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publicado el 18 de mayo de 2010

Un cruzado de corazón marchito

Lluís Rueda | Aquéllos que crecimos con las aventuras de Tony Stark entre las manos sabíamos de antemano que Stan Lee no había creado un salvador, un héroe o un hijo modélico, más bien todo lo contrario. Tony Stark refleja, desde su origen, la arrogancia del capitalista norteamericano, la frivolidad del inconstante amante, el hedonismo, la superficialidad como tendencia, la veleidad como tarjeta de presentación, amén de otra serie de condiciones que le convierten en un bon vivant autodestructivo, adicto al alcohol y los deportivos caros. Convendrán que estamos ante un impresentable realmente entrañable. La segunda premisa que hay que tener en cuenta a la hora de valorar a Iron Man/Tony Stark es que no se trata de un superhéroe. Anthony es un antihéroe carismático que pone toda su inteligencia al servicio de una tecnología punta que busca la relativización y el sometimiento de los gobiernos. El poder del capital por el bien de la seguridad nacional, ¿es posible que cuando Lee ideara a Iron Man gobernara un tal Nixon?

No anda lejos el significado del traje dorado y rojo del que, en su día, tuvieron las armaduras de los cruzados, tan sólo deberíamos cambiar el símbolo de la cruz por el anagrama de 'Stark Industries', ese imperio cuyo estandarte es un mecha ultrasónico y letal. Les cuento todo esto porque ciertas voces se han alzado en contra de Iron Man 2 bajo el argumento de que esta segunda parte había perdido el punch político de la primera y otras incoherencias por el estilo. Decir eso de un filme que coloca a un 'superhéroe' a declarar ante el estrado del congreso de los Estados Unidos me parece tan sospechoso como tendencioso. Les daré una clave para adentrarse en la densidad politica de este convincente filme de Jon Favreau, comparen el conflicto fundamental que plantea Iron Man 2, donde Stark se ve forzado a delegar parte de su tecnología al ejército que él y su padre -creador del imperio- alimentaron, con las problemáticas relaciones de esos chalados sin poderes que se establece en Watchmen, el famoso cómic de Alan Moore. Efectivamente, los Watchmen como Stark no tienen poderes sobrenaturales y Nixon es el geoestratega de una Norteamérica aletargada en sus sueños. Ejem. ¿Creían ustedes que Alan Moore lo había inventado todo?

Respecto a 'Iron Man' como espectáculo cinematográfico en expansión, como saga pirotécnica desposeída de prejuicios y alimentada por una suerte de ironía corrosiva, no podemos más que congratularnos. Tanto Iron Man como Iron Man 2 se alimentan, indisimuladamente, del tono bufo que en otra saga excelente, 'Spiderman', instauró Sam Raimi. Jon Favreu, sin una personalidad tan marcada como el director de Arrástrame al infierno pero con un encomiable sentido del ritmo y el espectáculo, cumple su función a la perfección e, incluso, nos regala momentos espléndidos, bien engrasados por los chispeantes diálogos de Justin Theroux y el carisma arrollador de un Robert Downey Jr. extraordinario.

En Iron Man 2, Tony Stark (Robert Downey Jr.) ha revelado públicamente que es el hombre del traje de hierro y será acosado por el gobierno, la prensa y la opinión pública para que comparta su tecnología con el ejército. En esa tesitura, el personaje de Anthony, por definición individualista, ha de mirar al pasado para encontrar de nuevo un sentido a 'Industrias Stark' y, de paso, recuperar la fantasmagórica figura de su altivo padre a un nivel emocional. Con varios frentes abiertos, Tony se enfrenta a un enemigo implacable como Ivan Vanco (Mickey Rourke), a un villano desternillante como el Justin Hammer interpretado por un enorme Sam Rockwell amén de resolver sus diferencias con su amigo Rodhey (Don Cheadle), a la postre génesis de War Machine por decisión de un propio Stark que acabará cediendo parcialmente a las presiones gubernamentales.

Es Iron Man 2 un filme que se dilata en un segundo tramo que resulta en exceso infográfico y destempla un tanto sus buenos hallazgos, como esa regresión paternal de Tony (mediante la secuencia fantasmagórica de una proyección en Super 8) o su bajada a los infiernos del alcohol, aquí poco menos que explícita a lo largo de todo el filme. Quizá el único reproche que pudiéramos hacerle a este filme de rutilante factura y prestaciones ambiciosas sea su atribulada concatenación de situaciones, casi de manual de guión hollywoodiense, que, a la postre, precipatan en una resolución vertiginosa: prácticamente un aterrizaje limpio tras un vuelo plagado de situaciones grotescas. Pero convendremos que la naturaleza feérica de este tipo de films es algo irrenunciable y va absolutamente de la mano de un héroe circense por naturaleza, en ocasiones incluso bufo. Nada que ver, está claro, con el siniestro Batman de Christopher Nolan.

Hace algunas semanas leía un artículo que arremetía contra la tendencia a la gravedad, la épica tosca, el aliño de valores torvos que se advertía en la presente cultura popular. A diferencia de etapas como la década de 1980, en los últimos tiempos hemos olvidado la ironía y el sentido del humor. La crítica sistemática al pop como divertimento es un hecho en tiempos larvados que cuestionan el modelo de sociedad y el valor de lo que somos, por ello, me temo que un auténtico bastardo como Tony Stark, convertido en modelo de masas, es la mejor aportación a un mundo tan aburrido, a una sociedad tan mojigata y 'trascendentaloide'. Un poco de cine frívolo y hedonismo de neón es justamente lo que nos regala Iron Man 2.

Para más señas, y para rubricar aún más mi afirmación, sirva una de las escenas más endemoniadamente entretenidas del filme, aquélla en la que Tony Stark se desplaza hasta Mónaco para correr el Gran Premio de Fórmula 1 en un bólido de su propia escudería. La elección del evento para presentar en sociedad al villano Ivan Vanco/Whiplash, ese gigante con látigos de electricidad, no puede ser más atinado: el blanco perfecto para poner en solfa a la sociedad de consumo y la élite financiera. Lástima que no se les ocurriera incluir un cameo de Michael Schumacher o Jenson Button. Si en Iron Man estaba en solfa el poder controlar 'Industrias Stark', aquí la trama se concentra en la lucha de poder de multinacionales. Los verdaderos protagonistas de Iron Man 2 son Hammer en 'Industrias Stark', los dos auténticos colosos que se sacuden para mendigar los favores de los gobiernos corruptos. Anthony y Justin Hammer son demiurgos de un ejército armamentístico en liza, mechas, drones, balística de última generación, rayos supersónicos, etc...

Otro de los aspectos irrenunciables del filme, además de bien articulado mediante una subtrama de lenta ebullición, es la presencia cada vez más determinante de Los Vengadores en el universo de Iron Man, algo que los afines a la esencia del cómic de Stan Lee agradecen y que parece molestar al resto de los mortales... En una suerte de recorrido inverso, Favreau va introduciendo elementos y personajes que son la misma esencia del nacimiento para el cómic del hombre de hierro, con presencia perifrástica y camp de una Fantastic Woman interpretada por Scarlett Johanson e incluso algún guiño de mérito hacia el Capitán América... Que duda cabe de que se trata de una excelente estrategia para que la saga evolucione y para que Iron Man no acabe siendo una parodia que tienda al tedio por reiterativo. De momento, cabe disfrutar del espectáculo, esta saga se está gestionando con inteligencia y Jon Favreu ha sabido leer muy bien el tono irónico del que, a mi juicio, es el superhéroe menos admirable y más amoral de todo el universo Marvel. Disfruten de sus aventuras y quiten 'hierro' a toda trascendentalidad en sus juicios de valor. Iron Man 2 es un filme más que correcto.


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