publicado el 7 de septiembre de 2005
Juan Carlos Matilla | Nueva incursión del actual cine británico en los márgenes del splatter claustrofóbico tras la atractiva Creep (2004) de Christopher Smith, The Descent (2005) es la segunda película del realizador inglés Neil Marshall, quien hace un par de temporadas despertó cómplices simpatías en ciertos sectores de la crítica especializada (por razones que sinceramente se me escapan) con su horrible filme de licántropos Dog Soldiers (2002), un anodino título de horror del que apenas se podían extraer una par de secuencias bien resultas y que no dejaba entrever la corrección formal de su siguiente filme: un funesto y truculento relato de terror ambientado en las profundidades de una cueva habitada por unas extrañas criaturas que se dedican a acechar, cazar y devorar a un grupo de incautas espeleólogas.
Aún a riesgo de parecer exageradamente simplista, en mi opinión los mayores atractivos de un filme de la naturaleza de The Descent se pueden resumir en dos grandes motivos. Por un lado su indisimulada condición de honroso ejercicio de estilo (quizás no demasiado innovador pero sí tremendamente efectivo) y por otro, su equilibrada equidistancia entre el cine de terror crudo y tradicional, y las propuestas de género que se apropian de un discurso menos violento y más introspectivo.
Al igual que otros filmes de terror recientes, The Descent es una obra cuyo entramado formal pretende continuamente jugar con el espectador, hurtar sus expectativas y elevar el presunto interés de la trama a partir de la adopción de un estilo manierista (en el buen sentido de la palabra), rico en detalles visuales y de puesta en escena que otorguen al relato una mayor densidad dramática y un adecuado clima de angustia. Gracias a estos evidentes aciertos, considero que el filme de Marshall es un conseguido (aunque bastante modesto) ejercicio de estilo, porque mediante la adopción de una serie de sabias decisiones formales (los planos faltos de aire, las angulaciones forzadísimas, la poca presencia de travellings, el brillante uso de los diversos formatos de imagen, la expresiva utilización de las sombras y el fuera de campo, etc.) consiguen crear en el filme la atmósfera claustrofóbica que necesitaba la historia (y que, para que engañarnos, el guión original no poseía).
The Descent es una obra cuyo entramado formal pretende continuamente jugar con el espectador, hurtar sus expectativas y elevar el presunto interés de la trama a partir de la adopción de un estilo manierista, rico en detalles visuales y de puesta en escena que otorguen al relato una mayor densidad dramática y un adecuado clima de angustia.
Además, esta agradable sensación de corrección y mesura que destila el filme está subrayada por el equilibrio que establece entre dos formas en principio antagónicas de encarar el cine de terror: la extrínseca al ser humano y la que emana de sus pasiones más oscuras. Sin querer ser dogmático, podríamos describir al primer grupo como aquellos filmes que se sumergen en la escenificación del horror a partir de la descripción de una serie de factores externos que amenazan al individuo (ya sean éstos ambientes angostos, monstruos góticos, alienígenas destructivos o sedientos serial killers). Por el contrario, el segundo grupo prefiriere reflejar los conflictos internos de la psique humana, consciente de que allí se encuentra el verdadero germen de lo ominoso (doctrina muy evidente en los filmes de autores como Michael Powell, Roman Polanski, o M. Night Shyamalan).
Pues bien, aún siendo una obra con no pocos errores (como la presencia de escenas reiterativas, un montaje precipitado en algunos segmentos y un prólogo algo desconcertante), The Descent toma elementos de cada corriente y los une creando un siniestro híbrido formado por efectos propios de un filme de acecho -tanto en la filmación de los espacios como en el desarrollo dramático- y por motivos heredados de un filme de mayores inquietudes poéticas y psicológicas -como, por ejemplo, las frecuentes fugas oníricas del relato, la fúnebre conclusión de la película o ese bello falso final en el que una de las protagonistas logra escapar de la cueva, un espléndido segmento que puede recordar tanto al Lucio Fulci de Miedo en la ciudad de los muertos vivientes (Paura nella città dei morti viventi, 1980) como a algunos de los planos más fantastique de la carrera de John Carpenter). Y es que, a pesar de su humilde factura visual y su apariencia de splatter simplón, The Descent no sólo pretende mostrar un descenso a los mitos ocultos del subsuelo sino también explorar el abismo que se encuentra en las profundidades del alma humana.