publicado el 29 de septiembre de 2010
Desconocido por el gran público y olvidado por buena parte de los aficionados, el norteamericano Herbert J. Leder (1922–1983) dirigió tan sólo cinco películas y un cortometraje en apenas diez años de dedicación profesional al séptimo arte. Dos de ellas, las más representativas de su corta filmografía, The frozen dead (1966) e It! (1967) fueron producidas prácticamente al mismo tiempo en Gran Bretaña y se cuentan, pese a su irregularidad y dispersión, entre las más bizarras y desconcertantes producciones realizadas durante la Edad de Oro del terror europeo. Permanecen escrupulosamente inéditas en nuestro país, que sólo vería el estreno en pantalla grande de su ópera prima, el thriller criminal Kansas busca a un asesino (Pretty boy Floyd, 1960), y dan cuenta de las estrambóticas inquietudes de un cineasta cuyo primer trabajo acreditado fue el libreto de la psicotrónica Fiend without a face (Arthur Crabtree, 1958), pero que nunca volvería a escribir guiones para otros realizadores.
1. Zombis nazis (No del todo, pero casi)
Primera incursión de Leder en el horror y la ciencia ficción, The frozen dead parece a primera vista una descarada y torpe mezcolanza de ideas y elementos de otras producciones anteriores, en especial El cerebro de Donovan (Donovan’s brain, Felix Feist, 1953), El cerebro que no quería morir (The brain that wouldn’t die, Joseph Green, 1962) y They saved Hitler’s brain (David Bradley, 1963), aunque su look, de sorprendente clasicismo, remite más a las producciones norteamericanas de serie B de la década de 1950 que a las producciones góticas de gran éxito en Inglaterra en ese momento. Su desaliñada pero aséptica factura visual contrasta con el desmedido nivel de truculencia de un argumento que, a veces para bien pero casi siempre para mal, renuncia a los excesos de cualquier tipo en favor de una mal medida contención (y eso que, según el Profesor, podríamos haber estado delante de una comedia negra de auténtico culto). En un lujoso castillo de las afueras del Londres de 1966, el Dr. Norberg (Dana Andrews) hace más de veinte años que esconde un secreto espantoso que puede poner en peligro la paz mundial: colaborador del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial, guarda en un laboratorio subterráneo los cuerpos congelados de doce altos cargos militares del partido de Adolf Hitler a la espera que la evolución de la ciencia permita su resurrección, preludio de la victoria mundial definitiva del nacionalsocialismo y del advenimiento del Cuarto Reich. Pese a las exigencias de su superior, el general Lubeck (Karel Stepaneck) y a los delirios de grandeza de su psicótico ayudante Karl Essen (Alan Tilvern), Norberg no ha conseguido hallar todavía la manera de resucitarlos de manera satisfactoria (“Revivir un cuerpo es fácil, la mente es el gran problema”) y los siete soldados descongelados hasta el momento –¡incluido el propio hermano del científico!– permanecen encerrados en una mazmorra contigua al laboratorio convertidos en zombies idiotas que ni siquiera pueden hablar (en la misma “sala de operaciones” hay también una colección de brazos humanos colgados de una pared que Norberg ha conseguido revivir y controlar mediante energía eléctrica nadie sabe muy bien con qué finalidad). El científico necesita un cerebro humano vivo para proseguir sus demenciales experimentos y la inesperada visita de una sobrina que estudia en Estados Unidos (Jean: Anna Palk) y de su amiga Elsa (Kathleen Breck) supondrá la solución a todos sus problemas. Karl secuestrará y asesinará a Elsa y hará ver que el hermano (medio) resucitado de Norberg es el responsable de todo; incapaz de delatar a alguien de su propia familia, el científico cederá al chantaje y tras hacer creer a su sobrina que Elsa se ha marchado sin despedirse conseguirá mantener la cabeza con vida separada del cuerpo; para analizar su cerebro contará con la colaboración de un reputado científico norteamericano, el Dr. Ted Roberts (Philip Gilbert): asombrado por el hallazgo, Roberts preferirá proseguir con el inenarrable experimento que denunciar el horrible suceso a las autoridades pertinentes (igual que la pobre muchacha, de hecho, ignora la verdadera finalidad de la investigaciones de Norberg aunque ambos se hospedan en el mismo castillo en habitaciones contiguas).
Los nazis, tanto los revividos como los muertos y congelados, colgados en un enorme refrigerador escondido tras una de las paredes del laboratorio (con el uniforme puesto y todo), pronto pasan a un segundo o tercer plano de la acción en beneficio de la cabeza de Elsa, depositada en una especie de urna / caja desplegable y mostrada siempre a través de un chirriante filtro azulado que le otorga un sorprendente aire lisérgico / alucinado (aún más contemplando su fulminante mirada, mezcla de terrible sufrimiento y odio espantoso: asustado, Norberg le cubrirá los ojos con una venda). Privada obviamente del don de la palabra, la cabeza desarrollará unas asombrosas y crecientes facultades telepáticas (guiño / plagio evidente a El cerebro de Donovan) a través de las que conseguirá hipnotizar a Jean para que baje al laboratorio y ponga fin a la agonía insoportable que padece; con la ayuda de Roberts, la muchacha conseguirá desenmascarar a su tío y a los oficiales nazis, que morirán de manera grotesca estrangulados por los brazos humanos colgados de la pared, controlados al unísono por el poder mental de Elsa. La cabeza ya puede morir en paz; su último deseo: ser enterrada junto a su cuerpo.
2. El Golem, Psicosis y Roddy McDowall
Pero si The frozen dead resulta de lo más extravagante, aún lo es más It!, cuyo academicismo formal e impecable acabado técnico, más allá de limitaciones presupuestarias y de evidentes influencias estéticas de la Hammer Film, choca frontalmente con el delirio surrealista que mueve el guión, escrito de nuevo en solitario por el realizador. Leder propone otra insensata mezcla de elementos, ideas y referencias que trasciende cualquier etiqueta genérica y también cualquier idea preconcebida para constituir una mezcla imposible de El Golem (Der Golem, wie er in die Welt kam, Carl Boese y Paul Weggener, 1920) y Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960). It! puede contemplarse en primer lugar como una original variación sobre el mito hebreo del Golem, la figura de barro dotada de vida pero sin voluntad creada mediante la alquimia para proteger a los judíos durante la Edad Media, pero también como una comedia ácida pasada de vueltas pero no exenta de cierta delicadeza: el protagonista (un Roddy McDowall demasiado sobreactuado) es el ayudante de dirección de un museo de antigüedades, aficionado a tomar prestadas algunas de las piezas expuestas y que conserva el cadáver momificado de su madre en su casa sin que sepamos muy bien cómo ni por qué –quizá simplemente para emular a Norman Bates, protagonista de la citada obra maestra de Hitchcock–; tras descubrir que la estatua vuelve a la vida al introducir en su interior un pequeño pergamino con la palabra “vida” escrita en hebreo, no tardará en utilizarla para conseguir sus objetivos: convertirse en director del museo y conquistar a la chica a la que ama, Ellen Grove (Jill Haworth), hija del anterior director. Tratándose de Leder, sin embargo, está claro que la cosa no puede acabar aquí: It! adopta también en determinados momentos –los más aburridos– el estilo y el desarrollo de un thriller policíaco protagonizado por dos irreprochables policías (Noel Trevarthen e Ian McCulloch, el segundo en su debut en la gran pantalla) que investigan una serie de muertes en apariencia inexplicables relacionadas con el museo en cuestión, ya que sólo el trastornado protagonista y los espectadores conocen la verdadera (y monstruosa) identidad del responsable de los hechos.
La heterogeneidad de estilos y la dispersión argumental impiden que el conjunto acabe de funcionar en ninguna de sus vertientes, especialmente en la romántica pero innecesaria historia de amor del personaje interpretado por Haworth con un historiador norteamericano dispuesto a comprar la estatua (Paul Maxwell), pero también en el largo clímax final ambientado en un castillo gótico, aunque la imagen del Golem custodiando la verja de entrada e impidiendo que la policía pueda acceder al recinto para rescatar a Ellen es de antología (y no lo es menos el plan de las autoridades para destruir al “monstruo” con una bomba atómica de bolsillo, ya que las balas y las bombas normales no le causan el menor daño). Leder en ningún momento carga las tintas en el horror y / o la violencia, ni se decanta por el drama o la parodia, y quizá al conjunto no le habría ido nada mal mayores dosis de mala leche, pero lo cierto es que hace gala de una determinación (absurda, sí, pero determinación al fin y al cabo) y de una sobriedad claramente superiores a la de su anterior realización y consigue escenas efectivas dentro de su candidez: véase el simple pero efectivo diseño de la colosal figura de barro, claramente inspirada en la del mencionado filme protagonizado por Paul Weggener, el hundimiento del mítico puente londinense de Hammersmith, resuelto a base de transparencias y pintura sobre cristal, o el plano final del Golem hundiéndose en las aguas del océano tras haber rescatado a la chica en inesperado remedo de La bella y la bestia.