publicado el 3 de noviembre de 2011
Lluís Rueda | Lars von Trier parece un realizador dispuesto a convencer de lo contrario a aquellos que argumentábamos que su cine era un irreverente ejercicio de hedonismo tan vacío como formalmente irritante y, en buena medida, lo está consiguiendo. Piezas como Anticristo (Antichrist, 2009) o Melancolía (Melancholia, 2011) nos revelan a un autor en tránsito a la madurez que tiende a reinventarse con una pericia formal epatante y un sello de autenticidad en sus historias único, personal y para nada intermitente o fugaz. Que en su último filme, Melancolia, el tema de fondo sea el choque de un planeta (Melancholia) fuera de órbita contra la tierra no debe entenderse como una concesión del danés al cine de catástrofes, su filme, poderoso, rico, poético y de un nihilismo atroz, vuelve con ahínco a las relaciones humanas y nos sitúa el Apocalipsis en el territorio doméstico. El primer lance de valor de Melancolía es construir un boudevil decadente en el que los protagonistas son un puñado de burgueses atrapados en una boda de campiña que reúne egos, odios, un poco de amor inocente y mucha mala saña, todo en un palecete que se diría antesala de aquel apartamento de El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel.
Melancolía insufla entidad a sus personajes en una primera parte coral donde las hermanas Justine (Kristen Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg) se encargan de matizar las situaciones a suerte de ser dos reversos de una misma moneda que aceptan el presente y otean el futuro de manera antagónica. A partir de estos dos roles femeninos, el de Justine meditabundo, trágico y beodo y el de Claire temeroso y marcial pero dubitativo, Von Trier construye una tragedia arrebatadora para la que el amenazante planeta Melancholía se erige en algo parecido en esa luna de los 'lunáticos' que se instala para primero cambiar la naturaleza de las criaturas de 'Dios' y después para maquillar definitivamente la faz de la tierra.
Pero más allá de la magistral lección del director en un trabajo en el que más allá de sus protagonistas femeninas lucen espléndidos actores como Kieffer Shutterland o Charlotte Rampling (atención a su ácido discurso como madre de la novia), cabe destacar la concepción formal del filme en su concepción fantastique. Lars Von trier es capaz en este filme de crear un sentido de la ingravidez casi boreal, de dibujar al ser humano desterrado en tránsito onírico como muy pocos realizadores son capaces, de ahí esas instantáneas nocturnas con Justine desnuda bañándose de la luz de Melancholía, los bellísimos planos de los protagonistas atrapados en un sueño de electricidad, extrañeza y letargo que entusiasmaría a Edvard Munch, autor, precisamente, del bello cuadro 'Melancolía' (1895). Instantes de melancolía cinematográfica, en este caso de hedonismo liberador, que trascienden la pantalla para instalarse en el espectador como instantes únicos, irrepetibles y de una naturaleza majestuosa.
Mostrar la estupidez, lo intrascendente y después el fin de los días revelando aspectos del alma colectiva e individual a través de lo puramente cinematográfico es lo que convierte a un filme como Melancolía en una experiencia única y extrañamente íntima, algo nada sencillo que, vaya como ejemplo, ha intentado un director tan tenaz como Abel Ferrara en 4:44 Last Day on Earth (2011) con resultados muy discretos, claro que la concepción de la tragedia de Ferrara es tan poco universal y tan caprichosa como su odio al género humano. Comparar Melancolía con algo anterior o presente es tan innecesario como improductivo, es este un filme para transitar con cierta asepsia virginal de manera que toda su concepción clásica sea percibida como un espectáculo único en el que la música de Wagner achica el alma y las conversaciones a pie de catástrofe convierten cada reflexión en un epitafio fugaz. Pero cada obra magna necesita una salida digna, y la de Melancolía es, si me apuran, la más bella fuga a que un cinéfilo pueda aspirar como experiencia, la secuencia final más apoteósica, sencilla y honesta que uno recuerda en mucho tiempo. ¿Quién dijo que el cine de ciencia ficción era intrascendente más allá de Solaris (1972) de Andrey Tarkovsky o 2001: Una Odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick ? Melancolía huele a clásico. Mr. Von Trier, ha construido usted una película simplemente maravillosa.