boto

clásicos modernos

publicado el 28 de julio de 2006

Giro al infierno

El terror toma la autopista. Estrenada en 1986, ‘Carretera al infierno’ (‘The Hitcher’) es una estremecedora historia de suspense protagonizada por un mítico asesino en serie, John Ryder, uno de los retratos de criminales más genuinos del cine de horror contemporáneo. Dirigida por el semidesconocido Robert Harmon, esta sangrienta ‘road movie’ es uno de los pocos filmes de culto de la época que con el tiempo ha ido ganando atractivo. Contundente y malsana, les invitamos con su revisión a que comprueben los peligros de subir a desconocidos a nuestro coche.

Juan Carlos Matilla | Si reflexionamos brevemente acerca de la relación que se establece entre el cine y la realidad, podemos darnos cuenta de que hay un gran número de películas culpables de haber aumentado los miedos y fobias de muchos de nosotros. Gracias a creadores como Alfred Hitchcok, Dario Argento, Brian De Palma o Steven Spielberg, a más de uno se nos pone la piel de gallina si tenemos que cruzar una plaza llena de palomas, ducharnos en un baño ajeno, atravesar un parque al anochecer, esperar a que se abran las puertas del ascensor, adelantar a un camión o bañarnos en una aparentemente tranquila playa. Y la culpa de todo esto la tiene el pánico que producían las imágenes de filmes como Los pájaros (The Birds, 1963), Psicosis (Psycho, 1960), Cuatro moscas sobre terciopelo gris (4 mosche di velluto grigio, 1971), Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980), El diablo sobre ruedas (Duel, 1971) o Tiburón (Jaws, 1975), obras que abrieron nuevos territorios en el cine de terror y que de alguna manera siempre permanecerán en nuestro temeroso subconsciente.

Carretera al infierno forma parte de este grupo con todos los honores ya que creó una nueva fobia a partir de una figura mítica del cine de terror contemporáneo: el sangriento y demente autostopista John Ryder (encarnado con maestría por Rutger Hauer).

Carretera al infierno forma parte de este grupo con todos los honores ya que creó una nueva fobia a partir de una figura mítica del cine de terror contemporáneo: el sangriento y demente autostopista John Ryder (encarnado con maestría por Rutger Hauer). Después de ver el filme es prácticamente imposible no estremecerse al atravesar una carretera nocturna o al divisar en la oscuridad un autostopista.

El filme narra la angustiosa peripecia de Jim (encarnado por C. Thomas), un joven que será perseguido implacablemente por un psicópata que se dedica a cazar a sus victimas haciendo autostop en las carreteras. Además de los continuos acechos del asesino, Jim tendrá que soportar el acoso de la policía ya que éstos lo acusan de haber cometido los crímenes de Ryder. En su huida, Jim sólo recibirá la ayuda de una joven camarera (Jennifer Jason Leigh) quien también se convertirá en objetivo del asesino.

Para introducir el análisis del filme me gustaría señalar uno de los aspectos más curiosos del proceso de creación de la película: el motivo que inspiró al guionista del filme, Eric Red. Por lo visto, el escritor se basó en la letra de una canción de The Doors, la célebre Riders on the storm, en concreto en la siguiente estrofa que hacía referencia a un asesino en la carretera:

Riders on the storm
There’s a killer on the road
His brain squirriming like a toad
Take a long holiday
Let your children’s play
If ya give this man a raid
Sweet family will die
Killer on the road, yeah

(traducción)
Jinetes en la tormenta
Hay un asesino en la carretera
Su cerebro se retuerce como un sapo
Toma unas largas vacaciones
Deja que tus niños jueguen
Si atacas a este hombre
La dulce familia morirá
Asesino en la carretera, sí

Así, este gran himno del rock visionario dedicado a las víctimas de la guerra de Vietnam (a medio camino entre William Blake y el desvarío lisérgico) que poetizaba sobre la angustia de la sociedad americana a principios de la década de 1970 sirvió para confeccionar una historia menos profunda pero igualmente amarga sobre el sempiterno enfrentamiento entre el bien y el mal pero esta vez desde una perspectiva muy estimulante: la necesidad de absoluta posesión del asesino sobre la víctima... En la mayor parte de filmes sobre psicópatas, éste busca la consecución de su propio placer a partir de la destrucción rápida y aparatosa de la víctima —Psicosis, El estrangulador de Boston (The Boston Strangler, 1968), de Richard Fleisher— o bien establecer un juego intelectual y sádico con sus perseguidores —Seven (1996) de David Fincher o El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1990), de Jonathan Demme. En cambio, en Carretera al infierno, el psicópata actúa casi como un demiurgo ya que antes de acabar con su presa, desea acosarla, absorberla lentamente y apoderarse de su razón, sin ningún tipo de refinamiento. El poder del autostopista asesino no conoce límites y eso lo apunta de forma muy acertada el director en uno de los brillantes detalles de puesta en escena que contiene el filme: me refiero al portentoso travelling que se inicia con el cuerpo de Ryder tirado en la carrera, que ha sido lanzado del coche por el joven, y termina con un inquietante contrapicado que muestra al psicópata erguido y con la mirada perdida en el horizonte. Esta planificación enfática sirve para señalar el momento en el que el monstruo verdaderamente "nace", ya que a partir de ese momento se convertirá en la pesadilla del joven. Esta visión tan sádica del personaje del asesino requería de un actor con las sufrientes dotes de magnetismo y fiereza. Sin duda, uno de los principales aciertos del filme fue la elección de Rutger Hauer (aunque en un principio se barajaron los nombres de Terence Stamp o Sam Neill) ya que el imponente físico del actor otorgaba al personaje del psicópata de todo el atractivo maléfico que requería.

Carretera al infierno nos sumerge en un mundo de pesadilla mediante el uso de formas visuales sedosas. Un ejemplo de este tratamiento refinado de lo ominoso sería el espectral inicio del filme que funciona como un preaviso de los siniestros acontecimientos que van a venir después. Anochece en la carretera y el cielo amenaza tormenta, el ambiente es turbio y la autopista está casi desierta. El coche conducido por Jim recorre el desierto por una carretera a oscuras (como si se tratara de una carretera lynchiana). Para subrayar esta sensación de atmósfera agobiante, el realizador inserta unos inquietantes contraplanos de la carretera mientras cae la lluvia. Poco a poco el joven se va durmiendo al volante hasta que despierta de repente antes de que un camión le embista y puede dar un volantazo en el último momento. Esta pequeña obertura abre el camino para la memorable aparición del autostopista: cuya enigmática figura filmada a contraluz sale de la bruma, de la oscuridad de la carretera como si fuera un fantasma. Tras ser recogido por el joven, se produce un cada vez más inquietante diálogo entre ambos personajes, apoyado con un juego de plano-contraplano que se va cerrando cada vez más. La sensación de monotonía del inicio poco a poco va remitiendo, el aire mortecino de la carretera, el agua de la lluvia, las luces de los coches, deja paso a un mundo de pesadilla, en que Ryder se va a convertir en el director de orquesta.

Como decía, el filme hace gala de una gran sobriedad formal a pesar de la truculencia del conjunto. De hecho, considero que una de las razones por las que el filme ha ido ganado con los años ha sido precisamente su clasicismo formal y el rechazo hacia las soluciones de puesta en escena estridentes y artificiosas. Gracias al trabajo de John Seale, uno de los grandes maestros de la fotografía del cine estadounidense reciente, el filme muestra un acabado visual de primer orden, sereno y elegante, que tiene como principales aciertos el espléndido uso de la slow motion (atención en la secuencia de la explosión en la gasolinera), el acertado y clásico trabajo de montaje, el realce de la profundidad de campo (prácticamente no hay una sola secuencia que no muestre un dominio magistral del gran angular), el contraste entre los bellos exteriores y el macabro devenir de los personajes (sobre todo en el primer segmento del filme) y el magnífico aprovechamiento del scope (un formato ideal para el continuo juego de suspense que mantiene la trama en la que el espacio, de tan abierto, es una pura amenaza).

Carretera al infierno posee una singularidad evidente, no es un mero plagio ni un refrito de referentes, es un filme narrado con delicadeza que supone uno de los pequeños hitos del cine estadounidense de horror de mediados de la década de 1980, una época en la que el género estaba en franco retroceso

Carretera al infierno es un filme que le debe mucho a un título anterior. Me refiero, sin duda, a El diablo sobre ruedas, de Spielberg. Toscas, polvorientas y asoladas por el sol y el crimen, ambas películas fabulan una batalla entre el hombre y el monstruo en un territorio no muy habitual en el género: las desérticas carreteras, las deshabitadas áreas de servicio y los pueblos de mala muerte. Además ambos filmes apuntan a la naturaleza titánica del criminal, aunque en el filme de Spielberg, éste sea una pura abstracción. Por otra parte, la planificación de algunas secuencias del filme de Harmon recuerda a la utilizada por Spielberg, quien a su vez las adoptó del western y del cine de Hitchcock. A pesar de todo, Carretera al infierno posee una singularidad evidente, no es un mero plagio ni un refrito de referentes, es un filme narrado con delicadeza que supone uno de los pequeños hitos del cine estadounidense de horror de mediados de la década de 1980, una época en la que el género estaba en franco retroceso. Sigan mi consejo y recupérenla (existe una edición española en DVD muy completa y de una gran calidad visual) porque no les decepcionará en absoluto.


archivo