todo lo expuesto hasta el momento por el filme. En un sentido estricto, la vuelta de tuerca final, tan gratuita como plausible, es la guinda perfecta para una trama en el que todos los personajes “normales” parecen estar locos y en el que el loco es el único cuerdo, un retrato nada complaciente e incluso irónico de una Norteamérica profunda y oscura incapaz de dejar atrás los oscuros secretos de su pasado. Aunque por una parte es inevitable sentir compasión, tristeza incluso, por las dudas y el miedo a la locura que experimenta el personaje interpretado por Anthony Perkins, por la otra cualquier espectador que haya visto el original de Hitchcock desea que vuelva a matar, aunque sólo sea por vengarse de aquellos que le hacen la vida imposible. Es en esta irresoluble dualidad en la que Franklin, y con él el filme, se muestra más seguro y sobrio: una vez descubierto el verdadero culpable de los crímenes es inevitable que Norman vuelva a ser el Norman que todos conocíamos.
Psicosis 2, el regreso de Norman elude en ocasiones con más fortuna que otras los efectismos gore derivados del gran éxito de las continuaciones de La noche de Halloween y Viernes 13, aunque los asesinatos tienen lugar en momentos y lugares inesperados: en el trepidante y delirante tercio final, Lila morirá acuchillada en el sótano de la mansión cuando se disponía a vestirse como la madre de Norman. Así disfrazada, Mary será abatida a tiros por la policía poco después cuando estaba a punto de apuñalar al protagonista con un largo cuchillo de cocina, convencida de que había matado a Lila. Tras las pertinentes explicaciones de las autoridades (fragmento que remite de manera inequívoca al desenlace de Psicosis), el crimen que cierra Psicosis 2, el regreso de Norman en un brillante epílogo prima en cambio el fuera de campo sobre la mostración directa: Norman baja al sótano de su casa y llena de carbón la caldera con una pala; sube hasta la cocina y deja la pala apoyada en un rincón mientras se prepara unos sándwiches tostados de queso… Su madre –en un sentido literal, metafórico, incluso en los dos– no tardará en aparecer para quedarse a su lado para siempre.
FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
EUA, 1983. 108 minutos. Color. Dirección: Richard Franklin Producción: Hilton A. Green, para Universal Pictures Guión: Tom Holland Fotografía: Dean Cundey Música: Jerry Goldsmith Diseño de producción: John W. Corso Montaje: Andrew London Intérpretes: Anthony Perkins (Norman Bates), Vera Miles (Lila Crane), Meg Tilly (Mary Samules), Robert Loggia (Dr. Raymond), Dennis Franz (Warren Toomey), Hugh Gillin (Sheriff John Hunt), Robert Allan Browne (Ralph Statler), Claudia Bryar (Emma Spool).