publicado el 15 de julio de 2013
¿Algo está cambiando en el cine de terror estadounidense? ¿Existen motivos para la esperanza después de años de abulia creativa en el país que ha visto nacer el horror moderno? Gracias al estreno de la angustiosa y magnífica The Purge: la noche de las bestias, de James DeMonaco (una nueva y brillante aportación al terror de la productora Blumhouse), podemos percibir la confirmación de cierto renacimiento del género debido a las obras de dicha productora y a otros filmes contemporáneos que se han vuelto a tomar el terror con seriedad, voluntad de transgresión y enfoques poco acomodaticios.
Juan Carlos Matilla | En cine (y en cualquier tipo de manifestación artística), los triunfos lo son por convencimiento, por voluntad de superar lo establecido, lo ordinario, lo común. Desde este punto de vista, no me cabe la menor duda de que The Purge es un triunfo en toda regla: como filme de bajo presupuesto de alcance masivo, como propuesta de horror madura y sobria, como aguda crítica de algunas de las diatribas morales de nuestra sociedad, como hermosa y siniestra obra que honra a otros autores del pasado y como pieza fundamental de una nueva época del terror norteamericano. Todo esto es, a mi juicio, esta película que narra las penurias que sufre una familia para sobrevivir durante una fatídica noche, la purga anual implantada por el régimen político de una futura sociedad distópica con el objetivo de que la población dé rienda suelta a sus instintos homicidas.
Una cuestión moral
El horror en la ficción es algo difícil de catalogar. En principio, tendría que ser la manifestación fabulística de lo que nos asusta en el mundo real (como el miedo a la despersonalización, a la muerte, a lo extraño, etc.) pero a veces resulta arduo distinguir por qué unas historias nos atemorizan y otras no. Se podría apuntar que, conforme vamos perdiendo la inocencia y nos volvemos más escépticos o más sabios, cada vez nos cuesta más sentir pavor ante una historia de terror. No obstante, a mi juicio, para que la capacidad perturbadora del horror film no se pierda, este siempre debe ir de la mano de una diatriba ética ya que lo que en verdad nos asusta es lo que contradice nuestra moral pública y privada. Esta visión del terror como transgresión (típica del cine de género de la década de 1970, por ejemplo) está muy presente en The Purge, de manera que el ataque a ciertos convencionalismos sociales que contiene el filme (el respeto por la vida ajena, la noción de pecado o el Estado como ente que vela por nuestra comodidad) es lo que en realidad nos inquieta de la película, más allá de las secuencias violentas y los tensos momentos de acecho. La tensión del filme se basa en su relatividad moral y en una particular (aunque veraz) visión del crimen.
En su obra clásica sobre el asesinato múltiple, Cazadores de humanos, el antropólogo canadiense Elliott Leyton (en un acto de lúcida honestidad) afirmaba que el individuo moderno, para solucionar sus problemas, podía sentir con bastante frecuencia la tentación del crimen (y, por ende, del asesinato) pero que se reprimía por una razón muy alejada de la idea del pecado o de la inmoralidad: un homicidio es una solución poco práctica. En palabras del propio Leyton: “Muchos seres humanos se sienten capaces de poner fin a la vida […] para eliminar una oposición, por ejemplo, o por puro placer sádico; pero son pocos los que deciden hacerlo. La mayoría de la gente evita semejante acto, no porque sea moralmente superior […], sino porque es prisionera de una trama de responsabilidades, compromisos, creencias y sentimientos que convertirían el asesinato en una apuesta absurda o en una autodestrucción ridícula […]. Lo que queremos decir es que la mayoría de los humanos tienen demasiado que perder y que, a menos que se dejen llevar por un arrebato de locura, no se embarcarían nunca en una aventura homicida, y menos aún de manera sostenida” [1]. Es decir, según la postura del antropólogo (que comparto del todo), la pertenencia a un sistema social, político y cultural del que obtenemos beneficios es lo que nos impide abrazar el crimen. Pero, ¿qué pasaría si este sistema nos lo permitiese? ¿Qué ocurriría si matar estuviese legitimado y visto como una catarsis positiva? ¿Lo veríamos como algo imposible, abominable y alejado de nuestros códigos éticos actuales? De esta siniestra situación parte la premisa de la angustiante The Purge.
El conflicto ético de la película deriva de la situación que plantea, la cual, pese a ser descabellada para una mente bienpensante (una sociedad que permite su autodestrucción durante una sola noche para garantizar su tranquilidad el resto del año no parece ser la solución más pausible), resulta más humana, familiar y cercana de lo que puede parecernos a priori si la observamos con atención. Esta cercanía se manifiesta en la película en tres aspectos fundamentales que son mostrados con rotundidad, sin sutilezas: su tremebunda crítica a ciertos comportamientos parafascistas de los gobiernos actuales (pese a ser una metáfora, en la película se rastrea una actitud contestataria contra los gobiernos que usan la violencia institucionalizada para adocenar a las masas, controlarlas, maniatarlas, manteniéndolas fuera de la razón mediante el estímulo de los instintos más primarios y la destrucción de las clases más desfavorecidas), su condición de ser un espejo que deforma la imagen de nuestra sociedad de masas (casi como si de un esperpento valleinclanesco se tratase, la película muestra mediante su hipérbole algunas de nuestras obsesiones más angustiosas: el afán de sobreprotección, el excesivo sometimiento al orden establecido, los conflictos de clase, la perversión de los medios de comunicación, la atracción por la violencia como camino de expiación personal), y sobre todo la visión del asesinato como un acto cometido por frustración del individuo, que mata para conseguir ser otra persona.
Me gustaría detenerme en este último punto. En el filme, ninguno de los asesinos mata por sadismo, codicia, placer sexual, afán de lucro, posesión, etc., es decir, por los motivos habituales que la narración criminal suele asociar al crimen. En verdad, los homicidas de The Purge matan por algo tan humano como la frustración, asesinan para conseguir lo que desean y les ha sido negado o para afirmarse destrozando lo que estiman inferior o creen que les puede desestabilizar como individuos. Así, en el filme un joven perteneciente a otro segmento social intenta matar al padre de su amada que se opone a la relación (no mata por amor sino para evitar el fracaso), un aburguesado grupo de vecinos quiere acabar con la vida de una familia de nuevos ricos que creen que se han enriquecido a su costa (por tanto, encarnan lo que ellos desean ser y no han podido alcanzar) y una pandilla de niños bien desean acabar con la vida de un vagabundo negro (alguien que por su condición racial y económica necesitan destruir para afirmar su superioridad de clase). Este el cercano paisaje humano de The Purge, un desolador y reconocible campo de batalla entre individuos despersonalizados y furiosos donde no se salvan ni los propios héroes (quienes a pesar de ser mártires de la purga y los únicos capaces de cierto altruismo, también se han aprovechado del sistema al ascender socialmente gracias a los instrumentos de seguridad que han comercializado).
Entre la tradición y la eficacia
Para levantar este sombrío mapa del espíritu humano, el director James DeMonaco ha ideado una estructura formal modesta (no hay alardes de ningún tipo salvo un montaje efectivo, sin aspavientos ni subrayados), ajustada al discurso (la puesta en escena acompaña a los acontecimientos de manera cercana, muy física), con leves fugas de lírica sombría (los ralentíes macabros y los breves incisos de los grotescos acechadores vagando por la mansión de los protagonistas) y un constante juego de contrarios entre lo externo (las imágenes de violencia en las calles que arroja la televisión, los eslóganes institucionales pulcros pero intimidantes de la purga, los mosaicos de imágenes de los circuitos de seguridad, las máscaras de los asesinos, los desolados y nocturnos exteriores, etc. ) y lo interno (el suspense de las secuencias de acecho en el interior de la mansión, los juegos con el fuera de campo y los elementos desenfocados en los márgenes de los planos nocturnos, el uso dramático de las luces que rastrean la oscuridad amenazante, etc.). Este juego señala una tensión que incide en la idea de privacidad amenazada por lo público que supone una de las tesis principales del filme.
Pero además, como se puede comprobar en el resto de la todavía breve filmografía de DeMonaco (el guión del remake de Asalto a la comisaría del distrito 13 y el thriller Staten Island), existe una influencia determinante en las formas visuales de The Purge, el cine de John Carpenter. Existen planos (sobre todo los de los acechos nocturnos encarnados por personajes hieráticos) que son auténticas marcas de la casa del autor de La noche de Halloween o El príncipe de las tinieblas. Además, el tono de distopía política situada en ambientes urbanos alejados de los tópicos futuristas recuerda, por supuesto, a 1997, Rescate en Nueva York o Están vivos, y la acidez con la que se describen los modos de soterrada violencia de la clase media es similar a la de El pueblo de los malditos. Pero, además, la película no esconde su condición de filme de serie B heredero de otros títulos del pasado que ha tratado la violencia institucionalizada en sociedades futuras de ademanes fascistas, como las divertidas sátiras paramilitares de Paul Verhoeven, algunos capítulos de The Twilight Zone u olvidados productos ochenteros como Perseguido, de Paul Michael Glaser. Y sin duda es de agradecer que los responsables del filme no escondan sus cartas y de forma sutil se declaren herederos de una tradición anterior, ahora que (desde mi punto de vista) pertenecen a la vanguardia de un cierto renacer del cine horror norteamericano que me gustaría describir a continuación.
Una nueva ola de horror estadounidense
Hasta hace relativamente poco tiempo, la última producción del cine de horror estadounidense no podía ser más desoladora: continuos y despersonalizados remakes (con la triste revisión de Posesión infernal a la cabeza, la enésima demostración de que San Raimi antaño tuvo talento a la hora de diseñar sus producciones… pero lo ha perdido); el abuso del recurso del found footage (el cual, a pesar de dar obras maestras como The Poughkeepsie Tapes o Cloverfield ha degenerado en subproductos como Atrapados en Chernóbil y un largo etcétera), los últimos coletazos del torture porn (el cual, pese a todo, ha dejado algún producto admisible como el díptico The Collector-The Collection de Marcus Dunstan); la exagerada presencia de zombis y exorcismos sin ninguna capacidad de inquietar (debido sobre todo a los tratamientos formularios de los filmes en los que aparecen, véanse El rito, El origen del mal, etc.); o el neogoticismo más inocuo (de las sagas Underworld o Crepúsculo a las horribles adaptaciones de cuentos clásicos).
Y lo malo es que, en el ámbito internacional, el panorama no mejora: tras el agotamiento del New French Extremity y del cine de terror español (debido a que faltan nuevas ideas y enfoques menos estandarizados, o causado por la desfachatez más absoluta, como en el caso de la saga Rec) y la escasez de ideas procedentes de Japón o Corea (países que renovaron el horror hace poco más de una década y que hoy día no tienen nada que decir en materia de horror), no quedan muchas opciones de encontrar nuevas corrientes sugestivas. Quizás, en la actualidad, la cinematografía mas interesante sea la británica (con las estupendas obras de Ben Whitley y James Watkins a la cabeza, situadas entre el respeto a la tradición y el interés por retratar la violencia de la sociedad actual) además del naciente nuevo horror hispanoamericano (con interesentes aportaciones como Somos lo que hay, La casa muda o El páramo, tristes visiones del infierno en mundos oprimidos y desolados).
Pues bien, a pesar de este devastador panorama parece que hay motivos para la esperanza ya que últimamente se está produciendo un tímido renacimiento del género de horror estadounidense que puede transformar este triste paisaje y acabar siendo un nuevo movimiento de las horror movies, una nueva ola. En resumen, este renacer del género en EUA se puede concentrar en tres grandes líneas: la consolidación del último cine de horror independiente (con nombres cada vez más asentados como Jim Mickle, Ti West o Adam Wingard, primeras espadas de una corriente revivalista del horror de antaño con un tono distanciado e irónico, más cerca de las estanterías de los vídeo clubs que del público de Sundance), las atinadas producciones de Guillermo del Toro (obras como No tengas miedo a la oscuridad o Mamá, caracterizadas por ser densos y siniestros cuentos de hadas bellamente filmados, donde la visión de lo monstruoso se tiñe de relatividad y de tristeza) y, sobre todo, las películas financiadas por Blumhouse Productions, la productora más importante del género de terror estadounidense de los últimos años. Esta es la casa en la que me gustaría detenerme para detallar sus aciertos, ya que, al margen de que sea la productora a la que pertenece The Purge, es la que creo que puede transformar de forma más notoria la industria del terror norteamericano, debido a que su producción es enteramente mainstream.
Las producciones Blumhouse
Dentro de unos años, cuando se analicen las aportaciones del cine de horror estadounidense de principios del s. XXI, no me cabe duda de que brillarán con luz propia las películas de la productora Blumhouse. Creada en el año 2000 por el antiguo productor independiente educado en la factoría de los hermanos Weinstein, Jason Blum, la empresa se ha especializado en producir filmes de terror de bajísimo presupuesto (no suelen superar los 3 millones de dólares) que consiguen una alta rentabilidad debido a distintos acuerdos firmados con majors como Universal o Lionsgate que garantizan una distribución digna de un producto más cuantioso.
Un dato paradójico es que el primer éxito comercial que tuvo la compañía fue con uno de sus peores productos: Paranormal Activity, de Oren Peli, un triunfo mayúsculo que en 2007 inició una de las sagas más baratas (en presupuesto y resultados artísticos) de los últimos años (ya llevan cuatro títulos). Esta nueva y aburrida revisión de los formatos del falso documental y el found footage (en su vertiente ghost-cam) no invitaba a esperar mejores productos aunque, sorprendentemente, los hubo: la espléndida Insidious de James Wan (un hermoso y aterrador homenaje al cine de haunted houses ochentero levemente perjudicado por un tronado final); el filme de absoluto culto Las brujas de Salem, de Rob Zombie (sin duda, el mejor director de terror estadounidense de su generación a pesar de las irregularidades de su último título); la magnánima Sinister, de Scott Derrickson (según mi criterio, la mejor película de terror estadounidense de los últimos cinco años y la que mejor define el sello Blumhouse); la notoria Dark Skies, de Scott Stewart (casi una adaptación en clave ufológica y alucinada de la anterior); y, finalmente, la definitiva consagración de la productora gracias al éxito de público de The Purge.
Una vez señalados los títulos importantes de la joven productora, debemos preguntarnos qué elementos o líneas comunes unen todos estos títulos. En primer lugar, existe un motivo común derivado de sus reducidos presupuestos: son filmes modestos, íntimos, recogidos, ambientados en núcleos familiares, espacios reducidos o pequeñas comunidades. Además, son obras narrativamente homogéneas (salvo el personalísimo mundo visual de Rob Zombie, cuya singularidad acaba con cualquier intento de sistematización), deudoras de la preceptiva clásica, de formas visuales modestas pero efectivas y que saben combinar las atmósferas lúgubres con los tratamientos violentos (a pesar de estar dirigidos por distintos directores, todos estos filmes comparten un look similar, unas soluciones visuales parecidas, que hacen que estemos ante una posible factoría o un estudio como los de antaño pero menos ambicioso). En tercer lugar, son títulos tremendamente pesimistas, oscuros, poco dados a utilizar recursos complacientes o enfoques aburguesados (aquí no hay sitio para los finales felices, las recompensas al final del camino, las gestas heroicas o los triunfos de órdenes establecidos). Por otro lado, funcionan como perfectos vehículos para examinar algunos males de la sociedad actual como la alienación, la conspiranoia, la violencia institucionalizada, la corrupción, la hipocresía, la familia vista como amenaza, el recelo ante el otro (son títulos, por tanto, hijos de su tiempo, salvo quizás las películas de James Wan, mas centradas en honrar los filmes del pasado que encarar los miedos actuales). Y, por último, siguen los mandamientos de cierta narrativa estadounidense (la encarnada por el recientemente fallecido Richard Matheson) de utilizar el género de horror como una parábola del envilecimiento moral del individuo enclavando el elemento fantástico en el seno de la middle class americana, para denunciar sus hipocresías y los demonios que encierran sus, en apariencia, pulcras vidas. Todo un conjunto de rasgos sombríos, violentos, agudos y siniestros que podemos encontrar en la sobria, efectiva e implacable The Purge.