publicado el 15 de enero de 2013
Ya hace tiempo que Quentin Tarantino ha convertido sus películas en una reivindicación de su manera de ver y hacer cine. Reservoir Dogs o Pulp Fiction son ejercicios de puro gozo creativo en las que el autor se permite el lujo de reflexionar intelectualmente acerca de materias usualmente alejadas de la alta cultura como las explosiones, la sangre, Madonna, el gore y los iconos chillones e insinuantes, mortalmente atractivos, extraídos de la literatura pulp, de los videoclubs y de las dobles sesiones de los cines.
Marta Torres | Hace unos años, el autor se empeñó en ir un poco más lejos y utilizar su lente deformante para explicarnos la historia. Lo hizo con la Alemania nazi en Malditos bastardos y lo ha vuelto a hacer ahora con la esclavitud en Django desencadenado. Ambos filmes conforman una estimulante doble sesión con bastantes puntos en contacto entre sí y que convierten al cine en el campo donde se libra la batalla final entre los discursos totalitarios (el nazismo o el racismo) y el cine libre y bastardo de las clases populares encarnado en sus protagonistas extranjeros, negros y expatriados.
Django desencadenado toma su nombre de un Spaghetti western dirigido por Sergio Corbucci y protagonizado por Franco Nero en 1966, que a su vez es una versión alterada y mucho más violenta de Por un puñado de dólares de Sergio Leone. No esperen un remake. De la película toma un cierto aire a western de bajo presupuesto que no tarda en abandonar con algunos guiños estéticos que incluyen los zoom vertiginosos, los desiertos polvorientos, la tipografía de los títulos de crédito y parte de la selección musical, además de la aparición como tabernero asustadizo de Franco Nero, el Django original. También toma el exceso hemoglobínico (que Tarantino lleva hasta la exageración al más puro estilo asiático) y las referencias a la Norteamérica blanca y al Ku Klux Klan que también aparecían en la película de 1966. El resto es de una sana bastardía estética y genérica con inesperados ecos éticos y morales. La esencia del cine de Tarantino es la mezcla, no hay géneros puros, como tampoco hay razas superiores, parece decir.
El Django del título es un negro separado de su mujer en un mercado de esclavos a quien un cazarrecompesas alemán, interpretado por Cristoph Waltz, el mismo que hacía de nazi cazajudíos en Malditos Bastardos, libera para que le ayude a reconocer a sus antiguos capataces, ahora criminales proscritos. Django termina aliándose con el cazarrecompensas y empieza una rápida reconstrucción de su identidad que nos llevará rápidamente de las reglas del salvaje Oeste a la Blackxplotation de los años setenta.
La película fija su atención en el sur esclavista de los Estados Unidos poco antes de la Guerra Civil, una sociedad de soleadas plantaciones que el autor relata con los vivos colores de Lo que el viento se llevó y relaciona de forma nada sutil con la rica Roma imperial y los filmes de gladiadores: el terrateniente interpretado por Leonardo di Caprio organiza luchas a muerte entre esclavos con el donaire de un Red Butler sádico y caballeroso mientras las damas sureñas cuidan del servicio con los aires de suficiencia bondadosa de ricas consortes romanas. Como en Malditos Bastardos, los enfrentamientos más importantes son dialécticos: Di Caprio adopta las teorías frenopáticas de Cesare Lombroso (muy en boga entre los nazis, precisamente) para justificar la supremacía blanca en un discurso que nos remite directamente a filmes como El planeta de los simios. Mientras, un Cristoph Waltz redimido se remite a autores populares como Dumas o aboga por la mitología popular alemana para dar un sentido trágico a la historia de Django, un Sigfrido sui generis en busca de su amada Brunilda en un girar el rizo de las referencias que nos remite directamente a Wagner e incluso a Nietzsche.
Para Tarantino, el discurso del hombre superior del filósofo alemán sirve también para devolver la dignidad a un esclavo y situarlo en una esfera “más allá del bien y del mal”, de puro gozo (y exceso) fílmico, aunque también de sangrienta venganza que contrapone justamente con otro ambiguo personaje, el mayordomo de la plantación, interpretado por Samuel L. Jackson, una suerte de superhombre diabólico y antítesis de Django. Por curioso que pueda parecer, abundan en el cine de Quentin Tarantino numerosas referencias a Nietzsche, que se encuentran en el famoso monólogo de Bill acerca de Superman en Kill Bill vol 2, en el personaje del Coronel Landa de Malditos Bastardos y ahora en este Django que se ha librado para siempre de sus cadenas.
Sin embargo y para finalizar, déjenme exponer una clave mucho más simple y juguetona. El culto doctor alemán, alter-ego de Tarantino, rescata al cine de Serie B para regenerarlo y echárselo a la cara de los críticos puros y blancos de Cahiers du cinema. Naturalmente, la chica de la película representa al público.