publicado el 18 de junio de 2006
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Bubble de Steven Soderberg |
La última semana de mayo ha tenido lugar en Barcelona la segunda edición del Digital Barcelona Film Festival (DIBA 2006), una muestra de las últimas producciones en formato digital (cine y videoclips), que este año, además, dedicaba todo un ciclo al cine digital chileno. La edición de este año ha reunido a 10.000 espectadores. El jurado ha premiado como mejor film del festival a 'La niebla en las palmeras', de Carlos Molinero y Lola Salvador.
Marta Torres | Debido a que el festival ha puesto el acento en el formato, la selección de las películas ha sido forzosamente ecléctica. El programa era una mezcolanza de títulos de género y cine social, películas experimentales y filmes convencionales. La conexión, más que en el contenido, se encontraba en la libertad creativa que otorga un tipo de producción cinematográfica muchísimo más ágil, rápida y barata que el celuloide, y, por tanto, desligada de los grandes estudios y los grandes presupuestos. En esta aparente democratización del cine ahondaba una de las secciones más inspiradas del DIBA de este año: el DIBA Express, un concurso que invitaba al público a realizar un cortometraje durante la celebración del festival. También se ha propuesto a un director la realización de un largometraje en los once días anteriores al DIBA. El encargado de recoger el guante fue el ganador del pasado año, el chileno Matias Bize, y el resultado, una película que narra la ruptura de una pareja durante una noche fatídica, se ha titulado Lo bueno de llorar y se proyectó el último día de la muestra.
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The Wild Blue Yonder, de Herzog |
En lo concerniente a las películas destacaba la presentación de Bubble, el último largometraje dirigido por Steven Soderberg (director de Traffic) y también un thriller corrosivo que gira alrededor de las pobres vidas de tres obreros norteamericanos que trabajan en una fábrica de muñecas. Soderberg, realizador heterogéneo que dosifica las constantes de su cine, se mueve como pez en el agua en filmes de bajo presupuesto como éste, acaso una vía de escape a esa grandes superproducciones (alimenticias) a las que nos ha acostumbrado últimamente. La pequeña y cotidiana tragedia que se desprende de Bubble nos permite reencontrarnos con el Soderberg de discurso social implacable que conocimos en Traffic, pero también con un director exquisito en lo formal, capaz de sacar lo mejor de sus actores (como ya demostrara en su excelente remake de Solaris de Andrei Tarkovski). Bubble es Soderberg sin aditivos, un cineasta de un potencial extraordinario.
El festival también recuperó, dentro de la sección Experiencias digitales, dedicada a los films digitales hechos por directores reconocidos, The Wild Blue Yonder, un experimento del director aleman Werner Herzog que cuenta la historia de la tierra en diez capítulos a través de los ojos de un alienígena; también se proyectó en esta sección El arca rusa de Alexander Sokurov.
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Fetching Cody, de David Ray |
Al margen de directores reconocidos y películas ya estrenadas en España, se han podido ver en el DIBA de este año algunas películas de género bastante interesantes. Fetching Cody (2005) es una opera prima que deja un gusto de boca refrescante, francamente agradable. El director canadiense David Ray bucea sin complejos por los territorios del melodrama y la comedia. El filme aborda una historia de amor truncado que bebe sin miramientos de Love History pero cuyos códigos pervierte a su antojo. La inflexión de un material tan delicado y desmesurado viene en forma de comedia fantástica, la coartada de un estrafalario sillón reconvertido en máquina del tiempo pronto deviene el leit motiv de la función. Fetching Cody convierte los esquemas metafísicos de filmes como Primer en situaciones desternillantes y en material fílmico muy digesto.
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Les États Nordiques, de Denis Côté |
Les États Nordiques (2005), dirigida, escrita y producida por Denis Côte, es también una propuesta canadiense aunque distinta en forma y espíritu a Fetching Cody. En Les États Nordiques no hay rastro de humor y, en verdad, no hay rastro de nada que pueda distraer al espectador de una historia terrible que empieza con el asesinato de una madre, una mujer postrada en cama, y la huida a ninguna parte de su hijo, Christian, que acabará encontrando el perdón y olvido en Radisson, un asentamiento industrial en las desiertas tierras del norte de Montreal. En una bella metáfora que abarca toda la película, el protagonista irá llenando de sentido este páramo helado, que es el pueblo y es también su conciencia. El film tiene un tono reflexivo y sereno, y la cámara juega a ser un espectador impasible que observa sin parpadear (casi se diría que sin juzgar) mediante largos planos sostenidos, como Christian pretende iniciar una nueva vida. Este espíritu documental se deja sentir también en el retrato que hace el film de los estados nórdicos canadienses a los que alude el título. Estas ansias realistas, casi de cinema verité, se observan tanto en la minuciosidad con que la cámara recorre los paisajes grandiosos y lunares del gran norte del Canadá, como en el análisis, casi de entomólogo, de los pobladores de Radisson. A esto contribuye el hecho que el director ha prescindido de actores profesionales y ha recurrido a los propios habitantes del pueblo.
Muy diferente es la propuesta japonesa Flowers (2005), de Yutsiru Tatsumi. Se trata de una película muy poco convencional, casi se diria que hecha entre amigos, que explica la relación entre un dibujante de cómic japonés y una extraña muchacha que le complicará en una trama de luchas cósmicas entre mutantes. El film, claramente influenciado por los anime (las películas de animación japonesas), es un entretenimiento ingenuo y colorista que sorprende por su estética kistch y sus situaciones surrealistas. Flowers es un producto desacomplejado y sobreactuado cercano al nivel dramático de series como Sailor Moon (un ejemplo de cómic japonés para chicas).