publicado el 18 de abril de 2012
Ejemplo probablemente único de cineasta autodidacta y marginal, rabiosamente independiente, que ha conseguido una enorme popularidad tanto en su país de origen como también con mayor o menor fortuna en el extranjero, sobretodo en Estados Unidos e Italia, José Mojica Marins (São Paulo, 1936) es el creador de un personaje hoy ya indisociable y justamente indispensable de la historia del cine de terror, el enterrador Josefel Zanatas, más conocido como Zé do Caixao (en castellano algo así como “José del Ataúd”). Pese a algunos intentos no especialmente conseguidos de desmarcarse de su siniestro alter ego, el actor, director, guionista y productor ha ido alimentado desde prácticamente el inicio de su carrera la confusión entre creador y creación, orquestando una suerte de transferencia de identidades que ha acabado por contaminar el grueso de su filmografía, mucho más dispersa –y también errática– de lo que podría parecer en un primer momento, marcada de principio a fin por una desproporcionada voluntad de autoafirmación.
1. ¿Leyenda negra o realidad?
Resulta prácticamente imposible a estas alturas separar Zé do Caixao de José Mojica Marins y José Mojica Marins de Zé do Caixao, casi tanto como acercarse a su filmografía como realizador sin tener en cuenta la multitud de anécdotas y sucesos, muchos de ellos transmutados en leyenda (negra) de difícil verificación, relacionados con su vida personal y profesional (1). Se mire por dónde se mire, la biografía del cineasta brasileño resulta todavía más delirante que el más desquiciado guión surgido de su imaginación: hijo de padres españoles, nació tras una gestación de 11 meses a causa de una condición irregular del vientre de su madre, cantante de tangos. Su padre era torero y pasó los primeros años de su vida recorriendo el país de feria en feria hasta que su secuestro por parte de un grupo de gitanos llevó a sus padres a abandonar la vida en la carretera y asentarse en el barrio de Vila Anastasio, en Sao Paulo, para hacerse cargo del cine Santo Estevao. Fascinado rápidamente por los imágenes en movimiento, a los diez años el pequeño José disponía ya de su primera cámara de 8 milímetros y uno de sus primeros trabajos fue el cortometraje O juizo final, en el que las personas buenas eran llevadas al cielo en un ataúd volador y las malas se convertían en gusanos, lo que motivaría (supuestamente) su expulsión de la escuela católica en la que estudiaba. Es uno de los primeros hechos relevantes de su inabarcable vida personal y supone también su primer encontronazo con la Iglesia Católica (sinónimo evidente de censura en este caso), preludio de la lucha incansable por la libertad de expresión y la independencia más radical que le perseguirá durante toda su carrera y que le llevará, con menor o mayor fortuna, a radicalizar su discurso hasta extremos nunca vistos en Brasil ni en prácticamente ningún otro país del mundo. La obra de Marins, así, es en efecto la de un realizador impulsivo hasta más allá de lo razonable, la de un cineasta dispuesto a hacer cine a cualquier precio y casi de cualquier manera pero sin renunciar a un discurso rabiosamente personal, cuya tendencia al efectismo y la provocación no excluye cierta voluntad artística, por bien que transmutada con el paso de los años en una desmesurada egolatría y una excentricidad que parece más impostada que natural: mezcla rematadamente personal y extravagante de surrealismo y expresionismo, de nihilismo de ecos nietzscheanos y del sentimiento de culpa y pavor atávico inherentes al más intransigente catolicismo, del horror sobrenatural clásico y de las miserias de un país subdesarrollado, el cine de José Mojica Marins no puede entenderse fuera del contexto único e irrepetible en el que se inscribe y se desarrolla. Por ello, como medida de reafirmación, quizá también de protección, el realizador se ido acomodando a su condición de director maldito (en todos los sentidos del término), maniático y perfeccionista, obsesionado en luchar hasta el final una guerra perdida de antemano contra los poderes establecidos y la adversidad: padre de veintitrés hijos de siete mujeres distintas, su obra cinematográfica permanece inextricablemente unida a su propia leyenda, que se alimenta de sí misma en un proceso sin principio ni final a partir de hechos sorprendentes, prácticamente inverosímiles, pero de un incontestable poder de fascinación. El primero hace referencia a su inusitada precocidad: según algunas fuentes, antes de cumplir los quince años ya había firmado una veintena de cortometrajes, tanto de temática terrorífica como documental –algunos de ellos volverían a ser filmados para la serie de televisión Além, muito além do além, emitida entre 1967 y 1988 pero de la que por desgracia apenas se conservan copias–, al mismo tiempo que disponía de su propio y humilde estudio cinematográfico ubicado en un pequeño gallinero. La lista de anécdotas e incluso de extraños sucesos a partir de este punto es casi interminable: que si el rodaje de su primera película, Sentenca de Deus (1953), se vio interrumpido por la muerte de las dos actrices que debían protagonizarla (la primera se ahogó en una piscina y la segunda murió de tuberculosis, incluso se habla de una tercera que perdió las piernas en un accidente), que si los procesos de casting para sus filmes son una tortura para las actrices y los actores en los que importa mucho más su resistencia a las más variadas torturas (gusanos y arañas venenosas incluidas) que su capacidad de interpretación… Destaca, por encima de todas, una truculenta historia relatada en diversas ocasiones por el mismo realizador y que vendría a explicar hasta cierto punto su pasión por el horror, la muerte y las historias sobrenaturales. Siendo niño, Mojica Marins asistió al funeral del propietario de una tienda de su barrio; ante los desconsolados lloros de la viuda y los rezos de los presentes, el cuerpo dentro del ataúd empezó a moverse; todavía con algodón dentro de la boca y las fosas nasales, el difunto se levantó como si nada hubiera ocurrido provocando el terror de todos los asistentes: el hombre, obviamente, no había fallecido sino que sufría de catalepsia, enfermedad que en esa época prácticamente nadie conocía en la región. La sorprendente historia, en todo caso, no tendría final feliz, ya que poco después la esposa abandonaría al resucitado alegando que no era su marido y que el mismísimo demonio lo había poseído. El pobre desgraciado moriría al cabo de dos años en un manicomio.
2. Orígenes de un mito
No sería hasta 1958 que Marins conseguiría realizar su primer largometraje completo, A sina do aventureriro, un western del que resulta prácticamente imposible conseguir información contrastada pero que según diversas fuentes constituye la primera película rodada en Cinemascope en Brasil. Supuso también, al parecer, un nuevo encontronazo con la Iglesia, que trató de prohibirla debido a una escena ligeramente subida de tono en la que dos mujeres se bañaban desnudas en una cascada. Para evitar problemas mayores, Mojica Marins decidió cambiar de registro en su siguiente largometraje, Meu destino em tuas maos (1963), sobre unos chicos descarriados a los que un abnegado sacerdote traerá de vuelta al camino del Bien, aunque supuso un descalabro comercial. Llegados a este punto, de nuevo (re)aparece la leyenda: abrumado por problemas financieros que lo habían obligado a mudarse con la familia de su esposa, la noche del quince de octubre de 1963 Mojica Marins tuvo una pesadilla, prácticamente una visión, en la que una figura sin rostro y completamente vestida de negro lo arrastraba entre risas macabras hacia un cueva en la que había una lápida con su nombre grabado en ella, acompañado por la fechas de su nacimiento y de su muerte, de las que apartó rápidamente la mirada. Pronto constató que tan inquietante figura era él mismo, y la experiencia lo impresionó tanto que al despertarse a la mañana siguiente ya tenía la idea y el título para una nueva película, que decidió llevar a cabo de forma inmediata abandonando definitivamente el proyecto que entonces tenía entre manos, Gereação maldita. Ésta es, en palabras del propio realizador, la génesis de A meia noite levarei sua alma, su primera producción abiertamente terrorífica y probablemente también la mejor realización de su dilatada carrera. Estrenada en Brasil el 9 de Noviembre de 1964, supuso el bautismo cinematográfico de Zé do Caixao –Mojica Marins cuenta que se vio obligado a interpretarlo él mismo porque no encontró ningún actor dispuesto a interpretar un personaje de tan funestas características– y marca con sorprendente madurez y diáfana claridad el camino a seguir por sus obras posteriores. Constituye asimismo un verdadero hito en la historia del terror cinematográfico: no sólo puede considerarse el primer filme genuinamente terrorífico producido en el país sudamericano, representa también un caso único en la historia de producción capaz de trascender su carácter eminentemente localista –el personaje no podía haber nacido en ningún otro lugar que no fuera Brasil– para acabar erigiéndose prácticamente en un mito universal, anticipando de paso, o reafirmando, elementos e ideas del cinema novo brasileño, un movimiento renovador gestado a finales de la década de 1950. Influenciado tanto por el Neorrealismo italiano como por la Nouvelle vague francesa (su lema era “Una cámara en la mano y una idea en la cabeza”), sus miembros más destacados fueron los realizadores Glauber Rocha, Nelson Pereyra Dos Santos, Carlos Diegues y Joaquim Pedro de Andrade; si bien Mojica Marins no formaba ni formó parte en esos años de ningún movimiento, es innegable que A meia noite levarei sua alma entronca de manera sorprendente y a distintos niveles con el llamado “Cinema do lixo”, un colectivo de carácter más o menos underground nacido en el barrio de Sao Paulo del mismo nombre, formado por intelectuales de izquierda y cineastas que de algún modo implicados en el cinema novo; su máxima aspiración, más allá de su incansable lucha contra las miserias de la dictadura militar que (des)gobernaría el país entre 1964 y 1985, era la de promover una nueva forma de hacer cine de bajo presupuesto basado en la crudeza y la provocación.
De alguna forma, la sacrílega amoralidad y las sangrientas andanzas de Zé do Caixao resultaron más atractivas para el público que las mordaces y / o elevadas críticas sociales y políticas propuestas por el cine brasileño independiente de esos años, como si vieran en él un espejo de los tiempos convulsos que les había tocado vivir, quizá también el reflejo de su alma atormentada por la pobreza, la represión y la falta de libertad. Empezando por el sueño visionario del propio director y acabando por el sinfín de problemas, anécdotas y hechos misteriosos que rodearon su rodaje, es evidente que A meia noite levarei sua alma tenía todos los ingredientes necesarios para convertirse de forma inmediata en una obra de culto en Brasil; más allá de la censura ejercida sobre algunas copias en determinadas ciudades, el filme fue un éxito inesperado, aunque Mojica Marins no obtuvo ningún beneficio: después de vender casi todo lo que tenía para completar la producción (según algunas fuentes amenazando con una pistola a los actores para que terminaran su trabajo y pasando numerosos días sin dormir), se vio obligado a ceder los derechos de explotación a un particular para poder pagar las deudas acumuladas. Para que se conociera y se hiciera popular en el resto del mundo, sin embargo, hacía falta algo más que una leyenda negra, y es en este punto en el que interviene Mike Vraney, principal responsable de la compañía estadounidense Something Weird Video, en activo desde 1990 y especializada en cine de explotación y bizarre y principal artífice, por ejemplo, de la “recuperación” de la obra de cineastas independientes y de serie Z como Harry Novak, Doris Wishman o Herschell Gordon Lewis. Vraney conoció la obra de Mojica Marins a través del periodista brasileño Andre Barcinski, percatándose de inmediato de la conexión entre Zé do Caixao y las míticas historietas de la editorial estadounidense E.C. (sobretodo 'The vault of horror' y 'Tales from the crypt', debilidad reconocida del propio realizador desde la infancia). Vraney lanzó por todo lo alto –aunque en una calidad por debajo de lo esperable– algunos de sus títulos más representativos, consiguiendo una notable revuelo. Antes de todo eso, y cuando nadie parecía conocer la obra de Mojica Marins fuera de su país de origen, es cierto, el festival de Sitges ya le había dedicado un homenaje.
3. A meia noite levarei sua alma, el principio del fin
Rodada en riguroso blanco y negro en apenas dos semanas y en un minúsculo set de dos por cuatro metros, A meia noite levarei sua alma presenta ya todas las características tanto estilísticas como narrativas de la obra posterior del cineasta, haciendo gala no obstante de una visceralidad, una frescura y una virulencia presente aún a trompicones en su inmediata continuación, Esta noite encarnarei no teu cadáver (1966), pero que irá desapareciendo en sus posteriores realizaciones. Antes que como su primera incursión en el género que lo consagraría y encasillaría, que también, el filme debería contemplarse como un compendio de sus principales influencias y obsesiones, en el que la estética del cine de terror clásico estadounidense de las décadas de 1930 y 1940 y de los citados cómics de la editorial E.C. se introduce en un contexto de degradación –y represión– moral y física inédito en cualquier producción terrorífica anterior, marcado por el analfabetismo y la omnipresencia del catolicismo entendido como institución depredadora y de coacción. El horror que desprende Zé do Caixao, propietario de la empresa de pompas fúnebres de un pequeño pueblo conservador y sin ninguna aspiración de futuro, resulta terriblemente cercano y al mismo tiempo perturbador por la absoluta libertad con la que actúa, habla y piensa sólo en su propio beneficio (entiéndase libertad en este contexto también como sinónimo de amoralidad y egoísmo), erigiéndose en una especie de símbolo de la incorrección y la blasfemia contra cualquier clase de fe: para Zé do Caixao la creación implica destrucción, cualquier acción, incluso la violación y el asesinato, es válida si su objetivo es salvar Brasil de su apatía, abrir las puertas a un futuro que forzosamente tiene que ser mejor pero en el que las mujeres deben ser subyugadas, utilizadas solamente para la procreación. La inteligencia del enterrador deviene inevitablemente seductora en un contexto de absoluta pobreza intelectual, del mismo modo que su aspecto físico –prominente barba, actitud altiva y desafiante, vestido siempre de negro con una capa y un vistoso sombrero de copa, uñas larguísimas– impresiona e infunde temor incluso a partir del más insignificante gesto. Como si estuviera por encima del Bien y del Mal, la miseria y la incultura que lo rodean lo impulsan sin remisión a buscar desesperadamente a la mujer perfecta que le proporcione un hijo que perpetúe su sangre: “¿Qué es la vida? Es el principio de la muerte. ¿Qué es la muerte? Es el final de la vida. ¿Qué es la existencia? Es la continuidad de la sangre. ¿Qué es la sangre? Es la razón de la existencia” clama Zé do Caixao mirando directamente a la cámara en la escena introductoria, dirigiéndose de forma amenazadora a los espectadores, invitándolos a entrar en su infierno carnal, a participar en su despiadada búsqueda de un salvador diametralmente opuesto al de la religión católica y con numerosos puntos de contacto con el concepto de “Superhombre” acuñado por Friedrich Nietzsche en la década de 1870. Para el filósofo alemán, este “Superhombre” debía ser una persona capaz de generar su propio sistema de valores identificando como bueno todo aquello que procediera de su genuina voluntad de poder, combatiendo y destruyendo los valores tradicionales representados por el cristianismo en busca de una moral surgida de lo más profundo de su interior.
Nada, absolutamente nada puede detener a Zé do Caixo en su demencial cruzada: tras deshacerse brutalmente de su pareja Lenita (Valeria Vasquez) y de uno de sus únicos amigos, Antonio (Nivaldo de Lima), centrará todos sus esfuerzos en convertir a la prometida de éste, Terezinha (Magda Mei), en la madre de su hijo, llegando incluso a violarla de forma salvaje, aunque no podrá evitar que se suicide poco después presa de la rabia y el dolor, pero no sin antes lanzar sobre él una terrible maldición que lo acabará arrastrando al mismísimo infierno. La sólida –y sórdida– descripción de personajes, ambientes y situaciones mantiene el interés de la propuesta durante la primera hora de metraje, de gran concisión expositiva y considerable truculencia, espléndidamente fotografiada en contrastado blanco y negro por Giorgio Attili, a partir de ese momento uno de los más fieles colaboradores del director. Otorgando un notable protagonismo a los primeros planos y los planos medios y confiriendo a las miradas y a los gestos el peso de la mayoría de las escenas de tensión, Mojica Marins consigue disimular la absoluta precariedad de medios y de recursos del rodaje, realizado en su mayor parte en minúsculos decorados construidos en el interior del viejo gallinero que había convertido en su estudio; la creíble continuidad de las escenas nocturnas ambientadas en el bosque, sin ir más lejos, fue conseguida a partir de la filmación de planos de corta duración: el actor daba dos pasos y se cortaba la escena para cambiar completamente el decorado; volvía a caminar, se paraba, se movía otra vez la escenografía y así sucesivamente. Obviamente, todo el drama va encaminado hacia un clímax final tan apoteósico como hasta cierto punto previsible, pero que quizá tarda demasiado en llegar: de protagonista absoluto, Zé do Caixao pasa a convertirse en el protagonista único en un tour de force interpretativo progresivamente descontrolado y autocomplaciente. La exagerada sobreactuación de Mojica Marins, y sobretodo su irritante y totalmente innecesaria tendencia a la verborrea trascendente –los delirios de grandeza del enterrador adquieren casi siempre la forma de excesivos monólogos–, empaña un tanto el brutal desenlace, en el que el personaje sucumbirá a la ira de los espíritus de sus víctimas en el cementerio del pueblo.
(1) La confusión, y en cierta medida la mitificación que rodea a Mojica Marins, sobretodo en su país de origen, resulta evidente en el más completo documental que existe hasta ahora sobre su vida y su obra, Maldito- O stranho mundo de José Mojica Marins (André Barcinski y Ivan Finotti, 2001), tan fascinante como poco contrastado.