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publicado el 9 de agosto de 2011

Honor y sangre

Lluís Rueda | Resulta estimulante cómo algunos directores japoneses contemporáneos deslizan su mirada por una época tan convulsa como las postrimerías del periodo Sengoku y su paso al Meji. El final del sistema feudal japonés conllevó la caída en el olvido de la figura del samurái, soldado de fuertes convicciones espirituales que no halló un encaje en los nuevos tiempos. Ese retrato de decadencia y honor en tiempos de cambio fue recientemente llevado al cine con cierta excelencia por el especialista en frescos históricos Yoji Yamada en 'La Trilogía del Samurai', compuesta por los filmes El Ocaso del Samurái (Tasogare Seibei, 2002), La Espada Oculta (Kakushi ken: oni no tsume, 2004) y Love and Honor (Bushi no ichibun, 2006). Una trilogía de enorme poesía interna y tono sombrío que acaso se complementa con la sencillez y un sentido de la ironía rayano al realismo mágico de Hana (Hana yori no naho, 2006) de Hirokazu kore-da, el excelente retrato rural de un grupo de samuráis que sobreviven utilizando toda su picaresca e ingenio.

En esa órbita del retrato postmoderno sobre un fin de ciclo, en el que honor, hambre, bushido y holgazanería se parapetan podríamos situar 13 Asesinos, la particular nomenclatura fílmica del universo de los samurais de Takashi Miike. 13 Asesinos es un filme que combina tradición, clasicismo y un desarrollo hiperbólico que el realizador japonés eleva al arte de la provocación estética renunciando a conciencia a ciertos prelados del cine chambara[1] tradicional y situando algunos pasajes de su relato en la órbita del cine de puro entretenimiento. El nuevo filme de Miike es es un remake de The Thirteen Assassins (1963, Eiichi Kudo) un sobrio jidaigeki[2] cuya máxima referenciia cinematográfica es Los siete samuráis (Shichinin no samurai, Akira Kurosawa, 1957), acaso el filme más popular y con mayor proyección internacional de cuantos el cine japonés ha dado a lo largo de su dilatada historia. Una cinta, la de Kurosawa, en la que Miike también se ha fijado detenidamente a la hora de desarrollar su particular miscelánea bushi[3], tan brutal y sólida como hermosa y épica.

13 Asesinos (2010) es una cinta sin fisuras, con aromas a western añejo y hechuras de gran espectáculo que mereció algo más que un par de premios en el pasado Festival de Sitges (otorgados a su arrolladora concepción visual -vestuario, diseño de producción-); conviven en esta cinta elementos y sinergias argumentales de los clásicos Los siete samuráis y 47 Ronin (Chûshingura, Hiroshi Inagaki,1962), especialmente en la primera parte del filme, pero también es cierto que impera en la propuesta un estilo muy inmediato, en cierto modo pop, que otorga a la historia una pátina distanciada que permite excesos alejados de la etiqueta. Recordemos que Miike es un terrorista visual cuya paleta de texturas demoledora, por regla general, aborda toda suerte de géneros cinematográficos con feliz desvergüenza. Pero más allá de la intriga palaciega en que el realizador sitúa la trama, con un grupo de caballeros buscando venganza y la caída de un tirano feudal, Lord Naritsugu, 13 Asesinos posee un desarrollo muy occidental que le emparenta con el estilo ecléctico de Akira Kurosawa. Mientras la primera hora del filme se expone como un fresco riguroso y deudor de la tradición fílmica japonesa, con un ritmo cauto y un desarrollo del conflicto puramente melodramático, el filme evoluciona hacia una explosión de violencia selectivamente explícita y de un calado visual extraordinario. Ideas como la de introducir a un truhán de los bosques como asesino número 13 -que como veremos ejercerá de acicate cómico y revulsivo a la manera de Gunga Din- son elementos que Miike maneja con maestría para desarrollar el potencial de un clásico en el olvido (el filme de Eiichi Kudo).

El director de Audition elabora pasajes de endemoniado ritmo como la incursión en los bosques, el asedio al pueblo fronterizo (espectacular) o un tour de force final que haría palidecer a Sam Peckinpah. Esta flamante aportación de Miike al cine de samuráis, nos recupera a un realizador plenamente consciente de sus virtudes estilísticas y con una capacidad única para abordar una tradición desde puntos de vista y opciones estéticas diversas. Nada podemos objetar al realizador sobre su tratamiento de la figura del mítico guerrero japonés, y es que hasta los truhanes urbanos y antihéroes psicópatas que llenan su particular teratología están hechos de la pasta de estos caballeros sombríos en tiempos convulsos. Takashi Miike vive atrapado en una indefinición artística casi metafísica que se alimenta de una vitalidad y prolijidad inéditas en el panorama audiovisual, tanto que es capaz de automutilarse con un par de filmes decadentes cada año y ofrecer, también en ese plazo, una o dos obras maestras, la última de ellas 13 Asesinos.

  • [1]. El término chambara (チャンバラ) es el nombre que recine en Japón el cine de samuráis, equivalente del cine de capa y espada occidental. El término chambara es una contracción de “chanchan”; onomatopeya de dos espadas al chocar, y "barabara"; la de la carne al ser despedazada.

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  • [2]. Jidaigeki: cine histórico

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  • [3]. Bushi: término genérico que significa guerrero

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