publicado el 22 de noviembre de 2013
Brian de Palma ha escogido una sórdida historia sobre humillación, manipulación y poder entre dos mujeres para volver al thriller después de la pausa entre reivindicativa y política que supuso Redacted (2010). Passion es el remake de un filme francés muy reciente dirigido por el difunto Alain Corneau, Crime d’amour (2010), protagonizado por dos grandes actrices -Ludivine Sagnier y Kristin Scott Thomas- que sin embargo no consiguen brillar en un thriller al cual le falta algo de garra. Lo mismo debió pensar De Palma cuando vio la película, suponemos que en 2010 ya que reside en París y allí se estrenó un año antes que en Estados Unidos, y decidió apropiarse del material y hacer una película en inglés para el mercado norteamericano. Las actrices escogidas para el caso fueron Rachel McAdams y Noomi Rapace.
Marta Torres | Passion se centra en dos mujeres, Cristine, una ejecutiva ególatra, seductora y sin escrúpulos, e Isabelle, su joven y brillante ayudante. La relación entre ambas se enturbia el día en que Cristine no puede evitar apropiarse de una idea de su protegida y empieza una guerra donde absolutamente todo está permitido: mentiras, sexo, manipulación y hasta el asesinato. La crítica en general ha afirmado que La primera parte del filme de De Palma es casi un calco de la película de Corneau, una historia en apariencia glacial sobre dos mujeres que se estudian y toman posiciones antes de atacar y no es hasta la mitad del metraje que el realizador de Vestida para matar toma las riendas de la historia y la depalmiza, si me permiten el palabro. Me temo que es sólo así en apariencia, y es que precisamente el juego entre lo aparente y lo que hay detrás es el mecanismo que sustenta tanto la película como la relación entre ambas mujeres. Y estirando incluso diría que también es la esencia del cine de Palma, recuerden si no al personaje del psicólogo en Vestida para matar, que comparte intenciones y alguna que otra idea con Passion.
Otra diferencia con el filme de Corneau es su apuesta decidida por subrayar la relación lésbica entre las dos mujeres, sugerida solamente en Crime d’Amour, entendiendo el sexo y la atracción como un arma más en el juego de poder y venganza que se desata entre ambas incluyendo el engaño en cuanto a la identidad sexual.
El director siembra toda esta primera parte de símbolos ominosos, cosa que Alain Corneau no hizo en su Crime d’Amour, más naturalista y menos simbolista que el filme presentado por De Palma, que sigue enamorado del artificio. En Passion, los colores y los escenarios son también claves para moverse en este mundo de intereses y mentiras: las desangeladas oficinas son la expresión de una empresa sin alma, rendida a los incrementos de venta y a los números, mientras que la casa de Cristine, opulenta, sofisticada, abierta, es el vivo reflejo de su dueña, que el director nos presenta de entrada de forma transparente. La casa de Isabelle, sin embargo, no aparecerá hasta el final de la película, cuando el personaje se rebele al fin como es.
Justo al empezar Passion, De Palma nos muestra el juguete sexual preferido de Cristine, una máscara blanca de Carnaval que ella suele llevar en sus encuentros eróticos. La máscara es también el artefacto que mejor define a Isabelle, una mujer que se oculta tras el reflejo de lo que los demás esperan de ella, sea éste el de una amante, una inocente a quien corromper o una falsa culpable. Isabelle juega a ser el doble de Cristine, cuando deja, por ejemplo, que la peine, maquille y vista a su gusto. Ocultación y doblez que adopta el mismo de Palma al plantearnos una primera parte gélida con el propósito de hacer resaltar más tarde el rojo de la sangre. Las protagonistas deambulan aquí por escenarios helados de bordes afilados como cuchillos suavizado sólo por una gran banda sonora que firma Pino Donaggio; y es que en De Palma el sexo no es cálido sino peligroso y un arma que puede emplearse para la muerte.