publicado el 22 de noviembre de 2013
Pau Roig | Juno Temple consiguió de forma tristemente predecible el premio a la mejor interpretación femenina por su papel en esta coproducción entre Chile y Estados Unidos que peca también, y mucho, del que probablemente sea el principal defecto de muchas de las propuestas de esta edición del festival, la petulancia. Temple interpreta a una chica que ya de entrada no parece muy centrada psicológicamente, invitada a pasar unos días de vacaciones en una zona remota del sur del país latinoamericano en compañía de un grupo de chicos y chicas que apenas conoce de nada después que la amiga que la ha invitado haya tenido que ausentarse momentáneamente para regresar a la capital… Este inesperado infortunio, que la trastornada protagonista contemplará prácticamente como una traición, es el preludio de un alejamiento progresivo de la realidad (visualizado en primera instancia en el insomnio que padece el personaje), de un descenso a los infiernos de la locura (o no) en la que el realizador Sebastián Silva otorga un papel preponderante a una naturaleza agreste, visualizada casi siempre de forma terriblemente ominosa, creando una atmósfera progresivamente oscura y asfixiante que pretende ir más allá del simple choque de culturas y / o tradiciones. Muy cuidada a nivel estético (aunque el concurso del reputado Christopher Doyle en la fotografía era prácticamente una garantía en este sentido) y con ecos bastante evidentes tanto del primer cine de Roman Polanski como de las más desquiciadas / desquiciantes películas de Lars Von Trier, Anticristo (Antichrist, 2009) a la cabeza, Magic, magic avanza así a trompicones, con un ritmo moroso que bordea peligrosamente el tedio en numerosas ocasiones y dejando caer, aquí y allá, pistas falsas y trampas acerca de su verdadera naturaleza sin que acabe decantándose por ninguno de los géneros a priori convocados (drama existencial, thriller psicológico, horror sobrenatural) y, lo que es peor, sin aportar ninguna respuesta, ni siquiera un leve indicio, a los enigmas planteados a lo largo de un desarrollo vago y disperso. Ningún personaje, por lo demás, despierta el interés y la empatía necesarios en el espectador (aunque el interpretado por Michael Cera es en verdad insufrible), sufrido testigo de una tragedia ensimismada y artificiosa que desemboca en un final abierto que sólo puede contemplarse como un absurdo capricho (o, en su defecto, de monumental tomadura de pelo).