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publicado el 29 de junio de 2012

Marta Torres | La última película de John Carpenter, The Ward (Encerrada) no ha llegado a las salas de cine en nuestro país. Que se haya editado directamente en DVD la última producción de uno de los popes de los ochenta puede parecer un contrasentido, ahora que se producen remakes de sus filmes más celebrados (la precuela de La cosa que se estrenó en Sitges el año pasado, por ejemplo) y vuelve el cine inspirado en los ochenta o triunfan ejercicios nostálgicos de la época (Phenomena, las dobles sesiones...). No lo es tanto, sin embargo, si consideramos que The ward, a pesar de sus fallos, su bajo presupuesto y un guión que es como una carrera accelerada cuesta abajo, a punto de descalabrarse a cada momento, no deja de ser Carpenter en estado puro. Sin concesiones a la nostalgia impostada, sin autohomenajes ni adornos.

The Ward, el esperado regreso del director de Halloween, es un thriller terrorífico que nos sitúa en un hospital psiquiátrico para jovencitas (algo que a priori no parece muy hawksiano). Carpenter, para la ocasión, recupera aromas de Christine (1983) y La boca del miedo (1989) para confeccionar un estimulante filme que algunos han comparado con Shutter Island (2009) de Martin Scorsese. La manera de manejar la cámara del director de Nueva York roza la excelencia, así como el aprovechamiento del espacio y el decorado: véase por ejemplo la espléndida escena de horror en la ducha de jovencitas, el rédito que saca de los pasillos del psiquiátrico o escenas de infarto como aquella da lugar a la huida de la protagonista (sensacional Amber Heard) en un pequeño ascensor de servicios. A la capacidad de Carpenter para hipnotizarnos en una sesión continua de subyugante suspense se suma al riesgo que asume con un filme que se resquebraja hacia su desenlace tal si fuera un espejo hecho añicos. Notable propuesta que eleva el listón de su carrera y refuerza su ideario de superviviente de la industria norteamericana, por otra parte, voraz y caprichosa. The Ward es un viaje al ideario de nuestra niñez, a las texturas de un cine escindido pero con un discurso plenamente vigente y, en cierto modo, provocador.


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