publicado el 6 de agosto de 2012
Lluís Rueda | Existe una línea muy delgada que separa la condición de una película de ciencia ficción, la que sitúa a un lado filmes de vertiente comercial y adhesión pulp y la que intenta vehicular el género hacia parámetros más especulativos que escarban en los orígenes, la religión, las creencias y lo más importante: el papel del ser humano en el universo. Prometheus, el último filme de Ridley Scott, persigue justamente la fusión de esas vertientes en la búsqueda del filme definitivo y es por ello que la cinta adolece de una irregularidad estresante que pone en jaque algunas buenas ideas, sencillas y bien gestionadas, que quedan aisladas en un conjunto mayestático y de una complejidad narrativa excesiva. Curiosamente, el filme en su inicio concentra algunos de sus mejores instantes y cierta elegancia visual que nos remite a 2001: Una odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick, pero, por contra, en su segundo tramo adopta un manierismo trufado de elementos psicotrónicos que hacen mella en la complicidad del espectador, provocan que no participe de su operística y que necesite un piedra roseta virtual para descifrar la sucesión de giros copernicanos y la complejidad de la especulación creacionista que pone sobre el tapete.
La capacidad de Scott y su equipo para gestionar un espectáculo de acción y terror sin aditivos es tristemente fugaz en Prometheus, un filme ensimismado en su afán de originalidad que especula con una mística o cosmogonía poco eficaz, poco excitante. A sabiendas que poco tiene que ver con la saga de Alien, Prometheus utiliza los retales de su potente universo para embellecer la propuesta pero traiciona su espíritu y en su planteamiento resulta de una deshonestidad premeditada. El cine de Ridley Scott subyuga cuando es directo y no especula (no podemos poner en duda su capacidad para eregir iconos que quedan en la memoria colectiva como arquetipos sin necesidad de sacras ceremonias) pero si el cine otorga esa capacidad de elemento místico instantáneo cabe tener en cuenta que la tendencia al discurso barroco y a la charlatanería especulativa puede hacer temblar los cimientos de un filme que pide una mayor dosificación en su mensaje. Le ocurrió exactamente lo mismo con Gladiator (1999) y El Reino de los Cielos (2005), filmes de trazos interesantes desbaratados en una suerte de trascendentalidad ineficaz, y es que para emular a Kubrick o Tarkovsky hay que creerse lo que se gesta y ejercer cierta impertinencia... Partir de cero y ser absolutamente original.
Pero la receta de Ridley Scott se gesta en los aciertos del pasado (conjunto de talentos aunados) y esas rentas tienen un peso específico determinante, el realizador cuenta con la complicidad del público y siempre genera grandes espectativas. Hay elementos bien trabajados en el filme, como el personaje del androide David (Michael Fassbender) y sus motivaciones o el empaque de la heroína interpretada por Noomi Rapace, soluciones visuales de mérito como los residuos fluorescentes de los extraterrestres en las misteriosas cuevas que engullen a la expedición y una gestión del peligro y el suspense expuestos con eficacia hasta que se produce el primer contagio (me permitirán que no ahonde más en ciertos detalles). Pero también hay lagunas narrativas, instantes en que la puesta en escena resulta mediocre y se ampara en los efectos especiales, situaciones delirantes y rocambolescas como la irrupción del personaje del anciano (el mecenas de la expedición interpretado por un maquilladísimo e irreconocible Guy Pearce, ¿por cierto, por qué no contratan a un actor anciano?) y ciertas altisonancias en la acción y el ritmo del filme que procuran que el sofisticado tono de Prometheus quede en entredicho y se mute en a festín verbenero al estilo de Alien vs. Predator (2004) de Paul W.S. Anderson, aquel divertimento que planteaba un trasfondo místico como poco llevadero y siempre cargado de honestidad pulp.
Parece claro que se instaura una nueva saga con posibilidades a partir de los retales de Alien, el octavo pasajero (1979), por que esto es cualquier cosa menos una precuela al uso, y que con tanta concentración de detalles e información en la primera entrega esperamos ver en el futuro una secuela de Prometheus más depurada y con una mayor síntesis en su discurso. Al menos eso apunta el final del filme, una odisea sabrosa que debe atinar mejor en sus pretensiones... ¿Y qué decir del discurso? Prometheus es un filme que especula sobre el origen de las especies e 'inocula' cierta filosofía creacionista revestida de mitología griega, pero aún no estando de acuerdo con ciertas posturas ideológico/religiosas de transfondo considero su validez siempre que el origen de todo no sea una especulación de jarabe, espermatozoides, extraterrestres y cefalópodos. Seguro que el señor Kubrick (por no citar otros realizadores sci-fi más ortodoxos en un un contexto de plena modenidad cinematográfica como J. J. Abrams o Joss Whedom) hubiera / hubieran encontrado un modo más eficaz y poético para explicarlo todo. De qualquier modo no desgasten sus neuronas en unir los mil cabos que arroja la cinta, fíjense en lo esencial, se trata de un filme de ciencia ficción y suspense premeditadamente inflamado de pseudofilosofías, algo lícito, pero que juega en su contra. La habilidad para gestionar tantos elementos en un único filme sin recurrir a un concepto alegórico más trabajado se me antoja un error de peso, contamina irremediablemente su discurso y desvirtúa el poder de seducción de unos personjes que tenían la virtud de no ser meros clichés.