publicado el 12 de noviembre de 2005
Lluís Rueda | Uno, entre muchos, de los más significativos momentos del nuevo filme de David Cronenberg se da en una de sus secuencias iniciales: a través de las ventanas de su hogar, Tom (Viggo Mortersen) ve llegar un coche negro, casi fúnebre, al jardín de su casa. Ese vehículo, al igual que en el filme de Jacques Tourneur Retorno al pasado es una inequívoca señal de que algo pretérito regresa para sesgar el apacible presente. Tras esta premisa al más puro estilo film noir, el canadiense David Cronenberg compone una sórdida sinfonía en la que la violencia toma todo el protagonismo.
Una historia de violencia, adaptación libre de una obra gráfica de Jonh Wagner y Vince Locke, es un filme que aún siendo atípico en la filmografía de Cronenberg, a causa de la linealidad de su discurso y lo tosco de su puesta en escena, contiene todos los elementos característicos del universo del director canadiense. La violencia que retrata Cronenberg es de orden vírica, una pandemia que huye de componendas sociales o de segmentos analíticos tales como el educacional o económico. Por tanto el director de Rabia analiza el fenómeno con una asepsia científica idéntica a la de filmes finiseculares de la talla de Crash, en el que se aborda una idea del sexo alternativa o M. Butterfly donde la identidad puede depender de un punto de vista emocional.
La violencia que retrata Cronenberg es de orden vírica, una pandemia que huye de componendas sociales o de segmentos analíticos tales como el educacional o económico.
Tras un incidente sangriento en la cafetería donde trabaja, Tom, sufre un trastorno de personalidad que le hace asumir el alter-ego de un temido gangster. Posteriormente el espectador será testigo de su crisis de identidad, una crisis en la que el protagonista nunca expondrá un rechazo a esa metamorfosis. En ese sentido Tom es como el Brundle de La Mosca (The Fly, 1987), un ser monstruoso que jamás siente rechazo hacia su nueva identidad e incluso va más allá, intenta atraer a su causa a los seres queridos. Esa forma tan particular de retratar un estado evolutivo concreto está íntegramente presente en Una historia de violencia, donde la forma de relacionarse de la familia está completamente sujeta a la nueva identidad de Tom. No dejan de ser paradigmáticas algunas secuencias como aquella de bellísima factura en la que Tom ataca sexualmente a su mujer (Maria Bello) en una explosión de violencia y sensualidad enfermiza que nos sitúa irremediablemente en un territorio previamente expuesto en Crash (concretamente en la escena del coito postraumático, a pie de accidente entre Deborah Unger y James Spader).
A diferencia de otras obras cronenbergianas, en esta ocasión, la filosofía del realizador, o su autoría, da paso a una contención formal en la que está presente la renuncia a cierto barroquismo estilístico inherente en gran parte de sus filmes (y especialmente en Spider). Cronenberg asume para la ocasión un registro mucho más adusto, lineal y realista que sirve de contrapunto para subrayar la violencia con mayor virulencia. Acaso uno de los reproches que pueda recriminarse a este nuevo filme de Cronenberg es su ambigüedad a la hora de retratar esa violencia, pues lo exagerado e hiperbólico de esas escenas de acción podrían desdibujar el retrato. Es un hecho que a cierto sector de la crítica no le ha gustado esa “atractiva manera de tratar el horror”, pero Cronenberg, perro viejo en esto de crear polémica, sabe al igual que el director japonés Takeshi Kitano, que parte de la comercialidad de un producto se halla precisamente en esos detalles.
A diferencia de otras obras cronenbergianas, en esta ocasión, la filosofía del realizador, o su autoría, da paso a una contención formal en la que está presente la renuncia a cierto barroquismo estilístico inherente en gran parte de sus filmes (y especialmente en Spider).
Una historia de violencia tiene una envoltura de western diurno, en la cual se esconde la síntesis de todo el ideario cronenbergiano, la condensación de este universo paracientífico está siempre omnipresente, al margen de aspectos genéricos. En este orden evolutivo de la obra del director canadiense también debemos agradecer aspectos paródicos, así al menos deberíamos interpretar los exageradísimos personajes interpretados por Ed Harris y William Hurt, dos gángsters de perfil lynchiano cuya presencia en el filme pone de manifiesto que el único enemigo es el mismo Tom y la plaga demoledora que lleva en su interior. Todo aquel que se expone a su virus es víctima potencial.
Como mínimo no me podrán discutir que es una manera alternativa de analizar el fenómeno. No me gustaría acabar este texto sin hacer mención a la extraordinaria banda sonora que Howard Shore ha creado para el filme. Es evidente que sin sus atmósferas sonoras el toque Cronenberg no sería tan deliciosamente desasosegante. Es pues, Una historia de violencia, un magnífico filme que a priori podría resultar opaco, pero esa dosificación de su discurso es precisamente lo que lo hace ejemplar.