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publicado el 4 de noviembre de 2010

Espíritu romántico

Según el diccionario, Agnosia define la incapacidad para reconocer estímulos previamente aprendidos sin haber deficiencia en la alteración de la percepción, lenguaje o intelecto. La persona ve perfectamente lo que hay a su alrededor pero es incapaz de darle un sentido o entenderlo. Sobre esta primera definición, tan cerebral si se quiere, o incluso tan peligrosamente dada a elaborar tesis sesudas sobre la representación en el cine, construye Eugenio Mira una película furiosamente apasionada, desnuda y libre, como la enfermedad que le da título, de interpretaciones previas, diccionarios y libros de instrucciones.

Marta Torres | Se rebela Eugenio Mira por tanto, tal como hizo ya en su primer largometraje, la celebrada The Birthday, contra el cine con manual de uso que ha inundado las salas los últimos años y parece se está imponiendo incluso entre los más cinéfilos. Obras como Avatar, pero también Inception o Matrix, por citar sólo algunas, aparecen ante el público con descripción incluida, ya sea porque la recita alguno de los personajes o porque el director la recalca una y otra vez a lo largo del metraje con su puesta en escena o bien sus referencias cinéfilas, no hay espacio para la duda ni para la ambigüedad, aunque tampoco para la sorpresa. Ya no hay que buscar subtextos o segundas y terceras lecturas, el mensaje está ahí delante y también está ahí, bien clarita, la manera de codificarlo, la fórmula y el estilo. En este punto también difiere la obra de Mira de la corriente principal que atraviesa nuestro cine. Agnosia, como The Birthday anteriormente, no tiene una afiliación clara a un género concreto. La película empieza como un thriller fantástico con toques históricos, a la vez que hace un retrato brillante de la decadente Barcelona burguesa de fin de siglo y se rebela finalmente como una historia sobre amores inalcanzables y pasiones imposibles que no andarían muy lejos de la concepción que tenía Douglas Sirk del amor en las sociedades bienpensantes norteamericanas.

Esta es la primera declaración de intenciones de Eugenio Mira. La segunda tiene que ver con su supuesta naturaleza comercial. Agnosia es un filme hecho gracias a que al padrino de moda de los jóvenes talentos españoles, Guillermo del Toro, le gustó mucho la primera obra de Mira, The Birthday. Mira sería el director pero no así el guionista (los productores quieren un producto original pero no están locos) y para escribir la historia escogieron a Antonio Trashorras. Agnosia es comercial para el director y absolutamente personal para el resto de los mortales. Se aprecia el mismo cuidado en las atmósferas que ya existía en su filme anterior, la misma ambigüedad genérica y la misma reticencia a amoldarse a historias conocidas, a cine “usado”.

Trashorras escribió, básicamente una historia de amor a tres bandas con aromas a folletín fantástico. La película se centra en el personaje de Joana Prats (interpretada por Bárbara Goenaga), hija de un rico industrial catalán y aquejada de una extraña enfermedad que la mantiene aislada en un mundo de percepciones que no puede entender. Joana es también, a la muerte de su progenitor, la única persona en este mundo que conoce la fórmula secreta de un arma mortífera construida por su padre. Una siniestra organización orquestará una trama imposible y teatral (y por ello, fantástica) para arrebatarle el secreto empleando las artes de seducción de un pillo de la calle (Felix Gomez), que se hará pasar por su prometido (un desconocido, por apocado, Eduardo Noriega).

La película, que al fin y al cabo se basa en la representación de un engaño, adopta muy pronto el tono de una gran puesta en escena: todo el mundo alrededor de Joana Prats actúa como un actor (muy buena la idea de clasificar por colores a los que le rodean: el servicio, el doctor, su prometido…) a la vez que fuera de los muros de su casa, la sociedad opulenta y algo decadente de la época sigue interpretando su propia farsa. Teatro y representación marcan también la estética de Agnosia, una brillante fotografía (que debemos a Unax Mendía) enmarca la historia en los brillos aterciopelados de un cuento de misterio. Allí están las sensuales curvas y los colores del Art Nouveau, la fascinación por los misterios de la mente y sus secretos que justo entonces empezaba a investigar la ciencia moderna, allí está también la realidad de las pulsiones y las pasiones humanas, ocultas cuidadosamente en sórdidos callejones o encerradas en habitaciones donde nadie puede entrar. La película es hermosa y chocante, un bicho raro en la filmografía española que apuesta por el melodrama de aire fantástico y nocturno, por lo tanto romántico, hasta las últimas consecuencias.


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