publicado el 12 de febrero de 2006
Lluís Rueda | Cuando uno se acerca a un filme como Aeon Flux, guarda la esperanza de que el presumible patrón Matrix (véase efectos bala, pseudofilosofía orwelliana y alta costura ciberpunk), quede minimizado al mínimo común denominador y el filme deje entrever otras virtudes estéticas y argumentales más cercanas a la tradición del pulp cinematográfico. Cierto que Aeon Flux llega en algunos momentos a generar esa esperanza: sobre todo por su desacomplejado diseño de producción, quien sabe si inspirado en un anuncio de encimeras o en aquel otro de un detergente que viene del futuro a limpiar nuestras máculas mundanas.
Uno no se resiste en ver cierta desproporción kitsch en esos trajes de pseudo Musidora que se gasta la agente Aeon Flux, pero no nos llevemos a engaños, la filosofía de este soporífero divertimento anda más cerca de los parámetros de Catwoman o Electra (postreros spin offs curvilíneos) que de la sublimación del metacrilato y la lentejuela del entrañable filme de Roger Vadim, Barbarella (1968).
Aeon Flux, adaptación de una serie anime creada por Peter Chung y emitida en el espacio Liquid televisión de la MTV, más allá de su relamidas virtudes prêt-a-pôrter, diserta sobre los peligros de la clonación partiendo de una base científica tan endeble y alarmista como la sugerida en El enviado (Godsend, 2004) de Nick Hamm, o más recientemente en la adrenalítica propuesta de Michael Bay, La isla (The Island, 2005) por otro lado un filme de espléndidas proporciones estéticas.
Uno no se resiste en ver cierta desproporción kitsch en esos trajes de pseudomusidora que se gasta la agente Aeon Flux, pero no nos llevemos a engaños, la filosofía de este soporífero divertimento anda más cerca de los parámetros de Catwoman o Electra que de la sublimación del metacrilato y la lentejuela del entrañable filme de Roger Vadim, Barbarella.
El futuro de la civilización, según el manual nihilista confeccionado por Karyn Kusama (directora que despuntó con el filme independiente Girlfight) encuentra su mayor obstáculo en el abuso sistemático de la ciencia, y semejante soflama conservadora se materializa en Aeon Flux con la convicción de un acelerado cursillo new age. Tras la lapidaria teosofía vaticana que esconde el argumento del filme hay poco menos que un enorme vacío conceptual. Cabe destacar lo mal aprovechada que está la figura gélida de Aeon Flux, una walkiria de diseño a la que se podía haber dotado de una libido mucho más intratable (por ejemplo a la manera de la Alraune de La mandrágora)). Karyn Kusama realizó las siguientes declaraciones respecto al asunto de la sexualidad de Aeon Flux: “era importante que el personaje tuviera una lectura compleja y moralmente ambigua. Su sexualidad por ejemplo, es solo un elemento más de tantos, muy potente, y definitivamente sin remordimientos". Es evidente que la directora neoyorquina guarda para sí todo el sentido del humor que ha negado a su filme, no hay un solo plano en el que Aeon Flux utilice sus armas de chica Martini en beneficio propio.
Charlize Theron, gran actriz tras un bello rostro, no obstante, sabe poner dosis pertinentes de chile en las escenas de acción, algunas gustosamente callejeras, como la que mantiene con la atractiva guardaespaldas del presidente Goodchild y en la que se arrancan algún que otro pendiente con la boca. El filme aporta alguna idea visual brillante, como la de ese enigmático dirigible dorado por cuyo lastre trepa Aeon Flux en busca de respuestas o la sensacional huida de la celda con ayuda de unas bolitas de acero muy sumisas, pero en general se saca poco partido a las manifiestas posibilidades escenográficas de la ciudad futurista Bregna (en el filme apenas una estampa infográfica), especialmente a la hora de mostrarnos sus entrañas, más cercanas a la geometrías del lavabo de un centro comercial que a las cavernas siniestras de Metrópolis.
No es suficiente colocar a un grupo de estudiantes de ciencias puras armados hasta los dientes sobre un decorado inspirado en la obra arquitectónica de Miers van der Rohe para motivar a una actriz que no se cree su propio papel, y Charlize Theron, muestra una falta de compromiso más que evidente con la heroína que interpreta, en particular en aquellas escenas dramáticas compartidas con el actor neozelandés Marton Csokas (el presidente Goodchild de Bregna). Por suerte el look manga de su peinado encuadra a la perfección la leve sonrisa que delata su escasa implicación emocional y ello nos fuerza a rescatar la incertidumbre de lo ambiguo (aunque en el esfuerzo el espectador desfallezca).
Aeon Flux hace de su desproporción estética un estímulo visual inútil, falto de autoparodia, caduco en lo moral y espeso en lo narrativo. Estamos ante un filme de puesta en escena roma y desangelada que nos propone varios niveles de dificultad (a la manera de los juegos de consola) en los que la interactividad con el espectador es nula y por tanto la jugabilidad una quimera intelectual.
Seguramente funcionará en taquilla, las interminables piernas de Charlize Theron dan bien con esa música electrónica de bajo estofa que nos hace palomitear en trance, y ya sabemos que hoy en día, por desgracia, el ritmo cinematográfico no lo componen un conjunto de secuencias si no lo cantidad de víctimas colaterales y besos castos que pueden sumarse en 92 minutos.
Más valdría haber recurrido a Paco Rabanne para cambiar de tanto en tanto el modelito de Aeon Flux, para eso o para asesorar a los guionistas con sus suculentas predicciones acerca del Apocalipsis. Como ven vuelvo a visualizar aquella adorable criatura (vestida por Rabanne cual regalo intergaláctico) que también ganaba combates en horizontal. Ay Barbarella, Barbarella…