publicado el 15 de octubre de 2012
Marta Torres | No es casualidad que el Festival de Sitges programara el estreno de Lo Imposible, de Juan Antonio Bayona, justo antes de E.T., el extraterrestre, de Steven Spielberg. El realizador catalán no ha ocultado nunca su comunión con el que antaño se consideraba el Rey Midas de Hollywood y su segunda película así lo confirma. Lo imposible no solo recuerda el espíritu de obras como El Imperio del Sol, E.T. o Tiburón sino que comparte con ellas una manera de hacer sentir el cine. Más allá de efectismos, miradas cínicas e intelectualizaciones, Lo imposible busca la emoción y, quizá porque Bayona es absolutamente honesto en sus intenciones, la película no desbarra en ningún momento hacia la cursilería, como sí sucedía en su primera película, El orfanato, que, además, naufragaba entre tanto homenaje a otras películas de género.
Lo imposible tiene su punto bascular en la odisea que vive una familia rota por el Tsunami que destrozó Indonesia y mató a 230.000 personas en el año 2004. El éxito de El orfanato, su primera película, ha permitido a Bayona hacerse con un presupuesto de 30 millones de euros, elevado según los patrones europeos (no según los americanos), que el director ha hecho valer en pantalla como si fueran el doble. A esto se añade un reparto internacional con Naomi Watts y Ewan McGregor que no oculta su vocación por venderse en Estados Unidos según los estándares de su cine. El filme tiene todo el aspecto de una producción made in USA, está rodado en inglés y previsiblemente arrasará en la taquilla americana como ya lo ha hecho en España.
Aunque la película fija su atención en el drama familiar, Lo imposible es, casi hasta la mitad de su metraje, una exposición hiperrealista del impacto físico del tsunami. Rodada apenas sin diálogos, esta primera parte impacta por su contundente exposición de la acción de la naturaleza, convertida en protagonista desalmada de la película, y por su “carnalidad”. Los protagonistas, Naomi Watts y su hijo, encarnado por un excelente Tom Holland, sangran, se golpean como marionetas en un entorno caótico y deambulan en estado de shock en paisajes desolados. La naturaleza, como en una película de Peter Weir, se rebela como una fuerza sagrada y, sobretodo, incomprensible, aunque al empezar la película "avisara" con presagios sutiles y amenazantes.
La segunda parte de la película es la reconstrucción del paisaje desolado (físico y ante todo, emocional) que ha dejado tras de sí el tsunami. Los protagonistas recuperan el habla y su humanidad, al tiempo que la película se vuelve más convencional y reflexiva. Ahora se trata de dar sentido a la tragedia y poner nombre a la pérdida y a las emociones. En esta parte, el filme va cambiando de punto de vista: de la madre, Naomi Watts a su hijo y al padre, Ewan McGregor, en una decisión de guion que podría haber sido delicada pero que Bayona resuelve con la maestría que otorga la inocencia. Si esto es manipulación emocional, nos dejamos manipular con gusto.