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publicado el 13 de enero de 2012

Un día cualquiera en La Habana

Marta Torres | Desde George. A. Romero en adelante los zombies han servido para vestir más de una sátira política o social, hasta el punto en que, entre batucadas, zombie walks y bailes de disfraces, parece que cualquier cosa sea parodiable, o zombificable, incluida la alta literatura (Orgullo y Prejuicio y Zombies). De esta corriente que mezcla zombies y caricaturas más o menos afortunadas procede Juan de los muertos, una película que, sin embargo, es capaz de insuflarle al subgénero un poco de aire fresco, seguramente a causa de sus pocas pretensiones y un cariz inocentón que la convierten en una propuesta simpática y que, en ocasiones, da en el blanco.

Juan de los muertos
es el primer filme cubano sobre zombies, o al menos, así se vendía, y es también el segundo largometraje de Alejandro Brugués (el primero fue Personal Belongings, 2006). La película es una mezcla de ironía política (los zombies son disidentes enviados por el enemigo imperialista) y picaresca amable, con continuas alusiones a la revolución cubana que el filme pone en contrapunto con el día a día de un grupo de truhanes hechos tanto a la supervivencia contra los zombies como a sacar tajada del hambre, la crisis o el turismo. De entre sus aciertos, destaca el comentario que hace uno de los protagonistas al ver la ciudad infectada por zombies y proclamar que él no ve ninguna diferencia con el día a día de La Habana.

Esta mala leche parece emparentarla con joyas del humor macabro como Zombies party (una noche... de muerte) de Edgar Wright, aunque en el caso de Juan de los Muertos predomina demasiado el trazo grueso, el humor elemental y una crítica demasiado suave a la sociedad y a la política cubanas.


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