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publicado el 19 de abril de 2011

La eternidad en 8 minutos

Tras su espléndido debut con Moon (Id.,2009), opera prima que muchos catalogaron de filme sci-fi de cámara o demasiado ortodoxo, Duncan Jones vuelve al género especulativo por excelencia, en esta ocasión, para aproximarse a una propuesta adrenalítica, de sencilla línea argumental y aristas postcyberpunks y/o tecnoanimistas. La diferencia principal de Código fuente (Source code, 2011) respecto a Moon es su enfoque heterodoxo y una naturaleza de relato laberíntico hilvanado con escasos elementos, mucho rigor, y una enorme capacidad para generar incertidumbre. Mientras Moon se revelaba como un excelente decálogo, irresistiblemente iniciático, de la ‘Ciencia Ficción’ como género o plataforma inimitable a la hora de condensar los principales conflictos teológicos, filosóficos y morales, el nuevo juguete de D. Jones se parapeta en el pulp más iridiscente, el thriller, y propone un viaje a través de la cuántica que no precisa de las pilas antimateria de 'el Eternauta'.

Lluís Rueda | Código fuente arranca con el capitán Colter Stevens (Jake Gyllenhaal) en la piel de un profesor que viaja en un tren destino a Chicago que sufrirá un atentado en ocho minutos. Tras la explosión el protagonista se despierta en una extraña cápsula monitorizada desde la que una oficial de comunicaciones (Vera Farmiga) le revela sucintamente las líneas maestras de su misión: debe volver tantas veces sea necesario a ese instante para identificar al terrorista entre los viajeros y desactivar la bomba.

En ese tránsito o bucle, Stevens, tendrá que aprender a desenvolverse en su nueva apariencia y esa presurosa adaptación existencial, emocional e incluso profesional es lo que convierte el filme en un interesante ensayo sobre nuestra capacidad para sacar provecho de ese concepto tan vertiginoso que es el de la segunda oportunidad. Código fuente no es exactamente una cinta sobre los viajes en el tiempo, más bien sobre la especulación cuántica, es decir, las realidades paralelas emulsionadas desde el concepto del azar y sobre la idea de que el capitán Stevens vive diferentes 'realidades' condicionadas por las decisiones tomadas.

El programa pseudo-orgánico que crea este bucle en la mente de un sujeto, el 'código fuente', es un experimento de orden militar sobre el que Duncan Jones (y su guionista Ben Ripley) explican lo justo como para entretejer una cortina de ambigüedad sobre la que es difícil entrar a cuchillo si nos dejamos mesmerizar por el conjunto brillante, la exposición apasionada y el más que digno trabajo de producción del filme.

Con una orquestación cinematográfica directamente heredada de Alfred Hitchcock y su idea de la ciencia ficción hibridada con el cine policíaco, Duncan Jones vuelve con nota a esa idea de filme futurista, imperecedero, que si bien busca cierto verismo al incorporar la irrealidad del cyberespacio o el reflejo de las inquietudes tecnoexistencialistas se concede una formulación clásica y deudora del cine honesto de, por ejemplo, los Douglas Trumbull (Naves Misteriosas) o Peter Hyams (Atmósfera 0). Jones declaró en una ocasión que adora la ciencia ficción de la clase obrera, historias maravillosas que retrataban mundos fantásticos pero cuyos protagonistas eran gente común, no héroes intergalácticos. Como el minero de Moon, el capitán Colter Stevens deja de ser un héroe de la guerra de Afganistán para adaptarse a una simbiosis con su nuevo yo, ese profesor enamorado de una chica, Cristina (Michelle Monghan) que la acompaña al arranque de esos ocho minutos eternos. En ese sentido, el planteamiento de Jones no anda tan cercano a Atrapado en el tiempo (Groundhog Day, 1993) de Harold Ramis -comedia deliciosa, por otra parte- como al de las novelas de Robert Ludlum sobre el espía amnésico Jason Bourne. La diferencia acaso es que el capitán Colter renace en el avatar de un hombre común mientras mantiene latentes perspicacia y modales expeditivos de excombatiente.

En líneas generales Código fuente sale triunfante de su arriesgada heterodoxia narrativa, desde luego menos adocenada que la expuesta por Christopher Nolan en la más 'onírica' Origen (Inception, 2010), y sabe combinar con igual perspicacia el sustrato romántico que el filme propone: con guiños a la comedia romántica norteamericana y una, en ocasiones, poco entendida tendencia a lo absurdo (en el sentido más amable del término) que en sus últimos filmes de serie B ha cultivado el ya definitiva e injustamente denostado M. Nigth Shyamalan (véase La joven del Agua o El Incidente). En ciertos pasajes de Código fuente pasea cierta tendencia a la comedia bufa y se entrevé cierto hedonismo emocional que por suerte queda minimizado por un conjunto narrativo de poderosa eficacia y ritmo trepidante. En el fondo, si me permiten, estamos ante un episodio de tintes hitchcocktianos que de haberse producido en la década de 1950 podría haber dirigido por artesanos de la sci-fi como Jack Arnold o Kurt Neumann. Duncan Jones gusta de cierto clasicismo y abomina de trucos de cámara tan en voga en el actual cine de acción (véanse los gratuitos ralentís), un aspecto que refuerza su propio estilo y le convierte en un eficaz director que no parapeta sus carencias tras efectismos. Su cine es honesto, de un clasicismo epatante, y se puede comparar abiertamiente con el de los grandes directores de las décadas de 1970 y 1980.

En resumen, un thriller que aborda sin ambages la idea de la identidad y que especula con la reiteración temporal como herramienta creativa a diversos niveles. Pese a su acabado falsamente comercial Código fuente es un filme con tanta o más carga de profundidad filosófica que Moon pero a diferencia de este invita al espectador a especular con cábalas sesudas desde la aparatosidad de la acción. El acierto es que todos podemos ser Colter Stevens, un personaje en perpétua construcción desde el inicio de esos primeros ocho minutos de existencia. La aventura es tomar decisiones incorrectas y aprender de ellas.


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