publicado el 18 de julio de 2013
De la misma manera que, siendo adultos, recordamos con una sonrisa nuestros antiguos terrores infantiles, nadie en la industria del cine creía de verdad que las viejas historias de horror podían servir para algo más que para evocar nostalgias o hacer guiños postmodernos. Es cierto que filmes clásicos como El exorcista o Poltergeist han tenido sus reelaboraciones en filmes recientes, pero siempre se buscaba darles una pátina de realidad recurriendo al falso documental y al found fotage. El espectador sabía demasiado para asustarlo con fantasmas convencionales y el género cayó en una miasma de remakes, giros finales, ironías, ejercicios de estilo y aburrimiento. Con honrosas excepciones [1], nadie creía que podía aterrorizar de verdad al público basándose en viejas historias… salvo James Wan.
Marta Torres | Expediente Warren (The Conjuring, 2013) es un filme de horror paranormal al viejo estilo, nada más alejado del tipo de cine sádico y explícitamente violento que hizo famoso al director de Saw (2003), pero coherente con su filme anterior (Insidious, 2011) que también exploraba el subgénero de las casas encantadas. Expediente Warren se basa, supuestamente, en un caso real protagonizado por Ed y Lorraine Warren [2], un matrimonio de lo más interesante –y real– formado por un demonólogo y una clarividente que se dedicaron durante varias décadas a la investigación parapsicológica. Fundadores de la Sociedad de Investigación Psíquica de Nueva Inglaterra, son autores de numerosos libros y, aseguran, han investigado cerca de 10.000 casos entre los que destaca la siniestra historia de Amityville. En teoría, Expediente Warren saca a la luz un caso aún más terrorífico que tuvo lugar en una granja de Rodhe Island propiedad de la familia Perron y que vio la luz recientemente gracias a la publicación del libro House of Darkness, House of Light: The True History, escrito por una de las hijas, Andrea Perron.
Aquí hay que hacer un inciso en lo que a mi parecer es una de las claves de la película y es la obsesión, no por la verosimilitud, sino por la verdad de lo que cuenta. El filme explicita (varias veces) que se trata de hechos reales e incluso llega a postular su fe ciega en la existencia de demonios. Más allá de las creencias de guionistas, productores y del propio director (que procede de un país, Malasia, donde aún se cree en los fantasmas), no se trata, a nuestro juicio, de una declaración de confianza en la realidad de los fenómenos que aparecen en pantalla –en este caso, posesiones demoníacas– sino de un acto de fe a favor de representarlos en el cine con toda su carga intacta de terrorífica “verdad” cinematográfica. Expediente Warren no pretende saber qué ocurrió realmente en la granja de la familia Perron, aunque esté basada libremente en su historia. En ningún momento se ahonda en la polémica forma de vida de la pareja de parapsicólogos que se dedica a perseguir demonios, lo que hubiera dado para otra estupenda película, ni se pone en cuestión la adorable vida de la familia víctima de los fantasmas, recurso habitual en muchas cintas de horror, donde el mal hace de catalizador de conflictos familiares soterrados. Nada de esto tiene verdadero peso en la película ya que lo que interesa aquí es recuperar cierto horror primigenio hecho de oscuridades y espejos. La verdad en Expediente Warren es una verdad hecha de celuloide, fotogramas y encuadres. La mirada que nos propone Wan es la mirada inocente y terrorífica de un niño que no se atreve a mirar debajo de la cama o tras la puerta. Los que han hecho la película se han tomado el terror maravillosamente en serio y es por este motivo que el último trabajo de James Wan puede llegar a provocar mucho miedo.
Se ha dicho de Expediente Warren que es una película que remite directamente al cine de horror de los años setenta. Si bien es cierto que en ciertos momentos puede recordar a El exorcista (1973, Tobe Hopper) e incluso hacer referencia a El horror de Amityville (1979, Stuart Rosenberg), con quien comparte más de un elemento sobrenatural (la casa encantada, las agresiones, la familia atacada, el sótano, antiguos asesinatos), lo cierto es que Expediente Warren aborda el tema de una forma personal y original en su puesta en escena. Más allá de la época que recrea, que se corresponde con los años setenta, la sensación general en cada plano y en cada aparición fantasmal es que el equipo que ha realizado la película ha querido empezar desde cero, dejando a un lado películas previas y escenas que todos tenemos grabadas en la retina. No hay guiños postmodernos ni homenajes. Sí que hay, en cambio, un tempo más lento que en los filmes actuales y una lista exhaustiva de elementos comunes al género de terror (el armario, la oscuridad, el miedo a mirar debajo de la cama, las escaleras del sótano, la bruja, el demonio, el escondite, la muñeca diabólica, la caja de música) pero la forma en como Wan los ha mostrado en pantalla parece nueva y es, sobretodo, terrorífica. Quizá sea por este motivo que consigue que volvamos al terror de forma inocente, sin velos previos. Expediente Warren consigue parecerse a las películas de los setenta precisamente porque no siente necesidad de copiarlas o hacer de ellas una referencia vacía y constante, y sí consigue, en cambio, acercarse a los viejos terrores con ojos nuevos.