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publicado el 18 de marzo de 2013

La fantasía ante el espejo

A veces hay filmes de los que no sabes qué te puedes esperar. Una obra como Jack el caza gigantes (una adaptación del cuento tradicional de Las habichuelas mágicas, cuya versión literaria más universal es la del escritor británico Joseph Jacobs) no puede resultar a priori menos interesante debido a su naturaleza de mera imitación de la actual corriente de nuevas adaptaciones de cuentos tradicionales. No obstante, encontrarte en sus créditos a Bryan Singer (un autor en horas bajas pero con incuestionables obras maestras en su trayectoria) le otorga al filme un indudable atractivo: ¿Qué ha podido hacer el autor de X-Men con una narración tan poco relacionada con su cine? ¿Qué habrá visto en ella? ¿Qué se puede extraer de la misma conociendo la trayectoria de quién está detrás filmándola?

Juan Carlos Matilla | Sin embargo, al adentrarse en el pobre mundo visual de Jack el caza gigantes (un filme que definiremos ya como una obra absolutamente fallida), son otras cuestiones las que afloran: ¿Qué sentido tiene un filme nostálgico en el contexto de la fantasía actual? ¿Hasta qué punto es un filme hijo de su tiempo? ¿Qué favor le hace un filme así a la figura de Singer como autor? Sin ánimo de ser solemne ni de sentar cátedra al respecto de estas cuestiones, a continuación me gustaría comentar el filme desde dos perspectivas antagónicas: una extrínseca al relato (su relación con la producción de fantasía actual) y otra intrínseca al mismo (su valor como obra cinematográfica y su vinculación con el resto de la obra de Singer).

Un filme fuera de su tiempo

Jack el caza gigantes en un filme a contracorriente en el contexto de la fantasía cinematográfica actual, sobre todo dentro de la producción fílmica estadounidense. Su decidida apuesta por la narrativa mas transparente, por reunir los elementos más característica de la epopeya clásica (la confrontación héroe-antihéroe, el viaje como iniciación, la recompensa al final del camino heroico, etc.) y por reflejar un look demodé en el diseño de producción (más cercano a la saturación en Technicolor de las producciones de la Metro Godwyn Mayer de la década de 1950 que del neogoticismo actual), lo convierten en un producto levemente genuino, quizás no excesivamente personal, pero de indudable singularidad (otra cosa es cómo se materializa formalmente dicha singularidad, algo en lo que el filme no acaba de ser brillante).

Hoy día, existe una nueva tendencia en la fantasía cinematográfica que pretende reflexionar sobre sus propias limitaciones como género, sobre su naturaleza de mera convención narrativa que es utilizada por el individuo como una mascarada (de bellas formas, pero mascarada al fin y al cabo) que sirve para reflexionar sobre nuestro lado más turbulento, nuestras angustias y miedos. Según esta corriente, la narrativa fílmica es una forma desencantada de esconder nuestras ansiedades, un vehículo de expiación que no puede redimir nuestros vicios pero sí logra sublimarlos para convenirlos en arte, en creatividad pura. Es, a la vez, un género ambivalente que te muestra sus limitaciones teóricas pero también sus atractivos formales. De esta manera, hoy abundan filmes que enseñan claramente sus cartas, sus técnicas de escritura, sus modos de hacer, es decir, nos indican cómo se construyen (incluidas sus trampas e incapacidades), de forma casi indecorosa e impúdica, para incidir en su naturaleza falsaria, aceptada por todos.

Se podría resumir esta corriente formalista actual como una suerte de manierismo desencantado, que insiste en esta naturaleza artificiosa del relato desde perspectivas a veces nihilistas (caso de la excepcional Vida de Pi, de Ang Lee, que arroja una visión desoladora de la narrativa y la religión, puro opio para el alma humana), otras lúdicas (como la no menos memorable, El atlas de las nubes, de Tom Tykwer y los hermanos Wachowski, un divertimento sobre las paradojas temporales y la irreversibilidad del tiempo, hecho con escasa solemnidad y grandes dosis de ironía), otras que priman la emoción sobre la reflexión (caso de la notable Looper, de Rian Johnson, una indagación sobre el determinismo realizada con una gran intensidad lírica), otras mitológicas (como la imponente Take Shelter, de Jeff Nichols, donde la obsesión del individuo contemporáneo es narrada con un tono profético y alucinado, jugando continuamente con las expectativas del espectador), entre otras muchas.

Pues bien, Jack el caza gigantes no tiene nada de todo esto. Es simplemente un filme sobre el placer de narrar viejos cuentos de hadas, que recuerda en algunos momentos al tono nostálgico pero valeroso del mejor cine de Tim Burton o al más emotivo y turbador de Guillermo del Toro. De hecho, el inicio del filme recuerda poderosamente al de Eduardo Manostijeras, con los jóvenes protagonistas escuchando de sus mayores el cuento de las habichuelas mágicas, en un precioso montaje en paralelo. Y la relación entre leyenda y realidad (potenciada en la resolución del relato) puede recordar a la temática usada por del Toro en varios de sus filmes como director y productor.

Así, en este filme no hallaremos fugas narrativas, rupturas del punto de vista, interpelaciones al público, juegos con máscaras y roles, guiones alambicados, ambigüedades narrativas o equívocos forzados. En Jack el caza gigantes no se nos muestran los entresijos de su construcción dramática ni se juega con el barroquismo formal. En resumen, aquí no se nos invita a reflexionar sobre lo mostrado, solo a disfrutarlo (algo que tampoco tiene por qué ser malo a la vista de la brillantez de otros ejemplos similares cercanos como la menospreciada El Hobbit, de Peter Jackson, un dechado de brillantez narrativa y gusto por el entretenimiento a gran escala que solo pretende divertir y emocionar). El problema es que como objeto de divertimento, Jack el caza gigantes resulta algo aséptico y, debido a su levedad narrativa y escaso aliento épico, el filme no alcanza la corrección que debiera, debido a algunos males ya endémicos en el cine de Bryan Singer que citaremos a continuación.

El autor ante la industria y su discurso

Desde los lejanos tiempos de X-Men (su último gran filme), el cine de Singer sufre de una preocupante falta de atractivo. Sus filmes se han vuelto tediosos, superficiales, henchidos en metraje e intenciones pero carentes de aciertos formales, de tratamientos interesantes de la puesta en escena o de enfoques narrativos divergentes. El que fuera uno de las grandes manieristas de la cinematografía estadounidense de la década de 1990 (gracias a sus estupendas películas Public Access, Sospechosos habituales o Verano de corrupción, todas ellas sórdidas y estilizadas reflexiones sobre la naturaleza del mal humano) parece que haya claudicado ante los imperativos comerciales y se limite a intentar desarrollar su universo estilístico en superproducciones en las que su voz como autor queda ahogada, sin capacidad de maniobra y sin espacio para desarrollarse.

De hecho, películas como X-Men 2, Superman Returns, Valkiria y ahora, Jack el caza gigantes, son obras en las que se reconocen los rasgos estilísticos genuinos del cine de Singer (como la inspiración pop de su mundo visual, la confrontación entre la voluntad individual y el imperativo social, la inestabilidad de la identidad acechada por el mal ajeno, el tono nostálgico y el gusto por la narrativa clásica, la combinación de intimismo y espectacularidad, el gusto por el detalle por encima de la amplia panorámica, etc.) pero estos aparecen sin fuerza, sin arrojo, perjudicados por un tempo moroso, por un forzoso alargamiento narrativo y una solemnidad excesiva en el tono. Son obras de alguien que, quizás, quiere creerse algo que no es: un autor que tan solo con su firma va a imponer su mundo en una superproducción ajena y esta ambición casi digna de Welles o Kubrick va en contra de su discurso estilístico, que se acomoda mejor al thriller y al filme de género más medido y modesto, que al cine de gran presupuesto, un tipo de cine que demanda una mayor determinación narrativa de la que tal vez adolece el cine de Singer.

Jack y el caza gigantes sufre de todos estos males: el filme peca de un excesivo metraje, de una pobre progresión dramática, de un abuso de los clichés y los lugares comunes del género de fantasía heroica y de unas cuestionables concesiones a la comercialidad (como el poco inteligente uso del humor más grosero, más cerca de títulos como la saga Sherk que de un filme de fantasía más serio, o los obvios guiños iconográficos a la saga de El señor de los anillos). Asimismo, las interpretaciones desganadas del elenco actoral, la excesiva simplificación del relato (que se limita a la sempiterna lucha entre los hacedores del mal y los valedores del bien, sin segundas lecturas que hagan el relato más adulto) y, sobre todo, una puesta en escena muy anodina, con escasos aciertos (a destacar las apariciones de los gigantes, en las que se juega con el fuera de campo y las perspectivas subjetivas, y poco más), hacen de la última película de Singer un filme fallido, enormemente aburrido y lo que es peor, que no invita a esperar nada bueno de su futuro como cineasta (aunque el propio Singer ha anunciado que tiene la intención de dirigir un filme de terror, género en el que creo que puede desenvolverse mejor que en la superproducción de fantasía).

No obstante, el filme tiene dos aciertos indudables: el inevitable tono terrorífico (como buen cuento de hadas que es) de los pasajes ambientados en el país de los gigantes (salvo las mencionadas fugas humorísticas) y el bello final, en el que se utiliza la anacronía de una forma muy acertada (un objeto del presente que tiene su origen en la leyenda narrada en el filme), para así poner el acento en la presencia de lo mitológico en nuestra sociedad. Una forma muy sutil de advertir que quizás nuestra concepción del mundo también esta repleta de leyendas creadas, de formas surgidas de lo irracional, de ilógicos vasos comunicantes… Desde luego, si el filme hubiese ido por ese camino, estaríamos hablando de una obra mucho más atractiva y poderosa de lo que finalmente ha sido esta irregular cinta de fantasía, que no convence a pesar de venir firmada por uno de los autores estadounidenses que más prometían no hace tanto tiempo. Quizás la próxima vez.


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