publicado el 12 de noviembre de 2005
QUE LA FUERZA DEL MITO VAMPÍRICO SIGUE GENERANDO un interés popular inmediato no se le escapa a nadie, el cine se ha encargado de recordárnoslo con cierta asiduidad, pero en lo literario no se producía un fenómeno como el de La historiadora desde que Anne Rice publicara hace unos años Entrevista con el vampiro, más tarde ampliada a trilogía. ¿Que ha llevado a esta obra de Elizabeth Kostova a convertirse en número uno de ventas? Seguramente diversos motivos, uno de ellos la inercia que ha provocado la obra de Dan Brown, El código Da Vinci y la gran aceptación de novela de ficción con sólida base histórica, también en esa tesitura podríamos encontar otras obras como El club Dante de Matthew Pearl. Pero más allá de las modas literarias, si algo hace evidente el éxito de la obra de Kostova es la vigencia del personaje de Drácula, el irresistible magnetismo del no muerto creado por el irlandés Bram Stoker.
La novel escritora norteamericana ha indagado durante años en la fuente de inspiración de Stoker, es decir, en la historia de el príncipe de Valaquia, Vlad Tepes, y con esos mimbres ha tejido un sólido thriller que especula con la posibilidad de que el voida de la Orden del Dragón continúe vivo en algún lugar de Europa. El argumento se centra en la búsqueda, por parte de varias generaciones de historiadores, de la tumba de Dracul y el punto de partida de esa búsqueda es un arcaico legajo con la xilografía de un dragón alado encontrado al azar. El libro simultanéa dos investigaciones que abarcan medio siglo y dibujan un recorrido que nos lleva de los palecetes otomanos a los bosques y aldeas de los Cárpatos rumanos y de allí, a la Bulgaria exótica de las iglesias bizantinas. Alternando el género epistolar con la primera persona, Kostova, construye un monumental recorrido entre aventuresco y sentimental que encuentra sus mejores pasajes tanto en el rigor historicista que desprende como en sus sabias pinceladas de horror sugerido. La historiadora bebe sin complejos de lo más granado de la novela gótica, de ahí que sus diálogos afectados y sus ademanes románticos puendan resultar excesivamente forzados en un contexto tan próximo como el de la Europa Oriental de mediados del siglo XX, pero lejos de resaltar ciertos puntos débiles del texto, como el poco trabajado perfil psicológico de sus personajes o la excesiva mesura del mismo (700 páginas), deberíamos fijarnos en otros aspectos mas atractivos y que hacen de La historiadora una lectura obligada.
La novela aporta una mirada inocente, extrangera, que nos describe los paisajes, las gentes y las costumbres de la Europa del Este con renovada fascinación, paises como Turquía, Rumanía o Hungría son, a ojos del viajero anglosajón, civilizaciones de un exotismo y un folclore fascinantes. En ese sentido, Kostova, norteamericana casada con un húngaro, inserta ciertas impresiones autobiográficas con indudable calado emocional. Otro de los puntos fuertes se halla en el tratamiento de la figura de Drácula, Kostova hace bueno el material del filme de Francis Ford Coppola y crea un monstruo seductor, solitario y culto, más en la tradición de Lestat que en la de el vampiro stokeriano y concentra parte del atractivo del personaje en su inquietante ausencia hasta bien entrada la novela. La historiadora ciñe su discurso en la sempiterna lucha del Bien contra el Mal y por ello por sus páginas apenas sí encontramos personajes ambigüos en la linea de Renfield. Kostova parece más interesada en volcar su ira hacia los funcionarios comunistas que a los jóvenes historiadores se protagonizan la novela.
La historiadora, lejos de ser un libro superior a Drácula, se erige en un complemento ideal que refuerza la leyenda del vampiro y abre un abanico de posibilidades a medio camino entre la especulación y el rigor historicista. Su lectura hará vibrar a no iniciados tanto como a aquellos familiarizados con la iconografía vampírica. Esta novela tiene todo lo necesario para convertirse en un auténtico superventas e incluso de trazar una ruta turístico-literaria, a la manera de El código Da Vinci, que este humilde lector desaconsejaría en lo concerniente a los vestigios draculianos de los Cárpatos. En lugares como Sighisöara (lugar de nacimiento de Vlad) lo más cerca que se encontrará del mito será, a lo sumo, la casa natal de el Empalador convertida en una cafetería, eso, cuando no le vendan un falso castillo convertido en un mercadillo con posters de Gary Oldman.