publicado el 7 de julio de 2012
En la década de 1920, el binomio Metro Goldwyn Mayer/Lon Chaney dio obras estimables como El trío Fantástico (The Unhonly Three, 1925), Maldad encubierta (The black bird, 1926), Garras humanas (The unknown, 1927), Los pantanos de Zanzíbar (West of Zanzibar, 1928) o The Big City Sleeps (1928). Parte de esa fructífera carrera tuvo que ver con la llegada de Irving Thalber como jefe de Producción de los grandes estudios de Luis B. Mayer. Thalberg consiguió precisamente aquello que en la Universal Pictures no pudo concretar, reunir en un buen puñado de filmes a Tod Browning y a Lon Chaney.
Lluís Rueda | Tod Browning, como director, fue capaz de sacar el mayor rendimiento al talento de Chaney, por otro lado un actor genial y un maestro consumado del maquillaje. Browning comenzó en el mundo del cine como ayudante de D. W. Griffith, era un realizador extremadamente culto que había incorporado a su refinamiento tras la cámara lo mejor del cine de Robert Wine –en general del ‘expresionismo’ alemán- pero ampliando su concepción artística a una alucinada de la puesta en escena que se amplificaba en su gusto por el barroco y los relatos irreverentes. Su primera obra maestra en la MGM, antes de que en 1932 realizara La parada de los monstruos llegaría precisamente con la excepcional Garras Humanas, un filme excepcional en tanto condensa el universo de Tod Browning; su combinación entre tragedia arrebatada y thriller de angostos pespuntes y un dominio del ritmo cinematográfico de particular virtuosismo. La historia del lanzador de cuchillos Alonso es la de un antihéroe que anhela la redención y se debate a cada tramo del filme entre un pasado turbio y un anhelo incierto en forma de amor fugaz. La acción se sitúa desde un principio en el epicentro de la compañía ambulante ‘Antonio Zanzi y su Circo gitano’, en este entorno granguiñolesco y fascinante, Alonzo es un lanzador de cuchillos manco y Nanon (una jovencísima Joan Crawford) una hermosa partenaire con una fobia particular: odia que los hombres la toquen con las manos. Esta particular equilibrio físico –o connivencia anómala- en el que transitan armoniosamente el manco Alonzo y la frágil Nanon, pronto se verá alterado por una serie de circunstancias, si cabe, más retorcidas y sensacionales. Mientras, a escondidas, Nanon va entablando una sólida historia de amor con un forzudo malababar hijo del propietario del circo y el espectador descubre que Alonzo no es manco, si no un fugitivo que esconde sus brazos a causa de una malformación, un doble pulgar que le hace particularmente reconocible ante sus perseguidores. La tragedia, acompañada de una explosión de violencia, se gesta cuando Alonzo se debate en la idea de prescindir de sus extremidades para así allanar su relación con Nanon de una manera definitiva.
Tod Brownig parece no perder de vista en su sugestivo retrato de Madrid parte del legado de la picaresca del siglo de Oro muy concentrado en personajes detestables como el enano cojuelo que ejerce de asistente de Alonzo, casi un apunte goyesco, y en esa misma parcela estética caben destacar los sofisticados encuadres que recuerdan a las telas constumbristas del atormentado pintor aragonés en los encuentros entre Nanon y el joven malabar en una pintoresca casa madrileña –Browning, en un derroche de sutilidad, incluso llega a matizar esos ‘frescos’ utilizando filtros de tela-. La realización de Garras humanas es del todo abrumadora, rica en montaje, encuadres exquisitos e incluso algún zoom perspicaz de celebrada intención dramática. Garras Humanas es un ejemplo de cómo un decorado sugestivo puede funcionar como elemento dramático en el devenir de una historia de horror perfumada de tragedia existencial.
Título: Garras Humanas. Título original: The Unknown. Duración: 63 min. Año: 1927. País: EE.UU. Dirección: Tod Browning. Guión: Tod Browning. Fotografía: Merritt B. Gerstad Reparto: Lon Chaney, Norman Kerry, Joan Crawford, Nick De Ruiz, John George, Frank Lanning, Polly Moran, Bobbie Mack