publicado el 16 de noviembre de 2012
Marta Torres | Jong-bin Yun ha escrito y dirigido un remedo coreano de El Padrino que abarca dos décadas de corrupción política mafiosa y judicial en Corea del Sur. La película traza un sombrío panorama de las traiciones humanas a la vez que hace un retrato casi antropológico del país, enfermo de pequeñas corruptelas y nepotismo.
Aunque bebe de la tradición del género, Nameless Gangster es una película de gánsteres que viven de la delincuencia de manera rutinaria, como pequeños funcionarios. Hasta las explosiones de violencia, que son súbitas y salvajes, les afectan con la frialdad gris del policía que asume su papel con sereno aburrimiento.
El protagonista es un funcionario de aduanas a punto de ser despedido, Choi Ik-hyun, interpretado por un inmenso Choi Min-sik (Encontré al Diablo, Oldboy) que decide vender un alijo de droga y acaba haciendo tratos con un joven y prometedor mafioso, Choi Hyung-bae. La noche que cierran la operación, el funcionario se encuentra en un bar con su antiguo jefe y le da una soberana paliza. Ha nacido el gánster.
Choi Ik-hyun empieza a medrar en el seno de la mafia gracias a sus buenos y abundantes contactos familiares. Mientras él se encarga de sobornar a jueces y políticos, el joven líder de la banda se encarga de las palizas. Todo muy sórdido. Como en una buena película de Scorsese, la mafia actúa como una radiografía algo virada de una sociedad y una época, la Corea del Sur de los años ochenta, en la que la corrupción y el asesinato tienen las hechuras de un episodio de Cuéntame.
En su contra hay que decir que adolece de un metraje demasiado alargado y provoca un efecto deja-vu en el público aficionado a las sagas coreanas de corruptelas y mafias. Sin embargo, sabe narrar con un desencantado lirismo la relación de amistad y poder que se establece entre los dos mafiosos protagonistas, con imágenes evocadoras como el fantasmal travelling final, el único momento en la película en que se percibe algo cercano a la culpabilidad, o impactantes escenas visuales (el asalto al local nocturno) y poéticas (la pistola descargada que se convierte en emblema de Choi Ik-hyun, un gánster que hasta el final de sus días se considera a sí mismo como un inofensivo funcionario).