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publicado el 15 de abril de 2013

Amor no tan pútrido

Marta Torres | Muchos temían que la película de Jonathan Levine, adaptación del libro Warm bodies de Isaac Marion, banalizara a los muertos vivientes en la misma medida que la saga Crepúsculo lo hizo con los vampiros. A favor de esta teoría había dos argumentos de peso, por un lado, participaba en el proyecto Summit Entertainment, el estudio responsable de Crepúsculo, por otra parte, el tráiler y las imágenes previas de la película nos mostraban a un zombie “mono”, lo que hacía presagiar lo peor a los amantes de la versión más gore del mito.

En parte tenían razón, Memorias de un zombie adolescente no es en realidad un filme sobre apocalipsis zombies al uso, apenas hay sangre o violencia y la atmósfera es bastante luminosa a pesar de que está ambientada en un mundo tocado de muerte. Sin embargo, tampoco tiene demasiado que ver con la saga Crepúsculo y su insoportable afectación al servicio de la sexualidad adolescente femenina. Memorias de un zombie adolescente es, por el contrario, sorprendentemente inteligente, tierna y divertida. Una suerte de Shaun of the Death (2004) algo más blanca y sutil y en clave romántica.

La película es una adaptación de la historia de Romeo y Julieta, sólo que Romeo es un zombie que deambula sin rumbo por los pasadizos de un aeropuerto y Julieta es la hija del cabecilla de los pocos humanos que quedan. Al contrario de lo habitual, la película toma como eje central de la historia la voz interior del joven zombie protagonista “R”, que reflexiona de manera irónica sobre su situación actual y que es uno de los grandes aciertos de la película. Como ya han sugerido otros filmes de zombies, y que en cierto modo tiene la culpa de que se juzguen como filmes sociales o políticos, la humanidad zombificada sirve para retratar un mundo alienado por culpa de las grandes ciudades y las nuevas tecnologías donde todos, en realidad, estamos solos. La película incluso hace referencia expresa a la incomunicación provocada por los dispositivos móviles y sitúa el hogar del protagonista en un aeropuerto, un lugar de paso para los que no van a ninguna parte. El personaje, además, se retrata en el filme como un coleccionista de cosas inútiles a la manera de un Wall-e que guarda retazos de un mundo que no comprende, pero que le fascina, como una vieja colección de vinilos que se convertirá en el primer puente de comunicación con Juliet. Alienación, incomunicación, hambre, música y amor son los ejes sobre los que girará su particular angustia adolescente.

Pero lo mejor de la película es su absoluta falta de complejos a la hora de definirse como una comedia romántica. Memorias… es muy consciente de su naturaleza y mezcla sin manías a Romeo y Julieta con los modos y clichés de las catástrofes zombies (la ciudad destruida, la resistencia humana) con las comedias románticas más conocidas (divertido el gag de Pretty Woman) y la cultura popular entorno al fenómeno zombie (cuando la chica compara la imagen que dan los cómics de los zombies con su pareja). La película brilla por su textura de comedia romántica orgullosa de serlo a pesar de que sabe que tendrá que enfrentarse a hordas de fanáticos de la versión más gore y truculenta del mito, que en esta película prácticamente desaparece. Quizá por este motivo y por su falta de prejuicios, Memorias... es un filme fresco, con algunos momentos de humor físico realmente brillantes (cuando R quiere imitar la forma de andar de los humanos en la ciudad o sus cortas conversaciones con su amigo M) y que no se toma a sí mismo realmente en serio. Por este motivo, se permite el lujo de dar la voz a un zombie o plantear problemas tan deliciosamente peregrinos cómo: ¿puede un humano vivir en una comunidad de zombies?

La única queja: el título en la versión española no está a la altura del sugerente título de la versión original: Warm bodies (cuerpos cálidos), por lo demás, una refrescante vuelta de tuerca a un género demasiado encorsetado últimamente.


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