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publicado el 20 de marzo de 2013

Dejación de responsabilidades

Marta Torres | Han tenido que volver a casa para retomar la voz propia. Los hermanos Alex y David Pastor tuvieron un comienzo algo decepcionante en Hollywood con Infectados, una película tan impecable en su factura visual como balbuceante en su realización. Su último proyecto en cambio, un filme apocalíptico ambientado en Barcelona, se beneficia de la fuerza icónica que supone la destrucción casi ritualizada de un mito. Los Hermanos Pastor han matado una ciudad para hacer una película. ¿Y qué ciudad? La que ha representado durante una década casi mejor que ninguna la fiebre por el dinero fácil y las apariencias. La Barcelona que utilizó Mendoza para mostrarnos otra fiebre, en esta ocasión de principios del siglo XX, con La ciudad de los prodigios o la que fue escenario de otro apocalipsis en la novela de Marc Pastor, El año de la plaga.

Los últimos días, ambientada en la Barcelona de nuestros días, se pregunta qué pasaría si, de pronto, la gente desarrollara un miedo atroz a los espacios abiertos. Poco a poco, la ciudad se va vaciando, falta gente al trabajo mientras que otros parece que nunca abandonan la oficina. El protagonista (Quim Gutiérrez) se encuentra atrapado en su oficina junto a sus compañeros durante tres meses hasta que decide aventurarse por el submundo de la ciudad, el metro y las alcantarillas para buscar a su novia (Marta Etura). Le acompaña un fenotipo de la sociedad en la que vivimos, un ejecutivo solitario e implacable, dedicado a liquidar empresas (un gran José Coronado, el mejor actor de la película con toda seguridad). El periplo por el mundo subterráneo de la Ciudad Condal, casi una bajada a los infiernos, servirá a los realizadores para repasar en clave personal otros apocalipsis cinematográficos, desde el supermercado convertido en campo de batalla, a medio camino entre El amanecer de los muertos (1978, George Romero) y The Mist (Frank Darabond), hasta los paisajes urbanos desiertos de El último hombre vivo (1971, Boris Sagal), por citar sólo algunos ejemplos. La película es un viaje a través de pesadillas diversas, inventadas por los directores o soñadas por otros, que se sirve de la descomposición de paisajes cotidianos (un cine, un centro comercial, una estación de metro) para sumergirnos en el paisaje del inconsciente, formado por oscuras alcantarillas y habitado por hombres que ya no lo parecen.

La película además, incide en el carácter absurdo del mal que aqueja a la humanidad, ya que parece que ésta haya escogido esconderse en un agujero oscuro y morir, como si la ciudad exterior, que la película contrapone en majestuosos y luminosos planos, fuera un enemigo demasiado basto para ella. En Los últimos días, el apocalipsis es casi burocrático, consiste en una dejación absoluta de responsabilidades. Los Hermanos Pastor no buscan excusas en zombies, catástrofes naturales o enemigos externos: para desparecer, nos bastamos solitos, parecen decir, y en este aspecto, hablan básicamente de crisis, cambio y resurrección. El protagonista, por ejemplo, es un típico treinteañero gris que se resiste a crecer, casi un prototipo de una generación que ha tirado su futuro por la ventana y que descubre que la única esperanza de salvación está en la aceptación de responsabilidades. Los hermanos Pastor nos piden que nos hagamos mayores.


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