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publicado el 4 de marzo de 2013

La aventura transparente

Un grupo de hombres miran al cielo desde una balsa perdida en el océano, la cámara sigue su mirada y sube en un plano secuencia imposible a través de la atmósfera terrestre hasta mostrar, primero la circunferencia de la Tierra y luego, la Luna y las estrellas… la parábola baja de nuevo hacia el mar y vuelve a fijarse en la balsa, apenas un punto en la inmensidad del océano. Toda la experiencia de la aventura humana, lo grandioso y lo minúsculo, en un simple y majestuoso movimiento de cámara. Esto es, básicamente, Kon-tiki.

Marta Torres | Una balsa, seis hombres valientes y 8.000 kilómetros de Océano Pacífico a la deriva. La aventura que narra la película es tan extraordinaria, además de real, que corría el riesgo de eclipsar la película. En 1947 el arqueólogo noruego Thor Heyerdal atravesó el océano en una balsa hecha con cuerdas y troncos para demostrar que la Polinesia había sido poblada desde Perú. Era el punto y final de un proyecto personal y de investigación de una década que le llevó desde las profundidades de la selva hasta los despachos de prestigiosas revistas científicas y de ahí al mar y sus abismos. También le llevó a la ruptura matrimonial y a los altares de Hollywood, puesto que la película que documentó toda su aventura ganó un Oscar en 1950. Era difícil lidiar con un proyecto así y estar a la altura de las expectativas. Se atrevieron dos directores noruegos, Joachim Roenning y Espen Sandberg, amigos desde la infancia y acostumbrados a trabajar juntos (han dirigido multitud de cortometrajes y la película Max Manus), que se han acercado a la historia con sensibilidad y fascinación.

Kontiki navega en dirección perfectamente opuesta a La vida de Pi, del director coreano Ang Lee y no sólo en sentido real (la película narra el viaje de un muchacho en una barca de Asia a América, mientras que, en Kon-tiki, el viaje es de Perú a la Polinesia) sino también en filosofía y estética. Si en La vida de Pi domina el artificio, en Kon-tiki lo hace la transparencia narrativa, si la primera emplea el 3D en toda su ostentación tecnológica, en Kon-tiki apenas notamos los efectos especiales, que los hay, puestos al servicio de una naturalidad que prima la parte más realista de la historia. En ambas, la voluntad humana es una balsa precaria sobre un océano profundo, pero si en La vida de Pi la supervivencia depende de una fe de resonancias new age, en Kon-tiki la fe se sostiene en el intelecto humano encarnado por un científico que sacrifica absolutamente toda su vida en pos de un ideal más o menos egocéntrico y es en este punto donde Kon-tiki retoma la idea de la aventura en estado puro, un grupo de hombres, una balsa y 90 minutos de acción y tensión bien calculados.

Kon-tiki es una película de aventuras en su acepción más iluminadora. Se sitúa en el camino que parte directamente de la ilustración e invoca al espíritu romántico que alentó los grandes viajes de exploración a los rincones más inhóspitos del planeta. No hay en Kon-tiki ni rastro de postmodernidad, huye tanto de los colores pulp de Indiana Jones como de la superación por la superación que ha convertido la aventura en una carrera hedonista sin contenido. Es en este aspecto una película clásica, como puede ser clásico el Peter Weir de Master and Comander y Camino a la libertad. Como En las montañas de la Luna, de Bob Rafelson (1990), la película es una reconstrucción pormenorizada de una epopeya científica y, a la vez, una celebración de la supervivencia (a pesar) de la hostilidad del entorno. Por esto las partes de la película rodadas en Nueva York son grises y deprimentes, y las que transcurren en la balsa tienen los colores vívidos y la luz de un paraíso perdido.


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