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publicado el 16 de enero de 2010

Naturaleza esquiva

En un momento en el que el cine fantástico en España parece adscribirse a los códigos férreos las productoras que imitan modelos anglosajones, con una idea de la proyección internacional que huye de lo autóctono e incluso, en ocasiones, de la identidad del fantástico europeo se agradecen propuestas como Hierro (2009) de Gabe Ibánez. El realizador, curtido en el oficio de los FX , es uno de esos directores, como Elio Quiroga, que anteponen la idea de un cine atmosférico y sugerente en detrimento de los efectismos. Hierro es la historia, a modo de film de suspense, de María, una bióloga marina que pierde a su hijo en el transcurso de en un viaje vacacional en ferry hacia la isla de Hierro. Elena Anaya, estupenda en el papel protagonista, es el principal pilar conductor de un filme que concede al paisaje extraño y singular de la isla un protagonismo muy interesante. Gabe Ibáñez conjura su film a la poética de la transformación, del viaje iniciático a través de una naturaleza esquiva y transformadora que en ocasiones está sujeta a revelaciones dantescas.

Lluís Rueda | El realizador no omite en excesos visuales y busca en todo momento una intensidad sugestiva que se ampara en elementos como el agua, la roca o el cuerpo de Elena, un elemento más, misterioso y bello. En esa idea del paisaje esquivo y salvaje el filme nos perfila ese viaje interior que es indisoluble de la aventura física de una madre desesperada en busca de una esperanza; a la manera de Picnic en Hanging Rock (Id., 1976) de Peter Weir, de Stromboli (Stromboli, Terra di Dio, 1950) de Roberto Rossellini o de La Aventura (L´Avventura, 1960) de Michelangelo Antonioni, Gabe construye una arquitectura del dolor y la transformación que sedimenta en una geología fantasmagórica, inquietante.

Pero más allá de esta manera de bocetear los caminos y los desvíos del sueño aletargado, de la pesadilla agazapada, Hierro es el relato de una exploradora en un territorio hostil, una extranjera en un pueblo de nativos aislados de Dios. Conspiración de Silencio (Bad Day at Black Rock, 1955) de John Sturges o incluso Giro al infierno (U-Turn, 1997) de Oliver Stone son cintas que nos vienen a la mente al saborear Hierro, un filme esforzado que nos plantea una matemática del horror enrevesada, sugerente y que procura un desafío para el espectador.

Lo positivo de este film, lo realmente destacable, más allá de su espléndida factura, es esa idea de equilibrio entre la tradición del thriller más físico, a la manera de los survivals films, y la voluntad regeneradora de mirar hacia otras propuestas como Largo fin de Semana (Long Weekend, 1978) de Colin Eggleston, que buscan cierto naturalismo y una dilatación que funde atmósfera e incertidumbre. Hay que tener aquí presente la tradición de cierto ‘terror ecológico’ imperante en la década de 1970 con títulos como El día de los animales (Day of the animals, 1977) de William Girdler, La última ola (The last wave, 1978) del citado Peter Weir o Profecía maldita (The prophecy, John Frankenheimer, 1979).

Existe una manera de dibujar el horror sin caer en la paroxística del slasher, reconocibe en títulos como la dura Wolf Creck (Id., 2005), y pude ser tan lícita como este título australiano, de igual modo sugerente, y nada acomodaticia o narcisista. Hierro es un producto que nunca aspira a ser tan ‘artie’ como una pieza de, pongamos, José Luís Guerín, su tradición y fundamento son absolutamente deudores del fantástico más tradicional.

A destacar pasajes de horror y fantasmagórica poética como la secuencia de la desaparición del niño Diego, con ese guiño previo de una gaviota estrellándose sobre una ventana del ferry. No cabe duda de Hitchcock es un referente ineludible en el ideario de Gabe. Los pasajes de María desquiciada, encerrada a cal y canto en un hotelucho en temporada baja, ofrecen pespuntes al Nolan de Insomnio (Insomnia, 2002) y tantas otras sugerentes cintas. Entiendo, y deseo, que el espectador asimile Hierro como una experiencia casi propia, telúrica, construida a partir de un tratamiento del paisaje mordaz, pero también delicioso.

Si bien Hierro es un filme imperfecto en algunos pasajes y pierde cierto equilibrio en su segundo tramo, cabe defenderlo como ópera prima valiente, de bellas aristas y una dosis de provocación elegante que parece aislarla de las corrientes del fantástico español imperante.


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