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publicado el 30 de marzo de 2010

La ficción y sus fantasmas secundarios

Lluís Rueda | Roman Polanski es uno de esos directores que construye sus thrillers con un ordenado tratamiento del artificio, tanto es así, tan delicada y exquisita la mecánica de sus filmes, que obtiene réditos sorprendentes de historias que precipitan en la fustación y en la inoperancia de sus protagonistas. Los aromas de sus fantasmagóricas odiseas, plagadas de personajes extravagantes, héroes cotidianos y claustrofóbicos escenarios, se hallan intactos, incluso amplificados con madura prestancia en El Escritor. Esta sugerente adaptación de la novela de Robert Harris 'The Gosth Writer' no hubiese pasado de un correcto thriller político sin el tratamiento meticuloso de Polanski, uno de los realizadores que mejor fundamentan los conflictos morales mediante certeras dosis de humor negro y un auténtico maestro a la hora de confeccionar laberínticos itinerarios con elementos simbólicos.

Al igual que en El quimérico inquilino (Le locataire, 1976), Chinatown (Id., 1974) o La Novena Puerta (The Ninth Gate, 1999) el héroe cotidiano encarnado por un espléndido Ewan McGregor es un hombre atrapado en un relato ajeno, para el caso una biografía que se reescribe en cada secuencia, se edita en cada acto, se altera en un proceso de escritura a renglón oculto. Los bosques misteriosos, el hotel fuera de temporada y la playa abotonada por la tormenta son en El escritor paisajes descontextualizados, descripciones deliberadamente 'romanticas' -entiéndase por pintoresque- para una proceso de creación que se inicia con un texto falso, a recomponer. Polanski no rehabilita el material tibio del que parte El escritor para condimentar un thriller político paradigmático, diría que más bien persigue una aventura de proporciones inciertas, puede que estúpidas, vacías, artificiosas, de la misma manera que la mente de un niño fantasearía en el aislamiento y la abúlia: recuerden si no al superviviente de El Pianista (The Pianist, 2002), el inquilino suicida El quimérico inquilino... El cometido de este 'negro' salido del anonimato y sin suerte de reconocimiento es tanto más arduo que el que acometen Harris y el propio Polanski en la elaboración del guión, un periplo marcadamente literario en que los bocetos paisajísticos, los secundarios inconsistentes e incluso ciertos pasajes que podrían desaparecer en un probable reescritura se adocenan para conformar una atmósfera irreal y conspiranoide. No anda tan lejos este film, si nos atenemos a esa condición metalingüística, en su mecánica y su construcción, del Barton Fink (Id., 1991) de los hermanos Cohen.

Estamos en el territorio de los héroes atrapados en una tela de araña tejida a medias por sombras enemigas y conversaciones descontextualizadas. Con esa apuesta de riesgo, en que la palabra, el subtexto y la nota al pie fundamentan el orden de la escritura (trasladen esta idea al concierto cinematográfico) las pesquisas para recalar información sobre el pasado oscuro del ex Primer Ministro Adam Lang (Pierce Brosnan), objeto de la biografía, procuran que el filme sea en exceso verbal y en ocasiones pantanoso. Esa es la única parcela criticable de esta propuesta que roza lo prodigioso a instantes. Me remito a instantes como esa secuencia inicial en la que se nos muestra el devenir del escritor ahogado que precede a nuestro 'negro' mediante un único plano en un ferry en el que aparece un coche sin propietario, o en el desenlace del filme, espléndido, en el que, me permitirán, no haré demasiado hincapié. Tan solo apuntar lo prodigiosa que resulta la utilización del fuera de campo en ese plano final que aboca definitivamente a la sombra, a la incerteza, a un protagonista que como el Dean Corso (Johnny Depp) de La novena puerta camina por el el afilado curso que separa la realidad y la ficción.

Por lo demás, y haciéndonos cargo de que el exceso de metraje es lastre necesario para someternos a la atmósfera de un biografía de seiscientas páginas inservibles, la broma no puede ser más polanskiana. Estamos ante un buen thriller que rehuye la acción y se centra en unos parámetros reflexivos, casi inoperantes, que precipitan en una pesadilla abotargada en el marco una isla pesadillesca -una sensación que podría remontarnos a la órbita de De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959) de Joseph L. Mankiewicz . El Escritor deviene pues en una suerte de emsamblage entre el pulp selecto y el surrealismo altisonante al que nos podría remitir cualquier filme del fascinante Raoul Ruiz. Cada pasaje de la reconstrucción de la biografía de Adam Lang oculta una clave que nos conducirá a un callejón sin salida, a un Cul-de-sac... Tanto es así que el filme no nos convence por el alcance de su misterio, nos seduce por los vericuetos laberínticos de un escenario que podría obedecer a un cerebro perturbado. En este punto deberíamos retomar la esencia de Repulsión ( Repulsion, 1965) o El quimérico inquilino. El cine de Polanski es inmisericorde con sus héroes de ficción y para la ocasión resulta doblemente cruel pues atina en el retrato del perdedor desde su aparición en escena, casi la sublimación de un nihilista itinerante que complacería al escritor Enrique Vila-Matas.

Discutir pues algunas situaciones forzadas como la fugaz y casi extravagante 'ensoñación' en que 'el negro' cumple la tarea de acostarse con la mujer de Adam Lang (Olivia Williams), un pasaje gris y decadente, como de bodevil enfermizo, queda a expensas de un ideario en que cada fuga grotesca del filme obedece a una mecánica del equívoco, de la presunción y de la desidia ejemplar con que Polanski convierte un thriller político en un curso acelerado de cine vanguardista.

Como de costumbre, el director de La semilla del diablo, construye sus planos con la magistral disposición de una arquitectura que estiliza sometiendo el encuadre a la perspectiva de ventanas que esconden paisajes inquietantes, la tesitura de ese búnker en el que está encerrado nuestro 'escritor fantasma' es cuadriculado e inhóspito como el texto que debe rehacer, recomponer y transitar. Habrán ustedes observado que no he hecho referencia un filme de naturaleza thrillesca como Frenético (Frantic, 1988), y es que estando en unos parámetros similares a El Escritor entiendo que su posología es muy diferente. El filme protagonizado por Harrison Ford, a mi parecer, obedece a una naturaleza más física, casi una huida por un territorio hostil donde la linealidad del suspense se proyecta como un homenaje al cine negro clásico, un periplo salpicado de slapstic por una jungla de asfalto en que la Ciudad de las Luces deviene reverso romántico y casi un personaje omnipresente. El escritor es una cinta en que ese paisaje es la escritura, la incerteza de la página en blanco y la idea de que la mala literatura puede devenir apocalíptica si el 'cortar-pegar' es dictado desde un ente manipulador, en este caso dos guionistas, Polanski y Harris, en estado de gracia.

El Escritor es una película que reta al espectador, mina su paciencia y provoca un desasosiego banal, no busquen respuestas en la mecánica de un supuesto artilugio comercial, Polanski es un embaucador maravilloso capaz de mostrar lo peor de la naturaleza humana mediante un material tan convencional que apenas si nos dejará poso. Su cine es un tránsito iconoclasta, vacío de petulancia y soberbio en la conducción. Por cierto, la banda sonora de Alexandre Desplat, omnipresente en el filme, es maravillosa, una auténtica delicia.


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