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midnight movie

publicado el 16 de abril de 2013

Regreso agridulce a la cabaña del bosque

Lejos de disminuir, la fiebre por los remakes que desde hace ya más diez años se ha instaurado en Hollywood parece cada vez más afianzada, siendo el terror el género mejor ha sabido aprovecharla en términos comerciales, aunque la mayoría de nuevas versiones estrenadas hasta ahora responden más a una vocación de refrito y de reciclaje (lo que en inglés se llama reboot, en referencia al reinicio o relanzamiento de una producción estancada o incluso agotada) que no a una voluntad real de releer, adaptar o versionar una producción anterior. El remake de Posesión infernal (The evil dead, Sam Raimi, 1981), auspiciado por su propio realizador juntamente con su protagonista, Bruce Campbell, y el productor Robert G. Tapert se inscribe claramente en esta (discutible) operación de puesta al día de franquicias rentables treinta años atrás, aunque con algunas particularidades que la hacen distinta, en algunos aspectos también bastante interesante.

Pau Roig |

Coincidiendo con su paso de cineasta gamberro, desprejuiciado y de culto a figura determinante del cine comercial de gran presupuesto, Sam Raimi auspició ya la versión estadounidense de La maldición (Ju-on, 2002) firmada por su mismo realizador Takashi Shimizu en 2004 y, siempre a través de su compañía Ghost House Pictures, en los últimos años ha seguido vinculado al género que le vio nacer como realizador en una serie de títulos de interés limitado e incluso nulo que van de Boogeyman: La puerta del miedo (Boogeyman, Stephen Kay, 2003) a Rise: Cazadora de sangre (Rise, Sebastián Gutiérrez, 2007), de 30 días de oscuridad (30 days of night, David Slade) a The messengers (Id., Oxide Pang Chun y Danny Pang), también de 2007, siendo su última propuesta hasta la fecha la ridícula The posesión (El origen del mal) (The possession,
Ole Bornedal, 2012). Son filmes que poco o nada tienen que ver con sus primeros títulos
–su ya citada ópera prima más Terroríficamente muertos (Evil dead 2, 1987), Darkman (Id., 1990) y El ejército de las tinieblas (Evil dead 3: Army of darkness, 1992)– ni con su regreso al horror a modo de divertimento inoperante, Arrástrame al infierno (Drag me to hell, 2009), pero menos aún con su última propuesta como realizador, una fantasía familiar para toda la familia con la inconfundible (y deleznable) marca de fábrica de la compañía Disney, Oz, un mundo de fantasía (Oz the great and powerful, 2013). La nueva versión de su debut, sin embargo, se desmarca por igual tanto de la alarmante falta de originalidad y sentido del riesgo de la mayoría de títulos terroríficos producidos por Raimi –casi todos realizados con el piloto automático puesto y con una alarmante insipidez– como, más importante, del estilo amanerado y enloquecido del filme que teóricamente adapta y (re)versiona: no hay en la película de Fede Álvarez la menor concesión al humor (negro o no) y, más allá de una estructura similar y de los imprescindibles guiños al original –amputación de la mano del protagonista y sierra eléctrica incluidas–, se aprecia un esfuerzo por hacer algo completamente distinto, que no novedoso. La Posesión infernal de 2013 mantiene e incluso aumenta la visceralidad fúnebre de su modelo de referencia, aunque de forma tan arriesgada como titubeante prescinde también de su carácter digamos lúdico-festivo –más evidente en las continuaciones filmadas por el propio Raimi, Terroríficamente muertos y El ejército de las tinieblas, que convertían a su patético protagonista (Campbell) en prácticamente un personaje de dibujos animados–, obviando, además, su condición de puente entre dos concepciones muy distintas de abordar el terror, el realismo sucio y el mal rollo del “American Gothic” de la década de 1970 y el slasher y el horror adolescente de la década siguiente. Tratando de superar o al menos disimular la falta de rigor y verosimilitud de la trama original, Álvarez rechaza cualquier concesión al humor y a la artificiosidad y dota el conjunto de un bagaje / trasfondo argumental que se acaba revelando forzado, incluso innecesario por su afán de justificarse y por su exceso de seriedad. Si a nivel argumental la propuesta del director uruguayo parece haber sido ensamblada sin más a partir de tópicos gastados y lugares comunes del género –nada que ver, pues, con relecturas de su trama tan interesantes como la propuesta por La cabaña del bosque (The cabin in the woods, Drew Goddard, 2011)–, la puesta en escena de Álvarez va en una dirección sensiblemente distinta [1].

En la película de Raimi los protagonistas eran cinco amigos que pretendían pasar unos
días de vacaciones en una desvencijada cabaña de madera perdida en medio del
bosque (y que ya no hacía presagiar nada bueno); ahora son también cinco amigos, aunque no precisamente con ganas de fiesta: se han reunido en un lugar tan alejado de la civilización para ayudar a Mia (Jane Levy) a desengancharse de la heroína y, de paso, para tratar de reconstruir su relación con su hermano David (Shiloh Fernández), a quién la chica aún no ha perdonado su marcha del hogar familiar años atrás (al que ni siquiera regresó por la muerte de su madre, aquejada de una terrible enfermedad mental de la que no se explica mucho más). Por si la situación no fuera ya suficientemente melodramática, en un estilizado prólogo hemos sido testigos de un misterioso ritual de purificación celebrado en el mismo lugar en un pasado no muy lejano; en él, una muchacha aparentemente poseída por el Diablo muere quemada viva por su propio padre, una escena intensa y espléndidamente filmada que anuncia de forma determinante el estilo y el tono que dominará el filme hasta el final. Igual que en la película de Raimi, el verdadero detonante de la acción es el descubrimiento en el sótano de la cabaña de “El libro de los muertos”, un anciano volumen editado con piel humana y escrito con sangre que contiene conjuros y fórmulas para desatar el Mal en la Tierra: del mismo modo, la (improbable) lectura de uno de sus pasajes por parte de Eric (Lou Taylor Pucci) justo en el momento en el que Mia se encuentra paseando por el bosque motivará su posesión / violación por parte de una fuerza demoníaca que, según cuenta el libro, necesita apoderarse de cinco almas para conquistar el mundo de los vivos. El resto de personajes, claro está, atribuirán el miedo y las prisas de la chica para abandonar el lugar al síndrome de abstinencia y tratarán por todos los medios a su alcance de retenerla en la cabaña, un recurso o excusa argumental un tanto cogida por los pelos ya que la acción transcurre a lo largo de una sola noche. Como no podía ser de otra manera, el extraño y cada vez más violento comportamiento de Mia irá afectando de distintos modos a los cuatro personajes restantes, siendo su primera víctima Olivia (Jessica Lucas), novia de Eric y principal impulsora del viaje: su posesión / transformación en el lavabo, filmada mediante un vibrante uso del fuera de campo inaudito en el resto del metraje, es sin duda uno de los puntos álgidos de un conjunto que a medida que avanza renunciará por completo a la insinuación y a la sutileza.

Sin obviar algunos de los elementos de estilo definitorios de la producción original pero sin abusar en ningún momento de ellos (esos vertiginosos travellings a través del bosque en los que la cámara se abalanza hacia los actores), Álvarez dota el conjunto, sobretodo en su primera mitad, de un hálito de negra fatalidad, de una atmósfera negra y terrorífica de primera magnitud que en nada desmerece la conseguida por Raimi (aunque éste trabajara con un presupuesto de risa y unos recursos técnicos paupérrimos). De la sombría fotografía de Aaron Morton hasta el sucio realismo del que hace gala diseño de producción de Robert Gillies, con evidentes puntos de contacto a nivel estético con los del remake de La matanza de Texas (The Texas chainsaw massacre, Marcus Nispel, 2003), pasando por la tétrica banda sonora del compositor español Roque Baños, todo en Posesión infernal va encaminado hacia la representación de un terror eminentemente físico: más allá con algunos paralelismos con El exorcista (The exorcist, William Friedkin, 1974) que, la verdad, no vienen a cuenta de nada, las transformaciones de los distintos protagonistas a medida que van siendo atacados / poseídos por el Mal destacan por su bien calculada sencillez, aunque por desgracia las escenas de violencia brillan por todo lo contrario (según rezan las notas de producción, entre ensayos y rodaje se llegaron a utilizar 25.000 litros de sangre y 300 de vómitos). Concebido, así, como un tour de force cada vez más sangriento, el filme no oculta en ningún momento su pasión por el gore: en algunas escenas, como el furibundo ataque de Natalie (Elizabeth Blackmore) a Eric y David con una pistola de clavos, la virulencia y la truculencia que inundan la pantalla parecen responder al tono general del conjunto, sin concesiones ni medias tintas; en otras, sin embargo, parecen sólo diseñadas con el objetivo de agredir y / o abrumar sin más a los espectadores (algo que Raimi también hacia, es cierto, aunque con un matiz importante, distanciándose de la sucesión de barbaridades que mostraba con todo lujo de detalles a través de la ironía y haciendo gala incluso de un humor absurdo). Esta nueva Posesión infernal, de esta manera, no mantiene la misma intensidad a lo largo de sus escasos noventa minutos, y acaba situándose un poco en tierra de nadie: en no pocos momentos ofrece un genuino espectáculo de horror salvaje que satisfará por igual a los aficionados del filme original como a los espectadores que lo desconocen; en otros, sin embargo, parece avanzar con el piloto automático puesto, sin la suficiente garra, casi sin alma, como si no se atreviera a trascender su condición de remake. Todo ello se hace bastante evidente en la segunda mitad del metraje, momento en el ritmo se estanca y en el que, no por casualidad, los bochornosos diálogos de los protagonistas tienen mayor peso (véanse la penosa escena de la “resurrección” o las absurdas peroratas que lanzan los poseídos, del estilo “Voy a comerme tu alma” o “Vete al infierno, puta”), como si Álvarez estuviera haciendo tiempo para el clímax final, un desenlace que destaca por el inesperado cambio de protagonista y por la acumulación de efectos especiales sangrientos pero que, pese a todo, resulta claramente inferior al de la película original; ya sea por respeto o quizá por la imposibilidad de superarlo, el realizador uruguayo ha prescindido incluso del impresionante, mítico travelling final ideado por Raimi, en el que la cámara cruzaba a gran velocidad toda la cabaña hasta introducirse en la boca del único superviviente de la matanza.

  • [1]. Resulta imposible saber a estas alturas si el uso y abuso de recursos argumentales trillados y previsibles formaba parte del guión original escrito por el propio realizador Fede Álvarez y Rodo Sayagues: la temible Diablo Cody, guionista de Juno (Id., Jason Reitman, 2007) y de la espantosa Jennifer’s body (Karyn Kusama, 2009), fue la responsable de adaptar y “americanizar” el libreto, aunque su nombre no aparece en los títulos de crédito.

  • SUBIR.

    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:
    EUA, 2013. 91 minutos. Color. Dirección: Fede Álvarez Producción: Bruce Campbell, Sam
    Raimi y Robert G. Tapert, para Ghost House Pictures / Film District Guión: Fede Alvarez y
    Rodo Sayagues, sobre el guión homónimo de Sam Raimi Fotografía: Aaron Morton
    Música: Roque Baños Diseño de producción: Robert Gillies Montaje: Bryan Shaw
    Intérpretes: Jane Levy (Mia), Shiloh Fernandez (David), Lou Taylor Pucci (Eric), Jessica
    Lucas (Olivia), Elizabeth Blackmore (Natalie).


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