publicado el 9 de noviembre de 2011
Marta Torres | Cuenta el director coreano Na Hong-jin que siempre había querido tratar el tema de la inmigración en Corea del Sur y para documentarse, viajó a la lejana zona fronteriza entre Corea del Norte, China y Rusia, “un lugar donde la gente es tan inocente y tan pobre que es capaz de hacer cualquier cosa por dinero”. De esta área asentada en ninguna parte a orillas del mar amarillo parten cada año miles de inmigrantes hacia su vecino más rico en busca de pan, dinero o fortuna. Un terreno abonado para las mafias, el contrabando y el asesinato. De este drama social hace Na Hong-jin un thriller áspero y violento centrado en la figura de un miserable taxista adicto al juego cuya mujer, que viajó a Corea en busca de trabajo, hace tiempo que no da señales de vida. Finalmente, nuestro personaje decide aceptar un encargo: asesinar a un hombre en Corea del Sur, lo que le permitirá pagar sus deudas y buscar a su mujer perdida.
Es curioso que el director coreano, autor de la magnífica The Chaser, haya escogido para su segunda película un tema donde las localizaciones (la frontera china, el mar amarillo) juegan un papel tan importante, dado que el filme es la primera película coreana producida por la Fox y ésta espera sacar réditos de una adaptación rodada en inglés y, suponemos, localizada en Estados Unidos (¿hablará de la inmigración mexicana?), de todos modos, Hong-jin no es un hombre que se deje influir fácilmente y en esta nueva película ha gozado de libertad absoluta tanto para escoger a sus actores, (Ha Jung-woo y Kim Yun-seok), los mismos con los que ya trabajó en The Chaser, como para imponer su guión, historia e estilo, y que, al menos en Sitges 2011, le ha valido el premio al mejor director.
Puestos a comparar con The Chaser, una historia cruel sobre un asesino psicópata de prostitutas, el filme que nos ocupa se aleja de la cuidada puesta en escena y el gusto por las atmósferas siniestras de la primera película del realizador. Tiene The Yellow Sea una vocación más realista, una fotografía más sucia y una puesta en escena menos elegante, más descuidada y, al mismo tiempo, más directa, como si hubiera sido filmada desde las tripas, con lo que ésto supone de riesgos y virtudes. La cámara está pegada al protagonista y con él emprende un largo viaje (la película dura más de dos horas) que va convirtiéndose en una huida desesperada hacia adelante a medida que avanza la película. Lo que en un principio era el retrato de una realidad miserable en China, se convierte en la crónica de un viaje desesperanzado al corazón de una sociedad rica e indiferente para degenerar después en un acelerado juego del gato y el ratón con la policía y las mafias china y coreana. Al fin y al cabo, no es más que la historia de un pobre hombre metido en medio de una cacería que no comprende.
A esta aceleración se suma el uso de una acción contundente y una violencia casi abstracta de tan primitiva, efecto al que contribuye el empleo en las peleas de cuchillos, hachas e incluso huesos de animales (el director explicaba que en Corea, las mafias nunca emplean armas de fuego). Esta violencia atávica, que es la misma sustancia de la que está hecha la película, trae a la imaginación la que plasmaba Goya en sus cuadros más negros y nos da una clave para entender la obra. The Yellow sea nos habla de ciudades frías e indiferentes, deseos incumplidos, motivaciones miserables y ninguna razón lógica al final del camino. El mundo es una bestia mortal y estúpida.