publicado el 5 de octubre de 2010
Blanca Vázquez | El gallego Rodrigo Cortés, que viene del mundo del videoclip y de triunfar con algunos cortos, llamó la atención hace tres años en su estreno en largo ( Festival de cine español de Málaga), con Concursante, una rocambolesca crítica al capitalismo desbordado. La cinta ganó el Premio de la crítica y el de fotografía, pero aún así tuvo un viaje tibio en las taquillas. A mi me gustó tanto en la forma como en el fondo, ninguneando ese (falso) debate que el mismo Cortés apuntó en una entrevista que le hice a propósito de aquel estreno: “¿qué es más importante, el fondo o la forma?, como si fueran conceptos antitéticos o excluyentes. Así, si existe uno, no puede existir el otro, ¿no?”. Llega ahora a la pantalla grande, la nuestra y la estadounidense, con una propuesta absolutamente diferente, pero igualmente rompedora, Enterrado (Buried), proyecto difícil en el que se ha jugado su prestigio cinematográfico a todo o nada. Y le ha salido redondo.
Este chico es de los que saben dar vueltas a la cámara, y construir las ideas (interesantes) que le llegan, pues el guión de su segundo estreno es de Chris Sparling que mareaba la perdiz por los despachos de Hollywood sin que nadie se atreviera con él. Pero hete aquí que a Cortés le gustan los retos, y se metió en el fregao, con el apoyo de una productora, Versus, que, confiando en su talento, le deja manos libres. Cambió algunos premisas del guión para mantener al espectador en vilo y sostener un ritmo equilibrado en su vaivén cardiaco, es decir, este director, interés de la industria cinematográfica yanqui, hizo, como confiesa, que la película se reinventara cada ocho minutos, controlando muy bien el tiempo fílmico enclaustrado en un tiempo real ajustado para agobiar al espectador en su justa medida, y evitar que decaiga el interés.
Cortés ha hecho algo que le motiva como director, experimentar. Eso sí, sin dejar de entretener. Lo primero está bien servido: un solo actor, un solo espacio, un ataud de cuatro tablas bajo una tierra herida, un Irak fuera de campo, unas linternas y un instrumento importante, el teléfono movil. Lo segundo, viendo la tensión y del desasosiego del público de la sala, también.
Me decía Cortés en la entrevista mencionada que el cine español está treinta años por detrás del mundo, sin hacer gran cosa por salir de esa situación. Razón no le falta si seguimos exportando las mismas historias cagadas por los mismos de siempre. Empecemos, por lo tanto, a pedir que las instituciones valoren los nuevos registros ofrecidos por gente como Cortés, Lacuesta, Villaronga, Rebollo, Laxe y otros, algo que he repetico incansablemente. Pero, también, empecemos por acudir nosotros a ver sus propuestas, a degustarlas, a apreciarlas.
Buried es una maravilla, un rayo de luz en la actual (crisis) de cultura de masas viciada por una televisión deprimente y un cine que sigue el mismo camino. Es un pastel de ingredientes finos y texturas narrativas hitchcocknianas. No en vano el cineasta no deja de mirar a sus referentes, Scorsese, Welles, Wilder, Romero, Coppola, y sobre todo el Hitchcock mínimo de Náufragos (1944), y La soga (1948). Buried no es solo una película excepcional, una amalgama emocional para un actor en estado de gracia (el canadiense Ryan Reynolds, la tableta de chocolate de Scarlet Johansson), es un reto para su director, un riesgo para sus productores. ¿Riesgo? No tanto, pues visto el resultado, la cinta será de las más beneficiosas económicamente: bajo presupuesto, grandes beneficios.
Cortés vuelve a poner el dedo en el fondo a base de impactar en la forma. Si en Concursante chirriaban a locura las bisagras de la economía mercantil en la que nos hemos embarrado, en Buried habla de Irak sin necesidad de tanques, ni extras, ni grandes escenarios, algo así como lo que hizo Bigelow en The Hurt Locker. Las ramificaciones de la invasión de Irak, la ira, la violencia infinita que genera se muestran a través de un contratista enterrado varios metros bajo tierra y con la sola opción de conseguir que le encuentren las "autoridades" o le saquen los secuaces que le han atacado. Absurdo y terrible la manera como tiene que hacer frente a la burocracia, los intereses y cinismo de su empresa, o las limitaciones de esos grandes instrumentos que se auto-bombean con poder, llámense FBI, CIA o MI6.
El espectador permanece encerrado, junto a Conroy/Raynolds, en ese ataud bajo tierra durante el tiempo que éste, desesperadamente, intenta pedir ayuda. Sufre la misma ansiedad, el mismo miedo, la misma ira, la claustrofobia, o la esperanza final. Cuando sale de la sala, está exhausto, y solo han pasado noventa minutos.