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publicado el 14 de enero de 2010

Tecnología al servicio de la nada

Pau Roig |

Desde su aparición, el cine ha ido evolucionando de manera permanente, de diferentes maneras y a distintos niveles, aunque de manera determinante en el aspecto tecnológico. La aparición de un novedoso sistema de filmación digital en tres dimensiones –utilizado por ejemplo en la superproducción Avatar (Id., James Cameron, 2009)– supone para muchos la culminación de un largo proceso evolutivo que empezó hace ya más de un siglo destinado a convertir el séptimo arte en un espectáculo total, definitivo. Sin embargo, la primera producción de terror filmada directamente en tres dimensiones (estrenada entre nosotros con dos años de retraso) viene a desmentir de manera tajante esta afirmación, poniendo de manifiesto que la técnica, por más revolucionaria que sea o que parezca, no sirve de nada utilizada como un fin en sí misma.

En otro contexto y en otras circunstancias, es evidente que Scar 3D nunca hubiera llegado a estrenarse en las salas comerciales, con un poco de suerte ni siquiera se habría editado en dvd. Tercera película del hasta ahora desconocido realizador Jed Weintrob (nacido en 1969), es tan rematadamente mala y poco original que ni siquiera el rodaje en tres dimensiones le otorga algo de interés; exceptuando quizá dos o tres sustos efectistas, de hecho, el efecto de relieve y la mayor profundidad de la pantalla pasarían prácticamente desapercibidas si no fuera por la obligada utilización de las dichosas gafas. Tanto es así que el filme parece haber sido planificado, incluso rodado, en base a las tradicionales dos dimensiones. Viendo el inane libreto firmado por Zack Ford, está claro que la cosa no daba para más: Scar 3D se inscribe en la peor tradición del horror estadounidense de serie B y serie Z, aquél que tiene en la imitación y la copia, en la explotación comercial entendida en el sentido más peyorativo del término su única razón de ser.

Weintrob y Ford se podían haber inspirado en el cine de John Carpenter, o puestos a pedir un imposible, en el de Terence Fisher o Mario Bava, pero han optado por el camino más fácil y cómodo para situarse en un inoperante término medio entre la mediocre Saw (Id., James Wan, 2004) y la exacrable Hostel (Id., Eli Roth, 2005). Del primer título toma prestada la idea de juego macabro sobre la muerte y la supervivencia: tenemos un asesino perturbado que tortura a sus víctimas de dos en dos, sin detenerse hasta que una de ellas le suplica que mate a la otra. Del segundo título, en estrecha relación con el primero, recupera una delectación hasta cierto punto morbosa en la violencia, inscribiéndose en el subgénero denominado torture porn pero sin cargar tampoco en exceso las tintas en este aspecto.

La estructura y el desarrollo de la trama y el dibujo de los principales protagonistas, por lo demás, es el mismo de decenas de producciones de similares características: ambientado en un pequeño y apacible pueblo de Colorado en el que parece que nunca pasa nada, el filme gira alrededor de una serie de crímenes brutales que parecen haber sido cometidos por un psicópata muerto tiempo atrás, Bishop (Ben Cotton). De manera sorprendente, o no tanto, Scar 3D remite mucho más al slasher norteamericano de mediados de la década de 1980 que no al “revival” del terror adolescente impulsado por títulos como Scream. Vigila quien llama (Scream, Wes Craven, 1996) o Sé lo que hicisteis el último verano (I know what you did last summer, Jim Gillespie, 1997).

No hay la menor tentación irónica ni menos aún humorística a lo largo de un metraje insustancial y burdo cuyo único sentido reside en la mostración de escenas de violencia que no incomodan a nadie y en el descubrimiento de la identidad del asesino en los minutos finales; la presencia de Angela Bettis, parece que incapaz ya de superar su papel en la reivindicable May (Id., Lucky McKee, 2002), tampoco resulta determinante puesto que cualquier otra actriz podría haber interpretado su papel y es probable que mejor que ella. La actriz no muestra el menor interés en dotar de profundidad a un personaje de una sola pieza y por momentos demasiado cercano a la caricatura involuntaria: hermana del actual sheriff y única superviviente muchos años atrás del psicópata que acabó con la vida de su mejor amiga, Joan Burrows vive y vivirá siempre atormentada por la terrible experiencia, pero Weintrob y Ford fracasan en su intento de presentarla de manera ambigua, llegando a especular en determinados momentos con la posibilidad de que sea ella la responsable de las muertes. Director y guionista se toman demasiado en serio una trama que pretende vender la historia de siempre como si se tratara de la cosa más nueva y original del mundo; por eso mismo el recurso a las tres dimensiones, también su escandalosa falta de sentido del humor –negro o no–, resultan aún más inaceptables.

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:
EUA, 2007. 90 minutos. Color. Dirección: Jed Weintrob Producción: Douglas Berquist, Jamie Gordon, Courtney Potts y Norman Twain Guión: Zack Ford Fotografía: Toshiaki Ozawa Música: Roger Neill Diseño de producción: Trevor Smith Montaje: Chris Figler Intérpretes: Angela Bettis (Joan Burrows), Kirby Bliss Blanton (Olympia Burrows), Devon Graye (Paul Watts), Christopher Titus (Jeff), Al Sapienza (Delgado), Bill Baksa (Melvin Gray), Ben Cotton (Bishop), Carey Feehan (Brian).


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