publicado el 12 de noviembre de 2005
Los renegados del diablo. More american gothic
Pocos podían jurar que un filme tan intuitivo y visceral como La casa de los 1.000 Cadáveres (2003), pudiera generar una secuela tan sólida, magistral y emocionalmente encallecida como de Los renegados del diablo (2005). El artífice de todo ello es el cinéfago músico Rob Zombie, que en esta su segunda película recupera las andanzas de la familia más psicópata de Texas, los Firefly, con una concepción artística mucho más definida y una voluntad de perturbar ampliamente regenerada.
El nuevo filme de Zombie huele a alcohol, sudor, gasolina y pólvora desde los títulos de crédito, los acordes musicales iniciales son ese contrapunto provincianamente folk que nos recuerda que el infierno está en Texas y que el capitán Spaulding y sus dos vástagos le han declarado la guerra a la ley. El realizador norteamericano reinventa a sus personajes arrebatándoles sus disfraces de satanistas juguetones y convirtiéndolos en unos monstruosos y primarios Bonnie and Clyde. El resultado es una road movie sanguinolenta y enfermiza que nos retrotrae al Deliverance (1972) de John Boorman y a buena parte del cine B estadounidense, de Tobe Hopper o Wes Craven.
Rodada prácticamente en su totalidad en 16mm y con una concepción ética que haría arder el evangelio de la mesita de noche de George Bush, Los renegados del diablo puede considerarse uno de los filmes más éticamente ambiguos de las últimas décadas. Pocos directores tienen el talento para sofisticar la tortura física y psicológica con el erotismo trash que Zombie sabe imprimir a sus escenas (véase la escena de la humillación sexual en el motel de carretera), y pocos tienen la gracia para sacar dosis de humor de situaciones tan negras como el hollín (un buen ejemplo es su aterrador y divertido gag sobre Charlie y la Fábrica de Chocolate).
Los renegados del diablo es un potente fármaco contra lo políticamente correcto y toda una declaración de intenciones. Para Rob Zombie solo hay dos salidas, aliarse como espectador con los chusqueros agentes fronterizos que hacen de Dios y su revolver la ley en la tierra o de parte de esos renegados del diablo que matan, violan y dicen tacos. Entre los secundarios no hay mucho donde elegir, cada uno de ellos como mínimo esconde un cadáver en el sótano de su rancho. Así las cosas, disfruten del filme como el corazón les dicte. Eso sí, no pierdan de vista el enorme talento como realizador que destila este barbudo agitador contracultural que responde al nombre de Rob Zombie.
Saints-Martyrs-Des-Damnés. Pueblos malditos
Nadie puede negar que Saint-Martyrs-Des-Damnés (2005), de Robin Aubert, es una propuesta ambiciosa, desacomplejada, pero posiblemente a causa de su voluntad especulativa, fallida. Aubert, director que viene del mundo del videoclip, se ha empleado a fondo en construir una trama que conjuga las atmósferas barrocas de series como Twin Peaks y la gélida inmediatez de otras propuestas televisivas como Expediente X, conformando una constelación de falsas tramas y camaleonismo genérico que nunca llegan a buen puerto. El protagonista del filme, Flavien Juste, parte junto a un amigo periodista a Saints-Martyrs-Des-Damnés (un pueblo en las afueras de Québec) a investigar un suceso paranormal y acaba atrapado en un magma de malditismo foráneo que puede recordar al filme de Oliver Stone, Giro al Infierno (1997), pero que tan pronto se convierte en una película de fantasmas como en un doppelgänger con mad doctor o en una tierna soflama existencialista.
Casi nada tiene sentido en este filme con alma de serie televisiva que deja tantos remiendos e hilachos en su trama como excesos formales y estampas otoñales de anuncio de champú. Aubert nos propone jugar al escondite durante 117 minutos para más tarde forzar un final-trampa que nos hace sonrojar de estupidez, pero una vez hemos visto sus cartas y nos hemos empapado de su supuesta capacidad para crear suspense malsano, vemos (como diría Juan Marsé) que al filme se le ven tanto las tuberías y la carpintería que no puede más que marchitársenos en el golpe de efecto final.
Estamos ante una errática propuesta que viene a normalizar el entusiasmo generado en los últimos tiempos por esa nueva ola de realizadores de ámbito francófono que están revolucionando el concepto del panorama fantástico internacional. No, Robin Aubert no es Robin Campillo (Les Revenants). Al menos de momento.
Serenity. Nuevos galácticos
Tras los éxitos televisivos Buffy, cazavampiros y Angel se encuentra el norteamericano Joss Whedon, y él es también el creador en el año 2002 de la serie Firefly. Esta space opera televisiva que buscaba una atrevida mixtura entre un misticismo sci-fi de nueva hornada, cierta adhesión al western fronterizo e incluso al clásico cine de aventuras, ve al fin su versión cinematográfica. El fenómeno Firefly, creado a posteriori (tras la fallida emisión de la serie), tuvo su particular génesis en los foros de Internet donde millares de fans reivindicaron la serie. Serenity es una lujosa carta de presentación para aquellos que desconocían las aventuras del “hansoliano” capitán Mal (Nathan Fillion) y su tripulación. El filme es una vistosa y trepidante revisitación de las dos sagas intergalácticas por excelencia, Star Wars y Star Trek, pero a diferencia de ellas, no articula su esqueleto sobre un propio y definido microcosmos iconográfico. Josh Wedon practica cierto transfuguismo genérico y picotea en casi todos los géneros cinematográficos. Terror, artes marciales, western, ciencia ficción y comedia se dan la mano en una muestra de descaro estilístico francamente sugerente.
Serenity aúna con inteligencia la apetecible instantaneidad de los seriales y un nuevo concepto electrizante de road movie crepuscular. Hay un prurito hawksiano en el grupo humano que se esconde de la Alianza (China y Estados Unidos) en la nave de carga Firefly, pero siempre, y sobre todo, hay un abierto homenaje a aquella otra nave tuneada que respondía al nombre de Halcón milenario. Tampoco debemos perder de vista, al margen de la aparatosidad estilística de Serenity y de sus necesarios retruécanos infográficos, su clara vocación (su asunción, diría yo) de todos y cada uno de los estilemas propios del cine de bajo presupuesto. El filme de Whedon es una versión cool y tránsfuga de Fantasmas de Marte (2001) de John Carpenter, la traslación futurista y teenager de los pistoleros de Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976) de Carpenter. A nadie se le escapa que los diálogos de Serenity transpiran la chulería testosterónica de las carpenterianas Rescate en Nueva York (1981) o su secuela Rescate en Los Ángeles (1996), y que la pasión por el western del director de La niebla (1980) está descaradamente presente en esta nueva generación de forajidos espaciales.
Estamos ante un filme cuya principal baza es su descaro. Joss Whedon tiene cierta ventaja sobre el veterano George Lucas (a quien nadie discute sus méritos pretéritos). Whedon no se toma tan en serio ni a sus personajes ni a sí mismo. El filme está cargado de referentes más o menos inconfesos, baste citar el televisivo pirata anime Capitán Haddock, o el filme de Peter Hyams Atmósfera cero (1981), para hacernos una idea de la macedonia intergaláctica que nos propone el repostero Whedon.
Shutter. Retratos del más allá
Excelente premisa argumental la que nos propone Shutter (2005), jugar con esas imágenes fantasmales que aparecen en algunas fotografias para desarrollar un filme de terror que cumple una a una todas las premisas del género y que sobre todo no engaña a nadie. El filme tailandés, es un producto directo, de vocación comercial pero que ofrece una cuidadísima factura y un muy trabajado acabado. Fiel al esquema del suspense dilatado, tan propio del cine asiático, y al efectismo sonoro imprevisible, Shutter es un producto que se disfruta desde los títulos de crédito hasta el último fotograma, y es que pese a su charme de producto sofisticado el filme es un plato combinado con buena materia prima ante el que no debemos tener una actitud de gourmet caprichoso.
Parkpoom Wongpoom y Banjong Pisanthanakum hacen del argumento de su filme una investigación esotérica en la que lo oculto siempre busca una génesis racional. Así, el fantasma de una chica atropellada puede ser como esas fotografías misteriosas, una señal, un mensaje para revelarnos algo mucho más brutal que viene del pasado. La cinematografía tailandesa está en un gran momento creativo, lo atestiguan singulares piezas maestras como Tropical Malady o también productos comerciales como The eye u Ong-bak. Una escuela singular la tailandesa, con unos códigos precisos que la hacen estar en un punto intermedio entre la particularidad nipona y la autoría europea aunque sin perder de vista el potencial de su propio folclore (muy rico en leyendas funestas). Shutter ha sido un éxito de taquilla en Asia y promete una ejemplar carrera comercial en su periplo occidental, su lenguaje es aséptico y de una universalidad consciente que le permite entrar sin complejos en cualquier mercado. Si el cine de terror es para usted un ring donde encajar sustos como derechazos certeros, esta es su película, eso sí, no confíen en ciertas mañas, ni en supuestos tongos, a veces el último asalto puede ser el definitivo: en este caso por K.O. Shutter es buen cine de horror sin aditivos, con un planteamiento escénico ejemplar y una utilización del fuera de campo enormemente eficaz.
Sky High. Papá, quiero ser superhéroe
Cada vez está más claro que la factoría Disney ya no es lo que era. Sky High (2005) de Mike Mitchell, su última aventura cinematográfica no animada, es una muestra más de la falta de rumbo de la mítica productora. El filme es un híbrido simplón entre Los increíbles y la saga cinematográfica de Harry Potter. Pero lo cierto es que, ni de lo uno ni de lo otro, las aventuras de la superfamilia Stronghold (con un autoparódico Kurt Russell al frente) resultan una mera comparsa, tontorrona y repleta de clichés. En cuanto al otro referente inmediato del filme, el joven mago Harry Potter, no hay más que decir que la única coincidencia con el filme de Mitchell es la presencia de una escuela de superhéroes (la Sky High) al igual que Hogwarts alecciona a jóvenes con talento, en el primer caso superhéroes y en el segundo magos.
Sky High carece de la brillante ironía de Los increíbles (un filme extraordinariamente salpimentado de mala baba) y está mucho más cerca del espíritu grandguiñolesco de series como El gran héroe americano, en la que curiosamente había trabajado el ahora guionista de Sky High, Paul Hernández. Aunque el tono del filme es impreciso (cuando no arbitrariamente desmelenado), cabe reconocer que Mitchell al menos logra darle a la historia un look ultrapop para nada desdeñable. El sabio reciclaje de la iconografía colorista de los superhéroes protofascistas de la década de 1930 y ciertas apariciones de relumbrón como la del actor fetiche de Sam Raimi, Bruce Campbell, se encuentran entre lo mejor de la cinta. Todo lo demás deriva en una retahíla de situaciones y tópicos que remiten a las comedias de instituto tan de moda en la década de 1980. Si esta película se hubiera rodado hace veinte años y estos chicos en vez de mallas de látex llevaran americanas con hombreras, podrían haberle dado el papel principal al mítico Corey Feldman. Ni si quiera el guiño a El protegido (2000), de M. N. Shyamalan (en la escena de las pesas) tiene gracia dado el contexto.
Trouble. Doble cuerpo
Como viene siendo habitual, el festival de Sitges dedicó gran parte de su atención a la ultimísima producción europea de género y, de hecho, pocas secciones del festival fueron ajenas al desembarco de obras producidas en Europa. De todas ellas, la película más interesante (que no la más completa) fue, de lejos, la apasionante y morbosa Trouble (2005), del realizador francés Harry Cleven, un siniestro y formalista thriller sobre las dobles identidades y los pasados turbios que, a diferencia de algunos filmes recientes, ofrece un inteligente y riguroso tratamiento narrativo del twist final, ese leit motiv ya habitual en los últimos filmes de suspense que reformulan todo el metraje a partir de un giro narrativo en la resolución del relato completamente imprevisto (o sea, de El sexto sentido a Alta tensión pasando por Swimmnig pool o Identidad).
Protagonizada por un estupendo Benoit Magimel (quien no se llevó el premio de interpretación por un defecto de miopía del jurado), el filme narra la oscura peripecia de un hombre que descubre su verdadera identidad familiar al conocer a un hermano gemelo del que desconocía su existencia. Entre la textura ominosa de los thrillers psicológicos y los tratamientos físicos y rudos de los mejores slashers, Trouble es un interesante hibrido genérico que sabe jugar sus mejores bazas (sordidez, mesura narrativa y alto nivel interpretativo) sin renunciar a los cánones habituales del filme de suspense tradicional (sugerente desarrollo narrativo, espacios en penumbra y altas dosis de violencia). Y es en esta mezcla de tradición y riesgo donde mejor se desenvuelve la obra de Cleven que fue justamente recompensada con el Méliès de Plata a la mejor película europea.
Sunset Boulevar. Resumen de una decepción
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The dark |
Si bien hay una serie de filmes (como Una historia de violencia o El exorcismo de Emily Rose) que han despertado grandes debates entre los redactores de este fanzine, hemos intentado llegar a un acuerdo común para extraer de la programación de Sitges una serie de filmes que han supuesto una gran decepción a nuestro criterio. A pesar que pueda parecer presuntuosa, la irregular cosecha de esta edición del festival bien merece una sección como ésta en la que trataremos brevemente algunos de los errores (y horrores) del certamen de este año.
En primer lugar, nos gustaría señalar el bajo nivel de la producción española, la cual, menos la espléndida Frágiles de Jaume Balagueró, ha mostrado unos títulos completamente anoréxicos. Ni La monja (un filme con el que uno puede sentirse cómplice pero que no se puede aprobar bajo ningún concepto) ni, sobre todo, el bodrio de Oculto (2005) de Antonio Hernández son películas que den lustre a una cinematografía, más bien la condenan al más duro de los ostracismos. La última obra de Hernández es una obra imposible a todos los niveles (interpretativo, argumental y visual) y demuestra la incapacidad de ciertos sectores de nuestra industria a la hora de dotar de un aura mínimamente inquietante a los títulos de género.
Otra de los grandes decepciones ha sido la animación de autor, sobre todo en su vertiente híbrida entre imagen animada y real. Así, el festival nos ha castigado con dos ladrillos bellamente filmados pero tediosamente planteados: Mirrormask (2005), de Dave McKean, y The Piano Turner of the Earthquakes (2005), de los hermanos Quay. El debut de MacKean es un imaginativo cuento de hadas, pletórico en la visualización de la fantasía, pero que obvia toda construcción dramática para erigirse en una simple historia de iniciación adolescente que aburre hasta el espectador más entusiasta. La obra de los hermanos Quay es otro cuento de fantasía (algo pedante) para intelectuales que tiene su mejor baza en algunas de sus soluciones visuales, ambientadas en un mundo onírico, crepuscular y barroco.
Dentro de la ya habitual tendencia del festival a fomentar el género del falso documental, otra de las grandes decepciones fue Grizzly Man (2005), del otrora interesante realizador germano Werner Herzog. Su nuevo filme es un tremebundo monumento al desatino más absoluto que narra las presuntas desventuras de un biológo freak enamorado de la vida salvaje y de los comportamientos de los osos en libertad. Pretenciosa, molesta y engreída, el filme vuelve a insistir en la inutilidad de un género como el fake, más pendiente en subrayar la soberbia de sus autores que en articular un discurso digno e interesante.
De Estados Unidos nos llegó una de las peores películas del festival, la horrenda The Jacket (2005), de John Maybury, un triste thriller de ciencia ficción que combinaba (sin orden ni concierto) relato bélico, melodrama desaforado, borrados de mente, tramas psicoanalíticas y viajes en el tiempo. Tal heterogeneidad de elementos daba al traste las posibilidades del filme, incapaz de sostener tal mixtura genérica sin invitar al desconcierto más absoluto. Incomprensiblemente, la película entró en la Sección Oficial (quizás por razones meramente promocionales pero desde luego para nada artísticas).
En el ámbito de los desastres europeos nos llegó la producción británica, The Dark (2005), un filme de terror dirigido por John Fawcett (director de Ginger Snaps), con fantasmas, leyendas galesas ancestrales, un paisaje estremecedor y una casa que guarda oscuros secretos del pasado que no han muerto del todo. El director de este film humilde emplea los mecanismos típicos (y tópicos) de las historias de fantasmas para narrarnos un peculiar viaje al mundo de los muertos de una madre en busca de su hija perdida. La película cuenta con algunas buenas ideas (el mar como frontera entre los dos mundos) aunque abusa sin venir a cuento de los mecanismos habituales de las películas de terror.
Por último, la producción asiática nos castigó con Seven Swords, del prolífico Tsui Hark, quien pasa por ser el renovador del wuxia (las películas chinas de espadas). Su nueva obra es una irregular película épica con vocación de convertirse en uno de los referentes del género. Se trata de un film excesivo, tanto en la duración como en ambiciones, y que quiere parecerse a películas del estilo de los clásicos dirigidos por ilustres creadores como Akira Kurosawa. Se queda en el intento aunque puede resultar interesante para los amantes del género.
Juan Carlos Matilla
Luis Rueda
Marta Torres