boto

estrenos

publicado el 15 de noviembre de 2011

Perdida en mi habitación

Alberto Romo | El azar (o la estrategia de los distribuidores) ha querido que La cara oculta (2011), dirigida por el colombiano Andrés Baiz, se estrene en fechas próximas a La piel que habito (2011) de Pedro Almodóvar, adelantándose ambas al aluvión de títulos de género fantástico que asaltan la cartelera tras la inauguración del festival de Sitges. Se trata de dos producciones españolas -La cara oculta cuenta además con una importante participación colombiana- que tratan de conciliar ambición comercial con marchamo autorial y hechuras que hilvanan diversas texturas genéricas (suspense, terror, melodrama…). Al comentar la película de Almodóvar en estas mismas páginas señalaba, tal como han hecho otros muchos críticos, su condición de artefacto cinematográfico perfectamente engrasado, cualidad que también puede atribuirse al film de Baiz. Resulta difícil explicar la trama de La cara oculta sin arruinar las sorpresas que depara al potencial espectador, así que sin entrar en detalles destacaré el papel primordial que juega en su trama, y en la de La piel que habito, los espacios arquitectónicos de encierro que se convierten en cárceles físicas y mentales de sus moradores, atrapados en la claustrofóbica celda de sus miedos e inseguridades y cuya llave sólo pueden encontrar, tras una ardua búsqueda, dentro de ellos mismos. Otra piezas engranadas en el complejo mecanismo de relojería que es el film de Almodóvar, y que también forman parte del entramado de La cara oculta, las encontramos en el juego de espejos que se establece entre personajes (Vera y Vicente en la primera, Fabiana y Belén en la segunda), enfatizado visualmente por Andrés Baiz con esos planos en los que Belén (Clara Lago) se mira ante el espejo de la habitación intuyendo una presencia cercana; en las filigranas de la estructura narrativa, repleta de bruscos giros argumentales en los que la trama llega a replegarse sobre sí misma; en los saltos en el punto de vista narrativo de un personaje a otro… Aunque sin la maestría de Almodóvar, no puede negarse que Andrés Baiz sabe cómo construir un ingenioso artificio de suspense, diseñado con la sana intención de entretener, y en la que todas las piezas encajan razonablemente bien entre sí, aunque se deba ser condescendiente ante algún que otro desajuste, comprensible en un cineasta todavía joven.

Lo que separa la película del colombiano de la del español -abriendo una brecha considerable- reside en el hecho de que mientras La piel que habito permite apreciar al artífice que hay detrás de la alambicada maquinaria fílmica, con su inconfundible idiosincrasia (guste más o menos, eso es otra cuestión) palpable en cada plano, en La cara oculta apenas puede vislumbrarse la sombra de la personalidad de un cineasta que había dado prometedoras muestras, en su magnífica ópera prima Satanás, perfil de un asesino (Satanás, 2007), de estar provisto de una atenta, singular y aguda mirada al lado más oscuro de la condición humana. Y eso que en el guión escrito por el propio director junto al cortometrajista Hatem Khraiche parecen confluir algunos temas casi almodovarianos, entre ellos los celos enfermizos y las relaciones posesivas extremas, el deseo como una pulsión incontrolable y de consecuencias imprevisibles, o lo volátil de las relaciones amorosas. Pero el tratamiento de estos temas, sugestivos a priori, acaba siendo tan pedestre, obtuso y estereotipado que casi echa por tierra el buen pulso cinematográfico y los hallazgos de la más que correcta puesta en escena de Andres Baiz (la relevancia argumental y estética que adquiere el agua en un contexto cotidiano, que recuerda a ciertas películas de terror orientales; el montaje paralelo entre la actuación de Adrián en el teatro y la resolución del principal dilema de la trama en su casa; la coherente levedad con la que se muestran los elementos “sobrenaturales”).
El director se beneficia de la vigorosa fotografía de Josep M. Civit y la enfática música de Federico Jusid (en consonancia con la profesión de Adrián, director de una orquesta sinfónica), pero como contrapartida debe lidiar con las deplorables actuaciones de las dos actrices protagonistas, que más parecen haber sido seleccionadas por sus atributos físicos (exhibidos de manera generosa a lo largo del metraje) que por sus supuestas cualidades interpretativas. De cuerpos escuálidos, los personajes que interpretan Martina García y Clara Lago resultan igualmente esqueléticos en su escasa densidad psicológica, limitándose por lo general a reproducir clichés arquetípicos (y machistas) como son el de la mujer-fatal o la mujer-posesiva. Cabe suponer que en la elección de las actrices (y seguramente en el diseño de sus personajes) fue determinante la popularidad de sus rostros en el medio televisivo, evidenciando la vocación eminentemente comercial del producto, que es -además de un artefacto cinematográfico en sí mismo, como comentábamos más arriba- una pieza más de una fría maquinaria destinada fundamentalmente a amasar la mayor cantidad de dinero posible. Una maquinaria industrial que, nos aventuramos a decir, ha masticado con sus poderosos dientes metálicos el incipiente talento y la marcada personalidad de un cineasta tan prometedor como Andrés Baiz, aquí relegado a ser un mero operario eficiente y dócil.

    Título original: La cara oculta. Dirección: Andrés Baiz. Países: España y Colombia. Año: 2011. Reparto: Quim Gutiérrez (Adrián), Clara Lago (Belén), Martina García (Fabiana), Alexandra Stewart (Emma). Guion: Andrés Baiz y Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla; basado en un argumento de Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla y Arturo Infante. Producción: Christian Conti y Andrés Calderón. Música: Federico Jusid. Fotografía: Josep M. Civit. Montaje: Roberto Otero. Diseño de producción: Bernardo Trujillo. Distribuidora: Hispano Foxfilm. Estreno en España: 16 Septiembre 2011


archivo