publicado el 13 de noviembre de 2012
La gris edición del Festival de Sitges de este 2012, marcada de nuevo por la dispersión indigesta y el “corta y pega” de propuestas de otros festivales internacionales, tuvo su justa extensión en una programación nocturna estructurada en forma de maratones con un nimio, anecdótico denominador común (que de hecho podría haber sido cualquier otro), y para las que prácticamente cualquier cosa valía. La imposibilidad absoluta de visionar todas las propuestas proyectadas durante las medianoches del festival –la saturación, en todos los sentidos del término, es y por desgracia seguirá siendo el principal lastre del certamen– nos impide ofrecer un análisis o una valoración conjunta de las diferentes secciones (o mejor cajones “desastres”) convocadas este año, aunque no es menos cierto que el nivel de casi todas las que el Profesor Legendre y sus secuaces tuvieron ocasión de soportar destacan por su rotunda mediocridad
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El falso documental de Parque jurásico
Área 407 (Tape 407, Dale Fabrigar y Everette Tallin, Estados Unidos, 2012)
He aquí la enésima muestra del espectacular pero inane boom comercial experimentado por los mockumentaries o falsos documentales del género en los últimos años, con todos los defectos inherentes al subgénero y ninguna de sus (más bien escasas) virtudes. Rodada en vídeo con un presupuesto ridículo apenas disimulado e inspirada claramente en Parque jurásico (Jurassic park, Steven Spielberg, 1993), Área 407 sigue las aburridas y reiterativas peripecias de un grupo de supervivientes de un accidente de avión: atrapados en una remota zona rural propiedad del ejército de los Estados Unidos, serán perseguidos y asesinados por unas misteriosas criaturas que se esconden en la oscuridad. Los debutantes Dale Fabrigar y Everette Wallin utilizan de forma mecánica y previsible buena parte de los tópicos inherentes al formato (movilidad constante de la cámara, sucesión de planos oscuros y desenfocados en los que resulta prácticamente imposible apreciar lo que está ocurriendo, correrías interminables por el bosque), haciendo tiempo para la revelación, justo en el plano final, de la naturaleza del Mal que se cierne sobre los personajes pero sin explicar nada acerca de su origen o de la (más que probable) implicación del gobierno estadounidense en los hechos.
Zombies en el geriátrico
Cockneys vs. zombies (Mathias Hoene, Gran Bretaña, 2012)
Ambientada y rodada en uno de los barrios más conflictivos de Londres, la primera producción cinematográfica de Matthias Hoene en ningún momento consigue desembarazarse de su condición, apenas disimulada, de copia torpe / derivación absurda –y encima tardía– de Zombies party (Shaun of the dead, Edgar Wright, 2004). Hoene y los guionistas James Moran y Lucas Roche ilustran en paralelo la odisea de un grupo de delincuentes de poca monta que acaban de atracar un banco con las evoluciones de los ancianos residentes en un geriátrico a punto de ser clausurado, todo ello, claro está, en medio de un apocalipsis zombie que ha sumido la capital británica en el caos; utilizando los mismos ingredientes que los de la citada comedia, rápida y justamente elevada a la categoría de culto, los responsables de Cockneys vs. zombies en ningún momento, pero ni uno solo, consiguen siquiera esbozar una sonrisa en el rostro del espectador más predispuesto: el filme que nos ocupa probablemente sea la comedia menos divertida y más desangelada vista en el festival en algunos años.
Junji Ito y el horror escatológico
Gyo (Takayuki Hirao, Japón, 2012)
La adaptación del manga apocalíptico de Junji Ito –autor (re)conocido, no precisamente para bien, por haber dado pie a una de las sagas terroríficas más pobres y longevas del horror nipón, Tomie, aquí adaptado por primera vez en clave anime– en ningún momento oculta sus cartas, ya que se trata de una producción modesta de poco más de sesenta minutos de duración pensada para su explotación en el mercado doméstico. Cumple sobradamente sus (escasos) objetivos, aunque sin mucho esfuerzo se podría haber cambiado por alguna otra propuesta un poco más ambiciosa. Como explicita su título internacional, Tokio fish attack, muestra la invasión primero de las costas de Okinawa y después de la capital de Japón por parte de una especie mutante de peces monstruosos capaces de caminar fuera del agua y provistos de unas patas metálicas que utilizan también como armas letales. Los cambios operados sobre el cómic original, publicado en dos volúmenes entre 2001 y 2002, son pocos y más o menos convincentes, y la calidad de la animación es correcta para una producción de serie B, pero el conjunto en ningún momento trasciende sus limitaciones de base, evidentes en una maniquea simplificación de personajes y situaciones que actúa en contra de la empatía de los espectadores con los protagonistas –una chica que busca desesperadamente a su prometido y un periodista free lance dispuesto a todo para conocer la verdad de la invasión de los peces– y también en algunas lagunas y licencias absurdas (¿por qué algunas calles de la capital están infestadas de peces y otras completamente desiertas?). El apocalíptico caos marino desatado en Tokyo en ningún momento sacude la pantalla con la fuerza que debería, menos aún en la recreación grosera de algunos de los más reconocibles tics de Ito, como la falta de sutileza (más o menos exasperante) de sus horrores o su tendencia hacia la escatología.
Más zombies nazis
Outpost: Black sun (Steve Barker, Gran Bretaña, 2012)
En los últimos años numerosos filmes se han acercado en clave sobrenatural a las trincheras europeas de la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos (inter)relacionando la figura siempre tétrica de los soldados y oficiales del régimen de Adolf Hitler con la alquimia, la magia negra y la inmortalidad en la menos complaciente de sus vertientes. Outpost: Black sun se suma a todos ellos sin nada nuevo o especialmente vistoso que ofrecer, banalizando buena parte de los hallazgos de una primera entrega más sobria y concisa con la que apenas mantiene relación –El bunker (Outpost, 2008)–. Transcurre en las postrimerías de la mencionada guerra e intenta eludir con mayor o menor fortuna las concesiones gore por desgracia habituales en este tipo de productos –véase Zombis nazis (Dead snow, Tommy Wirkola, 2009)–, aburriendo ligeramente y situándose al final más cerca del cine bélico y de acción de serie B que del horror propiamente dicho, con los muertos vivientes relegados absurdamente al rol de enemigo a batir.
Copiando mal (y con alevosía)
Piranha 3DD (John Gulager, Estados Unidos, 2012)
El devaluado realizador de la trilogía de culto Feast (Atrapados) (Feast, 2005), formada por una primera entrega fresca y divertida y por dos continuaciones rayanas en la tomadura de pelo, firma sin ningún rubor la (inevitable) continuación de Piraña 3D (Piranha, Alexandre Aja, 2008), con todos sus defectos, ninguna de sus (discutibles) virtudes y unos recursos de producción sensiblemente inferiores. Se desarrolla en su mayor parte en un parque acuático de segunda o tercera división que acaba de abrir sus puertas y, siguiendo la línea sangriento-festiva impuesta por el filme precedente –por llamarla de alguna manera– mezcla de forma pretendidamente trepidante terror sangriento, humor grueso y mujeres voluptuosas ligeras de ropa en un cóctel de probado éxito comercial pero tan falto de gracia y de chispa que parece haber sido diseñado y ejecutado con el piloto automático puesto. John Gulager ni siquiera saca partido de la presencia del veterano David Hasselhoff, interpretándose a sí mismo mientras parodia con entusiasmo su papel en la popular serie de televisión Los vigilantes de la playa (Baywatch, 1989-2001).
Las largas caballeras negras ya dan pena
Sadako 3D (Tsutomu Hanabusa, Japón, 2012)
Publicitada como la tercera y definitiva entrega de The ring (El círculo) (Ringu, 1998), dirigida por Hideo Nakata a partir de una novela de Kohji Suzuki, y con el reclamo de la exhibición en tres dimensiones, Sadako 3D constituye sin lugar a dudas la mayor decepción de las sesiones nocturnas de Sitges 2012, por muchos y variados motivos. El principal, y acaso definitivo, su absoluta capacidad para asustar, ni siquiera para evocar la intensidad terrorífica del filme fundacional (problema del que ya adolecían, dicho sea de paso, sus dos continuaciones oficiales, Rasen, dirigida por Joji Iida en 1998, y Ringu 2, firmada por el propio Nakata en 1999). Más que una continuación, de hecho, casi puede considerarse un remake de la primera película, cambiando la cinta de vídeo maldita por un vídeo igualmente maldito que circula por Internet como si fuera un virus y que reproduce el suicidio de un hombre misterioso obsesionado con la idea de resucitar a la mujer fantasma del título. Tsutomu Hanabusa, realizador que hasta el momento no había mostrado ningún interés por el género, cede todo el protagonismo de la función a unos efectos tridimensionales poco o nada imaginativos (la escena en la que el fantasma de Sadako surge de una pantalla de ordenador es de una torpeza intolerable), al mismo tiempo que descuida terriblemente el dibujo de los personajes y las situaciones, acercándose, sobretodo en el aparatoso clímax final, al terreno de la parodia involuntaria.
Aliens en el trastero de mi exnovia
Storage 24 (Johannes Roberts, Gran Bretaña, 2012)
Tras firmar algunas ridículas producciones de serie B y serie Z directamente para el consumo doméstico –entre ellas la penosa Demonic (Forest of the damned, 2005), comentada en esta misma dvdteca tiempo atrás–, Storage 24 certifica al menos la madurez (o la definitiva entrada en el mercado profesional) de Johannes Roberts. El realizador británico mezcla de forma excesivamente funcional y mecánica elementos tanto del cine de ciencia ficción de invasiones alienígenas / experimentos gubernamentales descontrolados, del terror más o menos gráfico y de la comedia urbana típicamente británica para mostrar la odisea de un grupo de personajes no del todo bien avenidos, atrapados en un almacén de trasteros tras el accidente en Hyde Park de un avión del gobierno con una misteriosa carga en su interior. Ecos de Skyline (Id., Colin y Greg Strause, 2010) y Attack the block (Id., Joe Cornish, 2011) puntúan una trama falta de originalidad e inventiva, carente encima de la atmósfera de inquietud y opresión que hacía presagiar su argumento, y que en no pocos momento confunde simplicidad con sencillez y concisión con superficialidad. Storage 24, así, parece inevitablemente destinada a un segundo o tercer lugar en la estantería de cualquier videoclub de barrio (si es que queda alguno cuando llegue el momento, claro).
Insufrible postmodernidad
The Thompsons (The Butcher Brothers, Estados Unidos, 2012)
Ocultos como siempre tras el epatante seudónimo de The Butcher Brothers, Mitchell Altieri y Phil Flores se han convertido en un tiempo récord en dos de los más prolíficos e incluso respetados enfant terribles del cine de terror estadounidense de serie B y serie Z. La exagerada repercusión crítica de su primera incursión en el género, Los Hamilton (The Hamiltons, 2006), les sirvió para realizar el gran salto a Hollywood con el que probablemente sea el más rancio remake visto en los últimos tiempos, Abril sangriento (April fool’s day, 2008); el fracaso de este filme motivó su regreso a los márgenes de la industria y al estilo de su anterior realización con The violent kind (2010), tras la que han acometido la teórica continuación de Los Hamilton. Es el título que ahora nos ocupa, que puede contemplarse sin demasiados problemas como un catálogo de recursos y estilemas del más insufrible cine indie norteamericano; tanto por su inoperancia argumental como por su escasa duración –poco más de setenta minutos– parece incluso un cortometraje alargado sin sentido. El viaje de los supervivientes de Los Hamilton a Gran Bretaña en busca de sus orígenes y de respuestas a su naturaleza vampírica (aunque no exactamente) usa y abusa de ralentizaciones, aceleraciones, montaje sincopado y de unos movimientos de cámara más propios de un videoclip de tercera división que de una producción cinematográfica; la incompetencia fílmica y narrativa de ambos realizadores, por lo demás, queda patente en la sobreexplotación de la voz en off de uno de los protagonistas (Cory Knauf), tratando sin sentido alguno de dotar el relato de un tono crepuscular que no viene a cuenta de nada. La virulencia y los excesos hemoglobínicos de The violent kind, título absurdamente reivindicado de la edición del festival de 2010, por otro lado, pierden peso y fuelle a favor de un intento de introspección psicológico que brilla por su inconsistencia.