publicado el 4 de noviembre de 2011
Lluís Rueda | Nadie puede poner en duda que Verbo (2011), el primer largometraje de Eduardo Chapero-Jackson, es un filme valiente y ambicioso, pero como el mismo director confesaba en una reciente entrevista conlleva el riesgo de un salto al vacío. Esperemos que no sea el caso, pues este filme que va directamente enfocado a un target muy concreto, el de los jóvenes aficionados al hip hop, los grafittis, el manga y los videojuegos, sin ser una propuesta extraordinaria y algo deslavazada juega sus cartas con una energía que raya el entusiasmo. La premisa del filme es bien sencilla y recorre lugares comunes tantas veces revisitados, ahí está 'El mago de Ozz', 'Alicia en el país de las Maravillas' y otros referentes literarios que Chapero-Jackson conjuga y vertebra en un esquema simple como el de una aventura gráfica trufada de ciencia ficción elegante y plagada de referentes estimables: el barroco visceral y vitriólico de Jeunet y Caro, el juego de realidades de Matrix (Andy Wachowski, Lana Wachowski, 1999), el esquematismo simple y depurado a la hora de exponer la lucha entre el bien y el mal, dicho sea de paso, reducida al común denominador de una conocida trilogía de George Lucas... Todo en Verbo es atractivo, funcional y está al servicio de un público que entiende el entretenimiento como algo casi estrictamente visual e inmediato. Cabe entender que entre las intenciones del realizador, está la de crear un acicate emocional entre dos generaciones no tan antagónicas, como la de Sara (Alba García), la incomprendida niña protagonista, y la de su propia madre, un treintañera interpretada por la musa de una generación -la del propio Chapero-Jackson- como es Najwa Ninry.
El filme porfía su devenir a un esquematismo naïf, pero procedente, en el que el aprendizaje de la vida y de las emociones de Sara se da a través del verbo, de la letanía de los versos de ciertos temas rap cortesía de Nach y hace hincapié en el tránsito entre la vida y la muerte, donde la niña evoluciona y aprende de la mano de un grupo de ángeles protectores encabezados por el enigmático Lírico, una suerte de jedai interpretado por el ídolo de adolescentes, Miguel Ángel Silvestre. La metaficción en este caso es un medio eficaz para revestir un itinerario simple y sencillo, como en el caso de filmes de la talla de la reciente Sucker Punch (Zack Snyder, 2011), pero en esta ocasión el bombardeo de ideas inconexas y la propensión a una abstracción casi metafísica se dan de bruces con la sencillez de la idea central del filme; siendo francos, Verbo no funciona por el estrés narrativo que genera para alumbrar una idea demasiado sencilla y discutiblemente original. Con todo, la propuesta deja sensaciones encontradas e instantes magníficos como una atractiva escena de animación, una siniestra incursión gótica mediante la inquietante figura de una niña momificada que nos remite a la Rosalía Lombardo de Palermo [1]. e incluso el interesante juego con los espejos que orquesta Chapero-Jackson como separador del mundo de los vivos y los semimuertos.
Volviendo a las reflexiones del realizador sobre la anómala criatura que ha creado con Verbo, a uno le viene a la memoria aquel filme cargado de arrojo, inocencia y creatividad que es El corazón del guerrero (2000) de Daniel Monzón, rara incursión en el fantástico que tuvo la suerte de las cintas malditas a las que dan la espalda aquellos cuya generación recoge. Chapero-Jackson reconoce paralelismos entre ambos filmes y sabe el riesgo que conlleva su ópera prima, pero acaso lo más preciado y sincero de un autor es su sinceridad. Verbo es consecuente con una idea, un imaginario y una inquietud, pero captar la atención del público requiere de una magia cinematográfica que en su hoja de ruta es demasiado intermitente. A este filme solo le puede y le debe salvar del porrazo el arquetipo de joven, básico e inconstante, al que va dirigido... El resto, analizaremos el asunto con sumo interés.