publicado el 16 de noviembre de 2012
Marta Torres | El Bosque es uno de los títulos que más prometían del Festival de Sitges de este año, en parte porque lo dirigía un cineasta absolutamente personal, Oscar Aibar, responsable de una maravilla llamada Platillos Volantes y de obras tan irregulares como interesantes (El gran Vázquez, La máquina de Bailar), y en parte porque era la adaptación de un cuento corto de Albert Sánchez Piñol, autor catalán que se dio a conocer con otra maravilla de la ciencia ficción, La piel fría (La pell freda) que lleva años esperando una adaptación al cine.
El Bosque es una película pequeña, con muy poco presupuesto aunque de buena factura y de hechuras artesanas que tiene el acierto de ponerle al fantástico acento del Matarraña y viste a lo extraordinario con las ropas de lo cotidiano. Para entendernos, es un filme que se sirve de los efectos de la Guerra Civil en un pueblo minúsculo para montar una suerte de western con aromas neorrealistas y espíritu de fábula de ciencia ficción. Una pareja de una masía perdida en el Matarraña se enfrenta a la Guerra Civil y el marido (Àlex Brendemühl) decide atravesar unas extrañas luces para huir de los anarquistas, ya que él es más bien conservador. El marido desaparece en lo que parece ser otra dimensión y, a partir de ese momento, la mujer (interpretada de manera fantástica por Maria Molins) deberá enfrentarse sola a las penurias de la retaguardia y lidiar con la pasión de distintos hombres: el anarquista Coixo (Pere Ponce), o el brigadista estadounidense Pickett, interpretado por Tom Sizemore.
Lo más interesante de la película es como plantea el elemento fantástico dentro de un relato anclado en la realidad y en el contexto de una guerra. Si en El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, la fantasía era el punto de fuga que permitía a la niña protagonista escapar de la realidad de la guerra, aunque fuera de forma metafórica, en El Bosque, la puerta dimensional es el elemento transformador de la historia. La alquimia de las luces convertirá a una mujer frágil en una superviviente y a un ‘pajesot’ en una persona mejor y más tolerante.
Oscar Aibar y Sánchez Piñol nos plantean lo fantástico como una puerta dimensional que puede hacernos mejores; y la guerra civil como una forma de explorar las pasiones humanas. AL película es pequeña, le falta intensidad dramática, pero capta algo de la maravilla de ver la vida a través de unos ojos sin referentes (impagable el momento en que el marido refiere a la esposa como son los habitantes del “otro lado”). El Bosque es un portal dimensional hacia un mundo donde casi nadie, excepto el brigadista Pikett, el americano, había leído aún un libro de ciencia ficción, una época de inocencia primigenia de la vida y de los géneros cinematográficos.