publicado el 15 de noviembre de 2011
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4.44 Last day on Earth |
Alberto Romo | Dentro del cada vez más inabarcable Festival de Cine Fantástico de Sitges, Noves Visions es el espacio de acogida natural de aquellas propuestas que se mueven en los márgenes de la industria cinematográfica y/o en los intersticios de las demarcaciones genéricas. Tras varios años en los que el escaso interés despertado por gran parte de los títulos incluidos en la sección llevó a muchos a poner en tela de juicio su continuidad, en esta ocasión, sólo los más críticos habrán encontrado injustificada su existencia. Ello es debido a que los responsables de su programación han dado un importante paso adelante, al integrar los últimos trabajos de directores tan prestigiosos (dentro y fuera del género) como Abel Ferrara o Park Chan-wook, y al ofrecer un nivel de calidad que -por regla general- ha rayado a considerable altura. No se disipan este año, más bien al contrario, las dudas respecto a la sobreabundancia de títulos del festival, a la que contribuye una sección que adolece de una clara hipertrofia. Sólo disponiendo del don de la ubicuidad podría compaginarse el seguimiento más o menos exhaustivo de las secciones oficiales (con más de 60 películas) con otras paralelas como esta Noves Visions. Un total de 17 títulos han compuesto la sección central, Noves Visions - Ficció, a los que habría que añadir los seis de N.V. - Discovery, que incluye las películas de ficción dirigidas por cineastas nóveles. A estas películas se suman las ocho de N.V.- No ficció (documentales), otras tantas de N.V. - Dark Ficció (una novedad este año, dedicadas a las propuestas más oscuras), cuatro sesiones especiales y unos cuantos cortometrajes. En los siguientes párrafos haremos un recorrido por una buena parte de los largometrajes presentados, si bien los documentales se han dejado de lado, al considerar que su presencia en la programación de un festival especializado en cine fantástico es, cuanto menos, pintoresca.
1. Estados Alterados de Norteamérica
La sosegada mirada del neoyorquino Abel Ferrara a uno de los temas más recurrentes del festival -el advenimiento del fin del mundo-, no puede ser más disonante con respecto a las hiperbólicas y pirotécnicas megaproducciones a las que nos tiene tan (mal) acostumbrados la cinematografía gringa. Se diría que el recientemente sexagenario cineasta ha alcanzado, con 4:44 Last day on Earth, una serena madurez que le permite contemplar las profundas implicaciones existenciales de tan magno acontecimiento, con la placidez y sabiduría de un maestro zen. El ambiente que precede al Armagedón según Ferrara, es tan parecido al que se puede experimentar un día cualquiera en la Nueva York donde transcurre la acción (tráfico caótico, alienación, desesperación…), que no resulta difícil pensar que para el cínico director neoyorquino la sociedad contemporánea no necesita de ningún apocalipsis para precipitarse hacia su autodestrucción moral y física. Si bien en exceso contemplativa en algunos pasajes, en ningún caso 4:44 Last day on Earth merece el repudio al que fue sometido en el pasado Festival de Venecia, ni tampoco la desangelada acogida recibida por parte del público en Sitges.
Mucho menos relevantes resultaron las modestas producciones independientes estadounidenses Leashed de Marco Weber y Midnight Son de Scott Leberecht. La primera bordea peligrosamente en sus primeros compases las temibles convenciones del melodrama adolescente “de alto standing” al más puro estilo 'Melrose Place': unos jóvenes acomodados californianos verán alterada su plácida existencia el día que una aspirante a femme fatale -de risibles ínfulas pijo-siniestras, admira a Charles Manson como si de una estrella del pop se tratara- irrumpa en sus vidas. A medida que avanza, el relato adquiere un vergonzante tono entre aleccionador y misógino (el consumo de drogas ilegales siempre antecede/provoca las fechorías de los chavales inducidas por la “pérfida” vampiresa), desembocando en un desenlace que se presume surrealista, pero que es simplemente incongruente. Por su parte, Midnight Son trata de seguir el sendero abierto por George Romero en Martin al proponer un giro realista al manido tema del vampirismo, contemplado en el guión como una enfermedad infecciosa. Como sucede en Leashed, la molesta vocación moralista tan propiamente estadounidense malogra las posibilidades de la cinta -se establece un mentecato paralelismo entre la degradación física y moral producida por la enfermedad vampírica y el consumo de drogas-, rematada por un final en exceso fantasioso que contradice abiertamente sus aspiraciones realistas iniciales. En su primera incursión en el cine de producción estadounidense, titulada lacónicamente Vampire, el talentoso cineasta japonés Shunji Iwai (Love Letter, All about Lily Chou-Chou) parte de una premisa similar a la de Midnight Son. Aquí el protagonista es también un vampiro de naturaleza nada sobrenatural: adicto a la hemoglobina, extrae sin violencia la sangre de jóvenes que han decidido acabar con sus vidas y que voluntariamente le entregan todo su líquido vital. Los resultados son, sin embargo, indudablemente muy superiores. Vampire está atravesada de parte a parte por un arrebatador aliento poético que cristaliza en momentos memorables (la madre del protagonista descendiendo desde el cielo suspendida por unos globos de helio; todas las operaciones de extracción de sangre…) y confirma a Shunji Iwai como el gran cronista contemporáneo del angst adolescente y juvenil.
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Beyond the black Rainbow |
De Canadá provienen Beyond the Black Rainbow y Hellacious Acres: The case of John Glass de Panos Cosmatos y Pat Tremblay respectivamente, que en la línea de Shane Carruth (Primer) o Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes) han facturado dos películas de ciencia ficción que hacen de la necesidad virtud, paliando con creces sus ínfimos presupuestos mediante toneladas de inventiva e imaginación. La primera se diría un cruce imposible entre una película de Andrey Tarkovski y la estética de Tron, sumergida en una atmósfera enajenada que, más que onírica, sólo puede ser definida como lisérgica. En ella irrumpe la pura abstracción audiovisual en una escena que representa un viaje de ácido (un trip, dentro del trip que es el film), y resulta, a la postre, tan fascinante como desafiante…salvo en un tramo final que es mejor olvidar, y que hace virar incomprensiblemente el buen rumbo del relato hacia el slasher más vulgar. Igualmente anómala, pero mucho más descocada, Hellacious Acres… es una marcianada irresistible cuyas mayores virtudes radican en no tomarse nunca en serio a sí misma, y hacer gala de un bizarre sentido del humor (resulta impagable ver la forma en la que el protagonista debe comer y defecar a través de un mismo tubo adosado a su traje). Enmarcada en inhóspitos paisajes rurales y forestales (los acres “acojonantes” del título) poblados por granjas y establos ruinosos y aislados, la película adquiere la insólita fisonomía de un American Gothic (retro)futurista y (post)apocalíptico. Ideal para ser visionada a (altas) horas de la madrugada y, a ser posible, acompañada de algún psicotrópico suave.
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Bullhead |
2. Benelux sombrío
La belga Bullhead de Michael R. Roskam daba el pistoletazo de salida a la sección el mismo día que todos los focos de atención estaban dirigidos hacia las sesiones del auditorio donde se proyectaban títulos de más relumbrón como Eva o Contagion, por lo que no resulta de extrañar que, eclipsada, pocos repararan en ella. Una verdadera injusticia, ya que se trata de un thriller sin fisuras, de impecable construcción dramática, y que propone una original variante agraria a los retratos de los ambientes mafiosos tan frecuentes en el cine policiaco. El protagonista es un pobre diablo atrapado por las redes de una organización criminal dedicada al tráfico de sustancias ilegales destinadas a incrementar la producción cárnica de reses, y prisionero asimismo de sus propios demonios a los que desafía. Los cielos perennemente plomizos y los terrenos fangosos de la región de Flandes donde se desarrolla la historia, son una fiel proyección externa de su lúgubre alma. Una película con una admirable coherencia entre forma y contenido, que viene a certificar el excelente estado de salud del cine de género procedente de Bélgica. De su vecina Holanda nos llegó otra película en la que la carne, aunque contemplada desde un enfoque muy diferente, más metafórico, juega también un papel primordial ya desde su mismo título, Meat. El protagonista es en esta ocasión un orondo carnicero al que su obsesión con los placeres de la carne -tanto los que le proporciona la carne de animales, como los que obtiene de sus amantes ocasionales- le conducirá a una situación límite. La película juega a fondo la carta de la sordidez moral y física del carnicero, así como de los ambientes en los que se mueve, que lindan con lo nauseabundo (especialmente si se es vegetariano), y se guarda para el final un as en la manga en forma de epílogo sobrecogedor. No obstante, a los seguidores del cine de Gaspar Noé no se les escapará el parecido, más que razonable, con las películas en las que Philippe Nahon interpretó al inolvidable “boucher” (Carne, Seul contre tous), y con las que esta cinta, sin ser desdeñable, palidece por comparación.
Kill me please de Olias Barco es un film cuyo tono y cualidades plásticas evocan a los de una película que causó un gran impacto y una cierta controversia en la edición de 1992 de este mismo festival de Sitges. Nos referimos a la magnífica Ocurrió cerca de su casa, también belga y con el mismo intérprete protagonista, Benoît Poelvoorde. Si en aquella ocasión la película fue recompensada con algunos de los principales premios del festival, en la presente edición el jurado de Noves Visions - Dark Ficcion, con todo merecimiento, ha concedido el premio de la sección a esta comedia negra como el carbón. Audaz al tratar la eutanasia, la obra de Olias Barco se desplaza con la destreza de una funambulista por la cuerda floja que implica tan escabroso tema, balanceándose, sin desequilibrarse, entre la sobriedad (fotografía en blanco y negro, ritmo sostenido…) y el absurdo (ciertos pasajes casi surrealistas), entre la razón y el delirio, el drama y el humor. El belga Koen Morier se enfrenta en 22nd may a una temática no menos peliaguda -las consecuencias psicológicas del terrorismo- con una brillantez conceptual y formal deslumbrante. Morier se vale de una narrativa iterativa en línea con el tormento del desdichado protagonista, un guardia de seguridad de un centro comercial que sobrevive a un atentado con bomba, condenado a revivir una y otra vez la traumatizante experiencia en una especie de purgatorio pagano, asolado por la culpa y el dolor. Durante el proceso el guardia se adentrará en estados de conciencia (e inconsciencia) cada vez más profundos en los que tratará en vano de buscar una respuesta a un acto que, de tan atroz e injustificado, quizás carezca de cualquier explicación posible. Esta búsqueda infructuosa, casi quimérica, conlleva que la película, tan impecable como implacable, plantee muchos interrogantes pero no ofrezca ninguna respuesta inequívoca.
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La bella durmiente |
3. Cuentos feminizados y otras veleidades autoriales
Recientemente la productora francesa Flach Film se ha encargado de auspiciar una serie de largometrajes dirigidos al medio televisivo, que adaptan cuentos infantiles tradicionales reorientándolos hacia un público adulto. La responsabilidad de llevarlos a término ha recaído en cineastas mujeres que, al pasar los relatos a través de su tamiz personal, han introducido una cierta impronta femenina/feminista. En la sección Noves Visions han podido verse dos de estas producciones: La belle endormie (La bella durmiente) de Catherine Breillat y Le petit pucet (Pulgarcito) de Marina de Van. En ambos casos cabe apreciar una detallista labor de dirección artística y ciertos apuntes psicoanalíticos que tienen su enjundia, pero un ritmo excesivamente moroso (que en televisión se convertirá en el mejor acicate para el zapping) y una realización plana acaban convirtiendo ambos films en bellas ilustraciones de cuentos para niños, tan estéticas como estáticas. Julie Taymor emprende con The tempest (La tempestad) una maniobra similar a las de las cineastas antes citadas, al adaptar el clásico de William Shakespeare añadiéndole claros elementos de feminización. De esta manera Próspero se transforma en Próspera y asume los rasgos de una soberbia Helen Mirren, que se erige en lo mejor de la función. Por lo demás, Taymor despilfarra alegremente un presupuesto holgado (superior a los veinte millones de dólares) en un indigesto espectáculo que se asemeja a una ópera rock hortera, colorista y kitsch.
Christoffer Boe –asiduo al festival- presentó una memez cargada de ínfulas autoriales, con la que el cineasta danés vuelve a fustigarnos con su autocomplacencia y pedantería ilimitadas. Su título: Beast. No mucho mejor –incluso, si cabe, peor- la película The island de Kamen Kalev, versa sobre un joven que padece un trastorno de personalidad múltiple, y su pareja, que le padece a él. La enfermedad, lejos de atormentarle, le llevará a triunfar en el programa de televisión Gran Hermano -adoptando sin dificultades la personalidad de un “freaky” (sic)- e incluso a convertirse, así de repente, en ciclista profesional (¡sic!). El mayor inconveniente es que la propia película parece contagiarse del trastorno del protagonista, y lo que empieza como un drama sobre una pareja en crisis, deriva súbitamente hacia el thriller y, posteriormente, se desvía hacia la comedia absurda, todo ello sin solución de continuidad y ante el estupor del espectador.
4. Locos por el cine
Dos de las más gratas sorpresas proporcionadas por Noves Visions adoptan una mirada netamente metacinematográfica, aunque dirigidas a un lado y otro de ese telón separador de creadores y espectadores que es la pantalla de cine: Dernière scène de Laurent Achard se enfoca en la audiencia, mientras que Krokodyle de Stefano Bessoni en los creadores. En la primera somos testigos de las fechorías homicidas cometidas por el encargado de una pequeña sala de cine especializada en proyectar películas clásicas. El inminente cierre del local, que ha dejado de ser rentable, precipitará la caída del protagonista hacia los abismos de la locura. El francés Laurent Achard confecciona una melancólica elegía dedicada a la lenta agonía de la cinefilia de cine clubs, así como una lúcida reflexión sobre los efectos alienantes (y casi necrofílicos) de la pasión cinematográfica compulsiva, disfrazadas de gélido retrato de un asesino en serie.
Por su parte, la italiana Krokodyle es concebida por su director, Stefano Bessoni, como un ejercicio de autoanálisis en el que reafirmarse como creador tras la ingrata experiencia que supuso el rodaje de Imago Mortis, en el que sufrió todo tipo de imposiciones e injerencias. Vista la película, podría incluso hablarse de un ajuste de cuentas con una industria cinematográfica que coarta la libertad de los cineastas y cercena sus sueños: uno de los personajes llega a suicidarse tras verse imposibilitado a rodar su segundo largometraje, debido a que ningún productor le da una nueva oportunidad. El protagonista -alter ego del director-, tras la muerte de su amigo, se refugia en un universo de creación pura habitado por sus extrañas criaturas -animadas con stop motion-. Un universo que empezará a engullir cual agujero negro todo su entorno, hasta tornarlo incapaz de distinguir entre realidad y fantasía. Mucho más luminosa que Dernière scène, optimista a pesar de todo, Krokodyle constituye en definitiva una conmovedora oda al cine que invita a la esperanza. De hecho, su mera existencia es la prueba de que, pese a las dificultades crecientes, todavía hay cineastas que pueden sacar adelante películas personales, fieles plasmaciones de un mundo creativo, que en el caso de Stefano Bessoni se percibe fascinante.
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Milocrorze: A love story |
5. Delicias orientales.
Competían en Noves Visions diversas películas orientales, todas ellas japonesas o coreanas. Milocrorze: A love story de Yoshimasa Ishibashi es una desquiciada comedia romántica al borde mismo del delirio, que aturde por su ritmo desenfrenado y apabulla con un estilo visual abigarrado y excesivo. Compuesta por tres historias sin apenas vinculación argumental, destacaría la tercera de ellas: una desopilante parodia del género japonés de samuráis (chambara). Milocrorze: A love story es de esas películas que puede irritar profundamente o despertar una rendida admiración, pero que difícilmente dejará indiferente. Un problema técnico con los subtítulos me impidieron visionar poco más allá del primer tercio de Himizu de Shion Sono. Sin embargo, ese fragmento inicial me bastó para percibir la indiscutible capacidad de su director para ensombrecer y densificar incluso las bases argumentales más nimias, como la proporcionada por el manga homónimo de Minoru Furuya, autor de gran éxito comercial en Japón merced a sus comics humorísticos.
Otro peso pesado que regresaba al festival con nuevo filme tras el brazo fue Shinya Tsukamoto que volvía al elemento en el que su cine ha brillado más en los últimos tiempos, el de las histrorias pequeñas pero de intensa mirada alejadas del expresionismo hi tech de la saga que le dio a conocer, 'Tetsuo'. Con Kotoko, el realizador japonés se adentra en la percepción torturada que una joven tiene de su percepción del mundo y de su condición de madre, obsesiva y lacerante, hasta el punto de crear un hipnótico muestrario de violencia, locura y autólisis no exento nihilismo poético. El film que alumbra secuencias extraordinarias como aquella e que la joven Kotoko cocina con un wok mientras sostiene a su hijo (puro suspense adrenalítico), pero también cae en cierto proceso de hedonismo contracultural que, especialmente, en el último tramo del filme acaba por desbaratar los méritos contraidos desde un arranque excepcional. Con todo, Kotoko, puede mirarse sin rubor en obras como Gemini (1999), Snake of June (2002) y Vital (2007), acaso las películas más estimulantes del director. La noticia es que Tsukamoto regresa con una deliciosa historia acorde a sus habilidades como provocador y se aleja de cierta parafernalia edulcorada que abrasó nuestra paciencia, como Tetsuo: The Bullet Man (2010), vista en la pasada edición del festival y que su supuso su fallida incursión en el sistema de producción norteamericano.
El filme que, por otra parte, maravilló al sector más sibarita de platea y que ha dejado un poso excepcional entre la mayoría del público fue Nigth Fish un mediometraje rodado integramente por el coreano Park Chan-wook con un iPhone. A medio camino entre el filme de fantasmas y documento etnico-religioso, el filme se estructura en dos segmentos bien diferenciados pero ensamblados mediante un nexo argumental prodigioso. Las nuevas tecnologías puestas al servicio de grandes relatos son algo que excasea en el panorama cinematográfico global, por ello este delicioso muestrario de texturas i aprovechamiento del encuadre minimal se me antoja una pieza monumental que de haber participado en la sección oficial podría haberle sacado los colores a más de uno de esos largometrajes de relleno que han acabado por rascar premio por puro compromiso del jurado, por otro lado abandonado a su suerte con un paquete de filmes de dudosa calidad / originalidad.
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Open 24 h |
Batallas en la guerra de la independencia (cinematográfica) española.
Los recortes presupuestarios en partidas de subvenciones para la producción cinematográfica -pero también los recortes en los presupuestos necesarios para hacer películas en la era de la tecnología digital- han hecho proliferar los cineastas españoles que se lían la manta a la cabeza y emprenden su sueño de dirigir largometrajes recurriendo -en estos tiempos aciagos en los que se diría que vivimos una Tercera Guerra Mundial devastadora- a métodos de producción casi de “guerrilla”.
Dentro de la sección Noves Visions del festival se han proyectado algunos de estos osados largometrajes, constituyéndose incluso un nuevo apartado denominado N.V. Especials para acoger las premieres de algunos de ellos. Luís Mirraño -para algunos la piedra angular del cine nacional más arriesgado y vanguardista del momento- es el productor de una de estas películas, que lleva por título Amanecidos y ha sido dirigida por Yonay Boix y Pol Aregall. Nos fue imposible visionar el film, pero causó buenas impresiones en la crítica. Otra película catalana presentada en sesión especial, Open 24h de Carles Torres, es una valiente y estimable producción underground que retrata con apropiada crudeza y sequedad formal el tedio, el hastío y la insatisfacción constante a los que se ve sometido un guardia de seguridad que acabará impelido a vivir su particular catarsis violenta. Los solitarios parajes industriales por los que pasea su frustración, y la excelente fotografía en un contrastado blanco y negro, hacen pensar en una versión realista de Cabeza Borradora de David Lynch, con un componente de crítica social digno del mejor Ken Loach. El tercer largometraje presentado como estreno absoluto, Ushima-Next de Jesús Manuel Montané y Joan Frank Charansonnet, es una modesta producción local (literalmente local, una de sus productoras está radicada en Sitges) que plantea una distopia futurista en la que el Estado somete a un control absoluto a la población a través de la tecnología informática. Mejor de lo que podría esperarse de una producción casi amateur (digno trabajo de posproducción, sólidas interpretaciones…), cabe lamentar el (ab)uso de imágenes de archivo, que parece tener como principal objetivo rellenar metraje (acompañadas, por cierto, por la locución del inefable Fernando Arrabal).
Pero la cinta más sorprendente y destacable de este bloque de películas españolas independientes fue, sin duda, la estimable Diamond Flash, incluida en N.V. Discovery. Para su puesta de largo el director y guionista Carlos Vermut concatena dilatadas escenas sustentadas por diálogos precisos, muy afilados y un punto esperpénticos, con las que vertebra un entramado argumental intrincado, casi laberíntico -en él confluyen infinidad de líneas narrativas perfectamente engarzadas-, capaz de atrapar y subyugar a todo espectador dispuesto a dejarse llevar por su arrolladora fluidez narrativa. La puesta en escena, parca y austera, supone un curioso contrapunto. También incorporada a N.V. Discovery, Vlogger, de Ricard Gras, no es más que una nadería cuyo único interés estriba en exponer una curiosa variante a la reciente oleada de películas basadas en falso found footage: tal como indica un rótulo inicial, la película recoge el registro de la captura de pantalla del ordenador de la protagonista, que es lo que veremos a lo largo de todo el metraje. Las interpretaciones de la película son tan despistadas, los diálogos tan nefastos y las animaciones por ordenador tan pedestres –incluso para una producción estudiantil-, que su inclusión en un festival del nivel de Sitges es todo un misterio de difícil resolución.
(Un texto de Alberto Romo con colaboración de Luis Rueda en los análisis de Kotoko y Night Fish).