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publicado el 12 de febrero de 2006

El tigre y la sirena

Lluís Rueda | Josee, the Tiger and the Fish no es un filme cuyo máximo propósito sea denunciar las barreras físicas del amor o conducirnos hacia los cenagosos esquemas de un cine de “comprometido” discurso social, ni tan siquiera es un melodrama donde la idea del desamor campe como una vespertina borrasca. El filme del director japonés Ishin Inudo es una fábula pletórica de magia, un cuento contémporáneo que habla de los miedos colectivos e individuales y en el que no faltan una bruja, una sirena, un tigre, un pez.

Josee (Chizuru Ikewaki), una chica minusválida que vive encerrada junto a su abuela y sólo sale a pasear escondida en un cochecito de bebé aferrada a un cuchillo de cocina, tiene un encuentro accidental con Tsuneo (Satoshi Tsumabuki), joven crupier de noble corazón. Ese es el punto de partida del filme Ishin Inudo, un relato que subraya el aprendizaje a través del mundo de los signos, las palábras y las cábalas como escombros de un naufragio sentimental. El amor, en el filme, se nos muestra con una disección (pormenorizada plano a plano) del egoismo anímico de sus protagonistas, pues si Tsuneo busca una inocencia casi primigenia en la chica, ella busca una via de escape que le abra las puertas al mundo. A destacar la importancia simbólica en el relato de la figura de la abuela, personaje castrador inspirado en la tradición de la mamagon (madre dragón). La relación de los jóvenes, pormenorizada en las secuencias en que Tsuneo trae comida a la anciana y su nieta, funciona en la medida en que la fantasía pervive, pero cuando esta se escinde, la lujosa carroza, que ambos (Josee y Tsuneo) han diseñado a la medida de sus deseos, vuelve a convertirse en un oxidado cochecito de bebé.

Ishin Inudo comienza su relato mostrándonos un itinerario fotográfico con la mirada a ras de tierra, su historia de amor se escinde y apenas toma forma en objetos encontrados al azar. Ese puzzle de objetos es el elíptico punto de partida de la historia de Josee y Tsuneo, los restos de un naufragio que acaba en el mar, con la vuelta de la chica sin piernas a su abisal mundo interior. El itinerario del filme es la mirada inocente de Josse descubriendo el mundo en brazos de su amante y la de este último acercándose al auténtico valor de las pequeñas cosas, y ese meticuloso recorrido, lejos de caer en los excesos del melodrama al uso, es tan magníficamente cauto y comedido que lleva a estremecer al espectador. No hay un solo aspaviento de frivolidad argumental en el filme, cada paso en su estructura (impecable) es un derroche de magia e inteligencia.

Josee the Tiger and the Fish, nunca explota la autocompasión del impelido, ni busca la impiedad argumental, caso de, por ejemplo, La heredera de William Wyler, su discurso es mucho más elemental y su poética responde a unos parámetros indisimuladamente cocteuianos. Con el filme de Shoei Imamura La mujer insecto planeando de fondo y una reflexión sobre el diferente bastante cercana a La parada de los monstruos (Freaks, 1932) de Tod Brownig (¿acaso Josee no asume su discapacidad con determinación?), Ishin Inudo nos denuncia el infierno y el ostracismo al que ha sido relegada la chica durante años, pero es en el buceo de esa oscuridad inhumana donde el director teje lo mejor de su discurso: baste analizar los primeros encuentros de Josee y Tsuneo para calibrar lo profuso de la mirada del realizador, la densidad de los silencios y el trabajo gestuald e los actores encierran un diálogo primordial que cala en el espectador con el cosquilleo de un susurro.

Josee deja de ser un objeto fascinate a medida que agudiza su carnalidad, para su joven compañero el misterio que hay tras la incomunicación y la sombra se resquebraja y ella se convierte en una mujer común de la que puede despedirse sin remordimientos: la lástima desaparece y en su lugar surge una relación menos enfermiza (y más frágil).

El extraordinario filme de Ishin Inudo, pendiente de distribución en nuestro país, ha obtenido varios galardones en el Asian Film Festival de San Diego y en el Puchon International Fantastic Film Festival. Estamos ante un reserva que pide a gritos ser descorchado, un melodrama sobrio, elegante y ,a su vez, trufado de realismo mágico. Josee, the Tiger and the Fish se sitúa en un territorio fantástico próximo al de Big Fish, y pese a mostrar un trabajo de dramatización similar al empleado por Elia Kazan a lo largo de su filmografía no podemos obviar que la miscelánea de su composición es heredera directa del merodorama clásico japonés.


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